Un escape de gas en la caldera provocó la explosión en la casa parroquial: «Parecía la guerra»

El fuerte estallido dejó otros diez heridos

Estado en que quedó el edificio tras la explosión FOTOS: ISABEL PERMUY

El negro mes de enero que está sufriendo Madrid sumó ayer un nuevo capítulo, lleno de tragedia, en pleno centro. Una explosión de gas durante la reparación de una caldera por un particular dejó un escenario más propio de una guerra en la ... calle de Toledo, en la trasera de la Iglesia de San Pedro el Real, conocida como La Paloma. Su casa parroquial, en el número 98, saltó literalmente por los aires dejando en un radio de varios cientos de metros una amalgama de escombros, miedo e incertidumbre. Pero lo peor fue el saldo de cuatro víctimas mortales.

El drama sacudió especialmente a esta comunidad religiosa, donde miembros del Camino Neocatecumenal, apodados como «kikos», realizaban reuniones. De hecho, asiduos al templo explicaban que, si el asunto se hubiera producido a las siete de la tarde, la catástrofe habría sido mayor debido a la acostumbrada afluencia durante esas horas, que podría haber superado el medio centenar de personas.

El estallido se produjo a las 14.56 horas. Los encargados del templo le pidieron ayuda a David Santos Muñoz, de 35 años y feligrés de la parroquia, para reparar una caldera que desprendía un fuerte olor a gas, en la quinta planta del inmueble. Este hombre, casado y padre de cuatro hijos menores, había trabajado como técnico de mantenimiento en Abengoa y Metro de Madrid y no dudó en echarles una mano. El sacerdote Rubén Pérez, de 34 años, que como David era del Camino Neocatecumenal, fue quien le pidió el favor; ambos se encontraban juntos cuando la explosión destrozó las plantas superiores del edificio.

Un trabajador de emergencia, en el lugar de la explosión

La tragedia no se cobró más víctimas porque el portero había cerrado el acceso principal y no había más personas en esa área concreta del inmueble. Pese a todo, en el momento de la deflagración, fueron alcanzados dos viandantes, un hombre de 84 años y otro de 53 años. Los dos afectados, además de David y Rubén, perdieron la vida. A pesar de las informaciones que apuntaban ayer al hecho de que hubiera otra persona desaparecida, fuentes de Emergencias negaron a este diario tal extremo.

En total, once personas resultaron heridas , entre ellas dos policías nacionales atendidos sobre el terreno y conducidos a la Clínica Nuestra Señora de América. Otro de los afectados, de unos 55 años, sufrió un traumatismo torácico y una fractura de pierna, por lo que fue trasladado grave al Hospital de La Paz. Por su parte, la Archidiócesis de Madrid confirmó que el párroco, Gabriel Benedicto, y los sacerdote Moisés León, Matías Ernesto Quintana y Alejandro Aravena se encontraban bien. A primera hora de la mañana de hoy se ha confirmado el fallecimiento del padre Rubén, operado de urgencia y que ingresó en estado crítico a causa de las graves heridas sufridas durante la explosión .

Minutos después de producirse el suceso, la Policía Municipal acordonó el enclave, a solo un kilómetro del centro de la capital. Más de 50 ancianos de la residencia Los Nogales La Paloma, contigua al bloque parroquial, fueron desalojados. Algunos, como Amparo Moral, de 83 años y necesitada de una silla de ruedas, tuvo que ser evacuada por los bomberos. «La primera vez que hablé por teléfono con mi madre me dijo que parecía la guerra», relata su hija Amparo Astilleros, quien, presa del miedo, llegó a parar al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, para preguntarle por la situación de los hospedados: «Lo vi pasar por la calle y me dijo que no me preocupara, que estaban bien». Tras ser dirigidos al hotel Gavinet, situado en la misma calle de Toledo, todos los mayores fueron reubicados en el centro de Pontones, también del mismo grupo.

Misma suerte corrieron todos los alumnos del colegio concertado La Salle-La Paloma. La providencia quiso que ningún menor se encontrara a esa hora en el patio del recreo -debido al hielo acumulado por el temporal Filomena-, donde fueron a parar la mayor parte de los cascotes. Según confirmó el mismo centro, todos los niños y el personal del colegio resultaron ilesos.

Numerosos vecinos se vieron obligados a abandonar sus casas a la espera de que estas fueran inspeccionadas para evaluar los posibles daños provocados por la onda expansiva. A media tarde, Jesús Sanz esperaba noticias a pocos metros del lugar elegido para levantar el hospital de campaña. Su perra Leia fue la única que aguantó en el cuarto piso del número situado justo enfrente del inmueble parroquial. «Me ha dicho el portero que los bomberos están mirando los pisos para ver si hay daños estructurales», remarcaba. Un total de ocho personas de tres familias, además de los 56 mayores de la residencia, fueron realojados por el Samur Social.

La Policía acordonó numerosas calles, alrededor del edificio afectado

Otros, en cambio, aguardaban con impaciencia un posible desalojo. «Está todo lleno de escombros. He salido de casa y ahora la Policía no me deja regresar. En el patio de mi edificio se ha caído una malla de protección. No han estallado las ventanas, pero sé de gente que le ha reventado las lunas de su coche », señalaba Ana Belén. La lluvia, intermitente toda la tarde, obligó a los moradores a resguardarse debajo de cualquier saliente. «Los bares están más llenos que nunca», apuntaba otro vecino al cobijo de la célebre churrería Muñiz en la calle de Calatrava.

En la esquina con Humilladero, los guías caninos de la Policía Nacional regresaban cubiertos de polvo -hecho barro por la lluvia- tras inspeccionar el edificio, declarado ayer mismo ruina inminente. Los trabajos para su desmontaje comenzarán hoy. La banda sonora, entre el silencio que precede a las tragedias, fue la de los martillos neumáticos y la maquinaria que trabajaba en el inmueble. En la parroquia coexisten actualmente 18 comunidades de entre treinta y cuarenta personas cada una. «Es un bloque entero, donde nos reunimos en diferentes salas y en días alternos», resumía una feligresa, visiblemente afectada.

Las llamas, que persistieron durante horas, no fueron sofocadas para evitar un posible embolsamiento de gas y permitir su combustión controlada. Así, una vez autoextinguido, los bomberos procedieron a refrigerar la zona más afectada y a sanear los elementos inestables del bloque de enfrente.

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