La historia del toreo de Manolo Lozano, una memoria prodigiosa
El toledano, a punto de los 93 años, ha hecho testamento de su vida en los ruedos, la cual abarca casi un siglo: de la despedida en Alameda de la Sagra, su pueblo, de Marcial Lalanda a un último servicio a Morante de la Puebla
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Toledo
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Iniciar sesiónLa historia podría haber sido muy distinta si Baltasar Ibán, empresario y ganadero, rico a espuertas, no hubiera muerto de un infarto en 1976. Manolo Lozano, a quien 'Balta' «quería» como a los hijos que nunca tuvo, cuenta que su intención era construir ... tres plazas de toros cubiertas: una en San Sebastián, descartada por el terrorismo de ETA; otra en Barcelona, rechazada para no hacer la competencia a la Casa Balañá; y otra en Madrid, que si no salió adelante fue porque la parca vino a buscar a su impulsor antes de tiempo. Sin embargo, ya se habían elegido los terrenos de la 'Venta de la Rubia', en la carretera de Extremadura, como los más adecuados.
Bohemio sin remedio, una enciclopedia con dos piernas, Manolo acaba de hacer testamento de su vida en los ruedos, la cual abarca casi un siglo en sus diversas facetas de aficionado, novillero y matador, empresario y apoderado. En el libro 'Historia viva del toreo', de Ediciones Temple, coordinado por Julián Agulla, sembrado de pitón a rabo de fotografías, habla de Baltasar Ibán, pero también de Marcial Lalanda, que debutó y se cortó la coleta en su pueblo, Alameda de la Sagra, o de Morante de la Puebla, que recurrió a su sabiduría para que a los 88 años le prestara un último servicio.
«Me he mantenido muy bien hasta los 90, que he pegado el bajón», reconoce en un restaurante cercano a la catedral de Toledo, mientras degusta pimientos del piquillo rellenos de bacalao y chuletitas de cordero lechal. Anda ya mejor de salud, después de que en Quito, a 2.850 metros de altitud, sufriera una insuficiencia cardíaca. Eso sí, presume de que desde 1967 no ha faltado ningún año a la América taurina, donde cinco países trazan la ruta: México, Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela.
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Nacido en Alameda en agosto de 1930, Manolo es el mayor de los cinco hermanos Lozano (Pablo, Eduardo, Conchita y José Luis). Todos los varones se han dedicado en cuerpo y alma al toro (Pablo falleció en 2020). Manolo se crió por libre, al amparo de su abuelo y sus tías, hasta que ingresó interno en los Maristas. Estudió Veterinaria en Madrid y se escapaba al Rastro para comprar fotos toreando a la verónica de Francisco Vega de los Reyes, conocido como 'Gitanillo de Triana' o 'Curro Puya'. Ahora que lo piensa, tres han sido sus «caprichos»: Curro Puya, Rafael de Paula y Morante de la Puebla, cartel con bastante más arte que la Capilla Sixtina. Su Santísima Trinidad.
Conoció a Manolete en Borox, la patria de Domingo Ortega, y Palomo Linares dormía en su cama cuando sus hermanos le dieron una «oportunidad» en la plaza de Vista Alegre y luego le hicieron figura llevándoselo a su casa de Alameda. Y José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, ganadero en tierras toledanas, alcalde de Madrid y, anteriormente, embajador en la Alemania nazi, le narró con sumo detalle la cena de Navidad con Hitler y las bromas macabras que gastaba sobre la posibilidad de empezar el año invadiendo España.
Más de 40 plazas y toreros
El mayor de los Lozano lo aprendió todo en los despachos de Pedro Balañá Espinós, «el mejor empresario del mundo» porque entonces daba más corridas en Barcelona y hasta en Palma de Mallorca que las que se daban en Madrid. Ambos fueron socios en las plazas de Aranjuez, Segovia, Manzanares y Barbastro. La idea del viejo Balañá, así se lo confesaría su hijo, era ampliar la alianza a 40 plazas si no le hubiera ocurrido lo mismo que a Baltasar Ibán: que se murió en el camino. Tampoco tiene dudas de que, con su «maestro» vivo, los toros seguirían vigentes en Cataluña.
Manolo es el propietario mayoritario de la plaza de Segovia, guarda el porcentaje más grande de la de Baza y a lo largo de su trayectoria profesional gestionó un montón de cosos, no sólo en España, sino igualmente en Colombia y Ecuador. La lista es tan amplia como la de toreros a los que apoderó, que supera los 40 nombres. Habla de Vicente Punzón, Gabriel de la Casa, Juan José o Curro Durán, tutelados hasta la alternativa. O de Manili, que abrió dos veces la puerta grande de Madrid en la intensa primavera de 1988. O de Ortega Cano, Roberto Domínguez o El Soro, guiados a la cumbre bajo su dirección.
«Agradezco a Dios que, pese a que han sido tantos los toreros, no haya enterrado a ninguno», afirma aliviado. Entre todos ellos hay dos figuras que destacan sobremanera: El Juli, a quien acompañó en sus primeros años de matador firmando más de 100 contratos por temporada; y Morante, con quien se cortó la coleta en 2018 y del que todavía recuerda, aparte de las grandiosas faenas, los tres percances en León, Huelva y Ronda. «Se me salía el corazón», asegura.
Va a cumplir 93 años y «seguramente sean unas 12.000 corridas» las que han visto sus ojos, lo que supone hacer el paseíllo cada menos de tres días. Y si se tiene que quedar con una, Manolo retrocede hasta sus 12 años y elige la de Marcial Lalanda el 25 de octubre de 1942, cuando se despidió para siempre en la plaza de Alameda.
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