Combustión okupa en el viejo 'laboratorio del vino' de la A-2: productos químicos, incendios y riesgo de derrumbe
Las ruinas de la fábrica, a las afueras del polígono industrial de Meco, albergan frascos rotos y restos de objetos inflamables
Las llamas ya devoraron la parte del antiguo complejo donde antes se levantaba un asentamiento ilegal

La caída a los infiernos del antiguo 'laboratorio del vino' de El Encín es una historia de olfato, del nasal y del sagaz; un paseo alejado del Madrid de catálogo, tan carente de información en la red como imposible de describir sin haberlo pisado antes. Pese a que no hay una fecha concreta que sitúe el levantamiento del complejo, ni tampoco una del fin de su actividad, todos en la zona conocen de su existencia, a un costado de la A-2, en un vasto terreno de polígono a las afueras del término municipal de Meco.
El óxido de la valla que rodea al espacio, agujereada a un extremo y directamente tirada al otro, es un fiel anticipo de lo que está por venir. Dentro, los residuos de un pequeño vertedero ilegal reciben a los visitantes, sin necesidad de perderse aún en cualquiera de los edificios. El primero de ellos es el más grande en extensión y el menos intrincado: todas las paredes interiores han sido derribadas, a excepción de los pilares que sostienen un armazón de dos alturas y desprovisto de todas sus ventanas.
Es aquí donde emerge el primer descubrimiento, una serie de botes de productos químicos abiertos o reventados en lo que parece ser una antigua pileta. Potasio biftalato, sulfato de aluminio y amonio… se puede leer entre al menos una veintena de frascos esparcidos en la planta baja. La ruina se extiende de suelo a techo, con el cableado eléctrico arrancado presumiblemente para robar el cobre, numerosos ladrillos desprendidos y un sinfín de aerosoles de pintura gastados tras el paso de los grafiteros.
Superado este bloque, el camino que conduce al resto de estancias tampoco está exento de peligro. Algunas tapas de alcantarilla han sido arrancadas, dejando al descubierto pequeños pozos en los que cualquier persona, sobre todo al caer el sol, podría verse sorprendida. Al final de la senda, lo primero que asoma es un viejo depósito, cuya maltrecha escalera metálica 'permite' alcanzar la parte superior del mismo. A su espalda, y superada una especie de torreta-mirador, aflora la segunda de las sorpresas.
Una construcción de viviendas (previsiblemente, para los trabajadores de la fábrica) totalmente calcinadas y atestadas de ropa, restos de comida, colchones corroídos y hasta un puñado de juguetes y DVD infantiles que evidencian la aparición de un asentamiento reciente. Tanto, que las trazas del fuego son anteriores a la quincalla acumulada; es decir, que los okupas llegaron a pernoctar en las casas tras devorar las llamas buena parte de la estructura. El riesgo en este punto no solo se respira, con olores similares a los que desprende el aguarrás, sino que también se observa, como prueba la caja de pastillas de barbacoa tiradas en uno de los habitáculos.
La presencia de objetos inflamables se extiende a lo largo y ancho de un recinto dedicado en su día al estudio y la producción de vid, entre otras actividades. La propiedad de la fábrica es todo un misterio, más si cabe, al estar levantada en la parte de las vías del tren que pertenece a Meco, lo que deja al enclave a las puertas del parque agrícola El Encín (una enorme finca de más de 550 hectáreas situada en la localidad aledaña de Alcalá de Henares). Sea como fuere, la Comunidad de Madrid incluye al lugar en la página web de su oficina de promoción de rodajes de la región, Film Madrid.



La oficina, no obstante, permite a propietarios o gestores privados ofrecer localizaciones «con ciertas peculiaridades, muy distintas, desde arquitectura moderna hasta lugares industriales, casas antiguas, restauración, etcétera», para que sean añadidas a su base de datos y hacer así la labor de intermediario con las productoras interesadas. Filtrando en el catálogo la palabra 'abandonado', los usuarios pueden descubrir hasta una quincena de emplazamientos misteriosos, entre ellos el de este 'laboratorio del vino' incluido dentro de las categorías de 'naves y almacenes' y 'espacios industriales de trabajo'.
Picadero secreto
De vuelta al tétrico trazado, las escaleras que conducen al lagar están señalizadas en el portal Mispicaderos.com, definido por sus creadores como un mapa de escondites donde practicar sexo en Madrid. «Punto exacto donde suele haber alguna pareja teniendo sexo al aire libre. Tiene un escalón a la altura de la cintura donde suele ponerse una pareja en concreto. Si hace buen tiempo y es fin de semana es probable que los veas. No tengas miedo de bajar o de acercarte porque son muy simpáticos y no les importa que les miren», describen en la web, cuyos participantes, con más de un centenar de votos, puntúan la superficie con una nota de 3,2 sobre 5.
Del complejo, además, explican que «suele haber senderistas o gente que va a ver el sitio» y advierten de que «si oís un perro ladrar no os preocupéis que es de una pareja que viven allí y no hace nada, al revés». Los inesperados moradores han tapiado el último de los bloques, entonces dividido por el centro de ampelografía y viticultura y la vinagrería, convirtiéndolo en un auténtico búnker. El ladrido de un pitbull desde la parte alta de un pórtico interrumpe la visita; no está solo, otro can pasea por el patio, antaño un campo de fútbol sala, sin atisbar la presencia de sus dueños.

El lagar, en cambio, abierto de par de par, esconde nuevas realidades: pinturas satánicas en uno de los cuartos, multitud de puntos ciegos y un esqueleto de ladrillo y hormigón por el que los jóvenes deambulan sin ningún tipo de protección. La sucesión de grafitis conduce hasta la 'puerta 13' (pintado el número con espray), tras la cual se encuentra la bodega, una 'cueva' alta con un solo punto de luz donde se guardaba el vino en tinajas o toneles. Su diseño, al igual que la entrada para descargar la uva traída directamente del majuelo, es típico de estas construcciones españolas.
Ya en el polígono, no son pocos los trabajadores que ignoran la existencia del complejo. «Hacia ese lado no voy nunca, porque el autobús me deja allí», señala una mujer, en el único bar de la zona. Pero lo cierto es que el peregrinaje de habituales y curiosos no cesa; y ello, pese a los carteles de advertencia que cuelgan a la entrada de todas las estancias: «Prohibido el acceso al edificio por peligro inminente de derrumbe».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete