análisis
Sánchez, el dependentista compulsivo y su enésimo «cambio de opinión»
Que el líder del PSOE permita el referéndum que ahora descarta sólo dependerá de que lo necesite y pueda, aunque no deba
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez
Cuando al presidente del Gobierno le preguntan «por qué miente tanto», se descuelga con que él no miente, sólo «cambia de opinión». En realidad, ese truco de ilusionismo lo estrenó Carmen Calvo con aquella explicación sublime de que Sánchez candidato no es la misma ... persona que Sánchez presidente.
Ahora dice el líder del PSOE que nunca aceptará un referéndum de independencia. Sería tranquilizador si no fuera porque es el mismo que insistió «veinte veces» en que no pactaría con Bildu y acaba de sentarse a negociar la presidencia de España con una condenada por enaltecer a ETA al burlarse del secuestro de Ortega Lara.
También es el mismo que aseguraba que no podría dormir con Podemos en el Gobierno y ha mantenido durante toda la legislatura a ministras empecinadas en una ley que ha beneficiado ya a miles de agresores sexuales y lo que te rondaré, Montero. O el que reconoció que el 1-O fue no ya una sedición, sino incluso una rebelión, pero indultó a los instigadores, eliminó el delito más grave por el que fueron condenados, rebajó el de malversación y prepara ya una amnistía. Y el que se comprometió a traer a Puigdemont para que fuera juzgado y no sólo no lo ha hecho, sino que manda a su vicepresidenta segunda a que se reúna con él en Bruselas para blanquearlo y rehabilitarlo.
Como ya ha demostrado en todos esos casos, que Sánchez permita una consulta separatista no dependerá de sus principios, sino de sus circunstancias: si lo necesita para la investidura y/o legislatura, dirá que le ha sobrevenido otro «cambio de opinión» y se pondrá a ello. Porque Sánchez es -y cada vez más- un dependentista: lo que hace y dice en cada momento únicamente depende de lo que necesita y pueda, aunque no deba.
Esa doble vara de medir compartida por buena parte de la izquierda se refleja en otro vicio muy poco democrático: criticar o aplaudir una misma cosa en función de quién la haga o defienda. Por ejemplo, los socios de los que depende Sánchez califican la violencia dependiendo de quien la ejerza: si es de género, «terrorismo machista»; si es de Hamás, necesitan varios días para que un portavoz reconozca a regañadientes que lo es.
Así, el PSOE no tiene empacho en despreciar a los organizadores y asistentes de una manifestación a la que sí fue el propio PSOE cuando le interesó. La izquierda y los independentistas pueden manifestarse contra lo que quieran, pero los demás son «golpistas» y «antisistema» si lo hacen.
El dependentismo de Sánchez también le permite criticar a Feijóo por ir a una investidura fallida cuando él protagonizó dos (2016 y 2019) a sabiendas de que también iba a fracasar. Como mínimo, el líder del PP ha conseguido limitar a un par de meses el tiempo que el presidente puede seguir en funciones para que no caiga en la muy sanchista tentación de eternizarse en esta interinidad en la que actúa como si tuviera plenos poderes, pero dando menos explicaciones.
Y también se permitió Sánchez el capricho de repetir las elecciones en 2019 para ver si así abarataba las exigencias de Podemos, pero en ambos casos sólo le sirvió para perder tiempo y escaños, porque Rajoy terminó siendo presidente y Pablo Iglesias vicepresidente mientras él retrocedía cinco y tres diputados, respectivamente, y el PP subía 23 y 14.
Con esos fracasos en sendas repeticiones electorales, de las que salió peor que estaba, con el bloque de la derecha a sólo cuatro escaños de sacarle de La Moncloa, con encuestas diciéndole que ni se le ocurra y después de que toda España haya visto hasta donde está dispuesto a llegar con el prófugo Puigdemont, el proetarra Otegi y los demás independentistas, no parece que el presidente y su partido tengan mucho interés en que se repitan las elecciones. Salvo que el líder socialista vuelva a «cambiar de opinión», que con los dependentistas compulsivos como él nunca se sabe. Mientras, seguirá aplicando su ley del embudo: para él lo ancho y para los demás lo estrecho.