Historias capitales
La fiebre de la aviación: aquellos chalados en sus locos cacharros
Crónica de los primeros vuelos que surcaron nuestro cielo y de cómo los vivieron los madrileños
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Iniciar sesiónComenzaba el siglo XX y la aviación cobraba bríos al calor de la proeza de los hermanos Wright . Muchos querían emular aquel vuelo de 12 segundos por los cielos de Ohio y los madrileños no perdían ocasión de acudir a los primeros eventos ... aeronáuticos que se celebraban en la ciudad. Como el del 27 de marzo de 1910, en el que el piloto Edouard Stoeckel se presentó en Chamartín de la Rosa para desafiar a la gravedad con su monoplano Bleriot.
El relato de los cronistas de ABC refleja la pasión, el interés y la angustia a ratos que se vivió en aquel espectáculo. Aunque el vuelo como tal no estaba previsto hasta las cinco de la tarde, desde las tres había en la zona un e norme gentío que llegaba a pie, a caballo, en carruaje o en tranvía –y algunos, los menos, en automóviles– para contemplar el vuelo.
La organización había acotado una zona del campo , en uno de cuyos extremos se situaba el improvisado hangar. Además del Bleriot, había también allí un diminuto ‘demoiselle’, un modelo muy ligero de aeroplano . Sobre las cuatro y media, ya había allí 2.000 personas en los palcos y tribunas montadas para la ocasión, y otras 5.000 al menos alrededor del terreno, con sus meriendas en cestos para amenizar la espera.
Globos sonda
Stoeckel probaba el motor, los mecánicos daban los últimos toques al aparato y se soltaron varios globos sonda de papel para marcar la dirección del viento. Subió el piloto a la barquilla y el aparato, empujado por sus ayudantes, comenzó a deslizarse por la pendiente de lanzamiento . Cien metros más allá, el monoplano se despegó del suelo y comenzó a volar.
El asombro general se tradujo en exclamaciones emocionadas. Pero apenas treinta segundos después, cuando aún los ojos de los presentes seguían atónitos el ligero vuelo del aparato, vieron cómo éste, a no más de seis metros del suelo y a un kilómetro de su punto de salida, hacía una maniobra extraña y giraba 180 grados, cayendo boca abajo por un terreno en pendiente . Una de las alas, parece ser, rozó el suelo al intentar virar y lo hizo caer.
Los gritos de júbilo de un momento antes, se tornaron en voces angustiosas, que anticipaban la desgracia: «¡Se ha matado!», exclamaban. Cientos de personas se lanzaron a la carrera hacia el lugar donde se había estrellado el avión . Pero al llegar allí, no encontraron siniestro sino sólo un susto: Stoeckel salía del aparato, con una herida superficial en la sien derecha y ningún hueso roto. Los efectivos de la Cruz Roja acudieron a socorrerle, a lo que él se negaba, preocupado por comprobar el estado en que se encontraba el monoplano. Que tampoco sufrió demasiado en la caída: una rueda rota y poco más fue el resumen de los desperfectos.
Ese mismo día, en la otra punta de la ciudad, en el distrito de Ciudad Lineal , hubo otro vuelo al que también asistieron miles de madrileños: hasta 15.000, cuentan los periódicos. Casi a la misma hora, y con la asistencia de la reina Victoria de Battemberg , el aviador Julien Mamed intentó un amplio vuelo en otro monoplano idéntico, modelo Bleriot –también conocido como ‘Canal de la Mancha’ por ser igual que el primero en cruzar, en 1908, este espacio entre Francia e Inglaterra–.
Segundos después de despegar, en un viraje, la fuerza del aire venció al motor y el aparato cayó a tierra. No sufrieron daños ni el piloto ni la nave, por lo que sobre las seis de la tarde, Mamet se encaramó de nuevo a su cabina y consiguió elevarse 200 metros y sobrevolar en círculo la zona desde la que le contemplaban, atónitos, los madrileños.
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