El acento madrileño
BAJO CIELO
Jaime Urrutia es Madrid en mayúsculas. Su padre era cronista taurino, su patria, las Ventas. Tiene la cara más grande que la espalda y hasta su pelo se eleva por ser más gallo que el gato que dentro de él
El turista madrileño
El acento madrileño es seco y pausado, al ralentí. Carece de toda prisa por terminar una frase, como si eso de hablar fuese una manera de recitar palabras a medio tiempo, sin prisa, sin pausa. Para en cada sílaba, juntando las palabras de la frase ... y dejando cierta pulsión en cada una de ellas. Tanto la primera sílaba como la última se pronuncian en la misma importancia, el mismo tono. Cuando se acentúa se hace mal, a la contra, dejando que gane peso un éste sobre este. Como si se escribiera con tres eses en vez de con una. Es una forma que no corta en el final de las palabras como hacen otros acentos del país. El acento madrileño dice todas las letras sin detenerse en ninguna excepto para llamar tu atención.
Para escuchar el acento madrileño pueden poner cualquier canción de Burning. Lo hablaba el otro día con Igor Paskual, que definía el acento madrileño como una armonía pausada pero constante: «Qué hace una chica cómo tú en un sitio cómo este» sería un buen ejemplo. En esa frase cabe Madrid entero, o entera, que lo mismo nació hombre que mujer. Hay muchos rasgos que se encuentran en el acento madrileño, pero hay más de un gato que los lleva todos clavados en la frente, a fuego; un patrimonio de lo nuestro. Si un inglés me preguntara qué tres cosas son Madrid, le diría que Las Ventas, la Puerta del Sol y don Jaime Urrutia.
Jaime Urrutia es Madrid en mayúsculas, Jaime es todo Madrid. Su padre era cronista taurino, su patria, las Ventas. Tiene la cara más grande que la espalda y hasta su pelo se eleva por ser más gallo que el gato que ruge dentro de él. Es un estilista de la pausa, una silueta canalla y elegante que pasea la vida mirando su sombra por si se le ocurriera ir desacompasada.
Cuando se sube a un escenario tiene la cualidad de llenarlo todo con su acento madrileño, como una estrella que guía a una banda que también ha tenido en Madrid su santo y su patrón. Una barra de un bar que tiene bajo el cristal bandejas de tapas conservadas en gelatina, mientras suena en la radio de la cocina un rock´n roll de fondo interrumpidos por boletines informativos de asesinatos de ETA. Un Madrid que le hizo hombre entre chutas y chupas de cuero que se lucían abiertas para sacarle pecho a la vida. Esa que mezclaba el sonido del telediario con el chupito de blanco de Potes después de un menú con primero, segundo y postre, tras un par de botellas de vino con Casera. Un suelo de servilletas y serrín, una puerta de metal acristalada, un plato combinado, un yayo. Todo eso es Madrid y su acento.
Un dandi castizo
Madrid es una ciudad huérfana de padre porque a Neptuno solo le interesa el fútbol. Por eso pienso que Jaime Urrutia tiene un libro de familia que abarca legiones de seguidores, cofrades de una procesión que suena en guitarra eléctrica y mira de reojo al Rastro que nos hizo de esta manera. Jaime es un verdadero caballero del rock madrileño, un dandi castizo con alma de crooner y corazón de poeta callejero, insólito y nuestro. Porque Urrutia encarna la elegancia canalla de quien ha vivido mil noches y aún guarda un as en la manga, como los grandes jugadores, los que de verdad saben hasta dónde llega el lumpen y dónde acaba el burle. El líder de Gabinete Caligari es un cronista de amores torcidos y madrugadas eternas, lo mejor de nuestro Madrid y acento de esta patria chica que tanto ha cantado en plazas, tablas, escenarios y tugurios; el madrileño que ha llevado durante décadas nuestra forma de vida por todos los lugares del país a golpe de verso y actitud.
Me cuentan que ha estado en talleres, pero también que se recupera por aquello de que los viejos rockeros nunca mueren. Por eso no puedo evitar pensar en Urrutia cuando me imagino el acento madrileño en toda su expresión. «Déjame tu voz, no tengo peros, cuanto más la oigo más la quiero. Cántame, mi vida, cántame, que me encanta como canta mi dolor en tu garganta». No hay como el calor del amor en un bar.
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