Fijación iconográfica de la Virgen del Rocío en 1919

De entre el alhajamiento de la Soberana se recuperaron unas piezas de orfebrería muy valiosas que había dejado de lucirlas hacía más de cincuenta años. Nos referimos a las ráfagas de plata de ley, donadas por los Tello de Eslava en el primer tercio del siglo XVIII, conocidas como las de punta de martillo, y la medialuna articulada en torno al rostro de un querubín, también del Setecientos. Estos antiguos atributos fueron restaurados para sustituir las ráfagas de rayos biselados de estilo imperial y medialuna, con el emblema mariano rematado por la corona real, de la época de los Montpensier , cinceladas en el comedio del XIX. Para la Coronación se colocaron las ráfagas sobre la imagen de forma inversa a como las lleva en la actualidad. Entonces dejaban entrever el volumen de la corona en su totalidad. Con el paso de los años, estas ráfagas terminarían dorándose y alterando su modo de su colocación.

Detrás de toda esta excelencia y gran refinamiento figuraba el talento creador de uno de los principales promotores de la Coronación, el canónigo de la catedral de Sevilla, don Juan Francisco Muñoz y Pabón . Este famoso escritor había nacido en el pueblo onubense de Hinojos y era un gran devoto de la Virgen. Compartía inquietudes estéticas con el diseñador y bordador sevillano, Juan Manuel Rodríguez Ojeda, rociero con casa en el Rocío, y miembro de la Junta de gobierno de la hermandad del Rocío de Triana entre los años finales del siglo XIX e iniciales del XX. El macareno tuvo que asesorarle en no pocas cuestiones. Aquella renovación estética contó con una importante labor previa de estudio y documentación . Se analizaron las pinturas de los Simpecados más representativos, revisaron antiguos grabados de la propia Virgen del Rocío, y hasta la del Rosario de la Real Maestranza de Sevilla; así como algunas imágenes devocionales que aún conservaban atuendos añejos.

El equilibrio compositivo de la saya y el manto blanco de la Virgen, que años antes había sido regalado por la condesa de París, en conjunción con las antiguas ráfagas que relucieron en su color original de plata, permitieron brillar más al oro de la magnífica presea prendida sobre la Reina de las Marismas. El conjunto quedó complementado con la incorporación de un rostrillo metálico de plata, con pedrería incrustada, que reemplazaba al de tejido bordado, destinado a resaltar el divino semblante de la Señora.

Aquella importante efeméride celebrada el 8 de junio de 1919, sirvió también para dejar establecido el modelo iconográfico con el que, a partir de entonces, comenzó a extenderse la fama de la Blanca Paloma. Esta invocación se afanó, especialmente, Muñoz y Pabón en asociarla a la Virgen del Rocío , en clara alusión a la pureza original de María. Ha publicado el historiador almonteño, Santiago Padilla, en su libro «Rocío, Reina de la Paz», que el manto que vistió la Virgen el día de la Coronación se enriqueció con la Paloma del Espíritu Santo, propia de la iconografía de la Inmaculada Concepción, sobre cuya cabeza la han representado posada muchos artistas.

El principal estreno de aquella solemnidad fue la corona impuesta a la Virgen, en el transcurso del pontifical celebrado en el Real, fuera de la ermita, por el señor cardenal de Sevilla, don Enrique Almaraz y Santos, cuando todavía Almonte pertenecía al archidiócesis hispalense. Después de una discusión para elegir el modelo , entre la hermana del arzobispo, doña Magdalena Almaraz, y Muñoz y Pabón, la Junta de la Coronación determinó inspirarse en la de la Inmaculada Grande de la catedral de Sevilla. Por suscripción popular se recogieron muchos donativos y alhajas de oro, a través de una campaña que se inició un año antes, en junio de 1918. Entre las muchas joyas que se engastaron, destaca el anillo del propio cardenal Almaraz con amatista . La elaboró el platero de la catedral, don Ricardo Espinosa de los Monteros, y se expuso al público en un escaparate de la calle Francos, entre los días 4 y 6 de junio de 1919. Y el acierto fue absoluto. Sin ser originaria de la Virgen del Rocío, no podía proclamar su realeza con más finura. También estrenó su coronita el Niño Jesús, que costeó la benefactora doña Juana Soldán, viuda de Cepeda .

El triunfo de la composición, llevó a la Hermandad Matriz a encargar, en 1949, una reproducción exacta de la corona de la Virgen, de la del Niño y las ráfagas para el uso cotidiano en el santuario, al orfebre Seco Velasco. La Coronación propició definir una peculiaridad iconográfica de la Virgen del Rocío, entre otras muchas consecuciones. Por ello, cantaba con alegría Muñoz y Pabón: « Desde Sevilla a Huelva, / Madre y Patrona, / a traerte venimos / una corona».