Lugar para el reencuentro: (67): Ciencia y literatura

Y el reconocimiento del misterio es ya suficiente para la labor creadora, una labor que tampoco le es ajena a la ciencia. Y la poesía, en su lúcida y a la vez enigmática belleza, aunque no explica el mundo, da fe de su misterio. Este gran enigma ha hecho que tanto científicos como escritores hayan aportado contribuciones de extraordinario valor a lo largo de la historia.

El que la literatura se haya interesado por la ciencia y, consecuentemente por algunos de sus representantes-astrónomos, biólogos o médicos, entre otros- es algo que no debe sorprendernos si tenemos en cuenta que la búsqueda apasionada del científico es algo eminentemente literario en el sentido de que la literatura -que es otra forma de indagación- la reconoce como suya.

George Eliot nos muestra a un doctor Lydgate del todo convincente. Al igual que Thomas Hardy con su doctor Fitzpiers, o, yendo aún más lejos, en los casos extremos, arquetípicos, Mary Shelley con su doctor Victor Frankenstein y R. L. Stevenson con su doctor Jekyll (y su cara oculta Mr. Hyde) realizan retratos apasionantes y conmovedores de sus médicos prometeicos.

La empatía, constituyente importante del talento literario, hace que esto sea posible. La empatía entre quien escribe obra creativa y quien investiga en cualquier parcela de la ciencia . Porque ambos, escritor y científico, son, a su manera, creadores. Y comparten el asombro primordial y necesario ante el misterio de la vida.