POR MI VEREDA

Fábula del cangrejo okupa

Moraleja: el peligro de las especies invasoras no es broma

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MNCN

A los Habsburgo les atraía la fauna acuática. Mientras que a Carlos I, en su postrero retiro de Yuste, le revivía pescar tencas en el estanque, su hijo Felipe II se interesó por traer de otros países europeos lucios, carpas y cangrejos. Los ... primeros llegaron desde Francia, siempre con alguna baja, pero con los crustáceos de río la empresa resultó harto complicada. El monarca, inasequible al desaliento, puso el ojo en la Toscana, y ahora sí. En 1588 entraron toneles con los primeros individuos por Alicante y llegaron a la Corte, de manera que el considerado ahora cangrejo autóctono no es tal, pues procede en realidad de Italia, como precisa Miguel Clavero, investigador del CSIC, tras comprobar que coinciden en su identidad genética. Además, señala la necesidad de indagar cómo pudo pasar de los exclusivos ambientes palaciegos a tener un carácter popular. Usos sociales genuinamente hispanos.

Porque en esa gran aceptación entre la gente, con notables descensos poblacionales, se halla también en el origen de otro desdichado hito -del que se cumplen ahora cincuenta años-, como fue la introducción del cangrejo americano en la Península Ibérica. Probablemente, el ejemplo más ilustrativo de los estragos que puede ocasionar en los ecosistemas una especie invasora cuando se aclimata y se apodera de ellos. En junio de 1973, en una finca arrocera próxima a la ciudad de Badajoz, tuvo lugar la primera suelta de ejemplares rojos procedentes de Luisiana, en Estados Unidos. Un año después, ante el éxito de la primera experiencia, se liberaron unos 7.000 en el Bajo Guadalquivir, a la altura de La Puebla del Río. El impulsor de la idea fue Andrés Salvador Habsburgo-Lorena -otra vez el apellido-, acuicultor y aristócrata, que pretendía aprovechar su interés comercial en sistemas de cría cerrados, pero el proyecto se desbordó por completo.

Como señala el especialista, partió de una «visión irreal que no tuvo en cuenta la expansión explosiva de la especie». Tanto es así que, en apenas una década, el cangrejo rojo ya había colonizado infinidad de cauces fluviales, con la colaboración necesaria del hombre que favorecía esa propagación llevándolos vivos de un lugar a otro y no a la cazuela con tomate. Las consecuencias son conocidas: el autóctono queda relegado a lo testimonial y el voraz yanqui asciende incluso a los cursos altos de los ríos, como el Carrión, el Pisuerga y el Tormes, liquidando a su paso poblaciones de anfibios -es reservorio de enfermedades- y alterando la vegetación acuática. Eso sí, le ha venido bien a la dieta de nutrias, garzas y cigüeñas. Primero llegaron las bases militares de la mano de Eisenhower, para romper el aislamiento del régimen. Luego se nos coló de tapadillo el tenaz cangrejo americano, en plan okupa, que se ha hecho el amo sin necesidad del apoyo de la OTAN y sin medios reales para su expulsión. Moraleja: el peligro de las especies invasoras no es broma.

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