BAJO CIELO
LOS PAU DEL NORTE, BARRIOS SIN ALMA A PIE DE CAMPO
Valdebebas, Sanchinarro o Las Tablas van llenándose porque en el centro no se cabe. Se construye hacía el norte de Madrid porque al sur ya se hizo todo
URBANIZACIONES, LA REPÚBLICA DEPENDIENTE DE TU CASA
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Iniciar sesiónValdebebas, Sanchinarro, Las Tablas, son edificios sin alma que van llenándose porque en el centro no se cabe. Se construye hacía el norte porque al sur ya se hizo todo, cuando Madrid necesitaba de manos que lo levantaran para seguir creciendo de esta manera ... que tiene tan suya. Los bloques buscan una vida interior, como si el patio de manzana fuera el centro de sus días, con su alberca, su pista de raqueta y el club social sin ventanas para los cumpleaños de los niños del bloque.
Primero fue el coche de renting, esclavos de la cuota que usan el timo de esas cuatro ruedas para ir y venir de los barrios nuevos que se levantan entre autopistas, circunvalaciones y salidas de escalextric para llegar a la plaza de garaje. Las aceras están vacías, se pasean perros entre vallas de obra nueva, y uno se pierde al llegar al 24 bis torre dos o tres, porque es igual que la manzana anterior y que la próxima. Las comunidades de vecinos no superan los cuarenta y cinco años. El del segundo trabaja en el banco, el de arriba en la empresa cotizada, y acaba de mudarse al quinto uno que es consultor y todo. Para comprar el pan hay que ir al Corte Inglés, o al McAuto o a la gasolinera, que duda sí poner cargadores eléctricos porque los pisos se venden con enchufe para la bici de dos mil euros.
Se ven liebres y conejos en las rotondas nuevas. Van perdidos los lepóridos huyendo de las madrigueras que se tapan con el chorro de hormigón de otra cooperativa que ha comprado dos solares más. Sopla un viento agresivo entre los edificios, porque por mucho que se aparente es allí donde acaba el campo para hacerse urbano, o es la ciudad la que mata al campo para hacerte esclavo. Se plantan árboles escuálidos que no le llegan al pecho a las señales de tráfico. Aquí todo se hace raro, lejano, frío y como de palo. Se tarda menos en llegar al centro en tren desde Guadalajara o Segovia que desde aquí en hora punta. Poco a poco se abre paso la vida: una peluquería canina, una cocina fantasma, una tienda restaurante de comida para llevar, y luego se llena todo de silencio porque son barrios para dormir y volver a empezar de nuevo.
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Las grandes empresas construyen también aquí sus prisiones. Son esas cárceles de fichar y hacerse un trepa, para dejar de ser lo que son y convertirse en lo que odian. Aquí les regalan a los niños de papá su trozo en la tierra porque ahora son los ricos de provincia los que mandan a sus hijos a la capital porque les parece feo trabajar al cerdo, a la tierra o a la fragua. Qué pena y qué lío. Luego es el hijo de la ciudad el que quiere abrir la granja e irse al campo, y al final no hay quién se entere de nada porque todo viene de Marruecos o de la Patagonia o de allí tan lejos. Es la vida impostada, la que tiene tomates en enero y setas en mayo, porque la temporada es una serie de Netflix y no un alimento honesto.
Lo queremos todo y lo queremos nuevo. Por eso se hacen estos barrios que son islotes entre un mar de coches y tráfico lento. Todo el mundo tiene derecho, aunque sea para no ejercerlo. Ayer se casaba el alcalde y de pronto todo parecía obsceno. Porque eso es ahora la ciudad, un photocall al funcionario expuesto, una retransmisión y la vergüenza ajena de ver en la tele la parodia de lo nuestro. Qué ciudad estamos haciendo, que hasta los alcaldes se casan en directo porque ahora son las estrellas de este timo que es vivir mientras nos vamos haciendo viejos. Pronto viviremos en Madrid, a cinco kilómetros de Burgos, de Sevilla o del infierno.
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