Análisis
La proliferación de los ultras
¿En serio los gallegos necesitan pancartas en un centro de salud para tomar conciencia de que faltan médicos?
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Iniciar sesiónSeguramente sentirían un cierto alivio al saber que la sesión de las Cortes de este miércoles en la que Feijóo puso finalmente sobre la mesa el secreto a voces de los negocios del suegro de Pedro Sánchez –que serían irrelevantes de no haber servido para ... sostener en algún momento la vivienda y la economía del presidente del Gobierno antes de acceder al cargo– era la última del periodo de sesiones. A sus señorías les hemos dado vacaciones para que encuentren nueva munición (retórica) con la que dispararse en septiembre. Y afortunadamente, ese mismo asueto se lo hemos concedido a nuestros parlamentarios aquí en el Pazo do Hórreo.
Hay argumentos de ida y vuelta entre la Carrera de San Jerónimo y la Rúa do Hórreo. Lo curioso es quiénes los pronuncian allí y quiénes lo hacen aquí. El miércoles se escuchó a Ana Pontón denunciar la «deriva autoritaria y antidemocrática» del PP de Alfonso Rueda por intentar poner coto al proselitismo en las escuelas públicas y pedirle a los médicos que curen más y protesten algo menos.
Esto de la sanidad merece una pensada. ¿En serio la población necesita ver a los médicos con una pancarta en la puerta de un centro de salud para tomar conciencia de que faltan efectivos? ¿No lo perciben en primera persona cuando van a consulta y sufren listas de espera en la Primaria? (Inciso: no se busca concienciar, sino generar un estado de opinión, de malestar, en el que germine el descontento).
Volvamos a las derivas. En 'Cómo mueren las democracias' (Ziblatt/Levitsky) introducen el concepto de los «guardarraíles» de las democracias, que son una suerte de consensos no escritos, de usos y convenciones respetadas por los distintos actores, que salvaguardan la pluralidad, la neutralidad y la calidad del sistema. Va más allá de las propias normas legales y se introduce en el terreno de las convicciones, de los principios.
En España, desde hace siete años hemos asistido al desgaste sistemático –por ser elegante– de esos «guardarraíles»: legislación penal para favorecer a determinados grupos por interés político, utilización de las instituciones como ariete partidista contra la oposición, la deslegitimación de la alternativa, el cuestionamiento de la acción de la justicia, el desprecio al Parlamento, el ataque a la prensa libre (y crítica) o la eliminación de los contrapesos del poder, véase la exigencia de mayorías reforzadas para la designación de determinados puestos. Todo en aras de la polarización, que busca un voto emocional del «ellos o nosotros». El muro de Pedro Sánchez, en resumen.
Pues con todo esto sucediendo a plena luz, al BNG no se le ha escuchado por el momento ninguna crítica a la deriva del Estado. No parece estar preocupado por ello, si a cambio le dan unos descuentitos para la AP-9, esa que siguen sin transferir a Galicia, algo que parece que no molesta demasiado al nacionalismo. El Gobierno va a dar el primer paso este lunes hacia el concierto económico de Cataluña, lesivo sin ambajes para los intereses gallegos, pero al Bloque tampoco le parecerá mal, porque detrás están sus socios electorales de ERC, y si el sustrato es soberanista, entonces todo va bien.
Por si fuera poco, a este BNG híperfeminista y azote de corruptos le debe estar haciendo ya daño en la nariz las apreturas de la pinza con la que prefiere no oler la ponzoña que está encontrando la UCO en la trama de Cerdán, Ábalos, Koldo, que no es (supuesta) corrupción de partido, sino que tiene una derivada clara con el Gobierno, que es el que adjudicaba las obras amañadas. El problema, para Ana Pontón, es que estamos «ante el PP más ultra de todos los tiempos», frase que quedará vieja dentro de tres meses, cuando vuelva a formularla con más énfasis si cabe, advirtiendo a los gallegos de que nos deslizamos poco menos que hacia la Rusia estalinista. En la UPG, comunistas viejos, eso lo saben identificar bien.
Proliferan los ultras, sin duda, pero falta por determinar exactamente dónde, para combatirlos con el arma de la palabra. Hay una cosa en la que no puede tener más razón Ana Pontón: «Los gallegos tienen derecho a expresarse en libertad, y eso se llama democracia». En efecto, así lo hicieron en las urnas en febrero de 2024, en su libérrimo ejercicio de decidir no solo qué personas sino qué opciones ideológicas querían que los gobernaran. Y al Bloque le salió cruz.
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