De la mercería al souvenir: Las ciudades andaluzas pierden sus comercios tradicionales
Las franquicias y los establecimientos de hostelería sustituyen a los negocios antiguos en los centros históricos
La subida de los precios de los alquileres hace que muchos propietarios tengan que cerrar
J.J. Madueño / G. Ortega / R. Pérez / M. Tajadura / La Voz de Cádiz / Huelva24 / ABC Córdoba
María Rodríguez lleva 38 años en su mercería 'Labora' en calle Granada de Málaga. Es de los pocos negocios tradicionales que quedan en el centro histórico de la ciudad. Un par de ultramarinos, alguna cerrajería, varias pastelerías. En calle Larios sólo quedan cinco negocios antiguos ... y cierra la pastelería Lepanto. Pese al 'boom' turístico, ella sigue sacando sus beneficios de los vecinos de toda la vida. «Ya por desgracia me faltan muchos, porque imagínate, desde el año 86 que abrí y aquí ya venían personas mayores con 60 ó 70 años. Ya no me queda ninguna», asegura esta dependienta.
En Málaga, desde que empezó a llegar el turismo las tiendas se centran en ese cliente. «No soy un 'souvenir', pero metí un poco de abanicos para captar clientes. Es lo que compran los turistas. No se llevan ni una media, ni una braga, ni nada de eso...», añade Rodríguez, que lamenta que el trato con los turistas no sea el mismo que con su clientela de toda la vida.
«Hay veces que entran y no dicen ni hola, como si aquí no hubiera nadie. Esta tienda les llama mucho la atención e incluso le echan fotos. Entran, miran para arriba y fotos, pero son muy secos», recuerda esta dependienta, que cree que su local de 23 metros cuadrados acabará siendo una heladería o una tienda de recuerdos cuando ella se jubile.
Su mercería, como La Verdadera de Jaén, que regenta Blanca Villajos, es con 80 años de historia de los pocos negocios tradicionales que van quedando en los centros de las ciudades andaluzas. La Junta de Andalucía estima que cada año cierran unos 3.000 comercios. En 2022 había alrededor de 88.000 y la cifra va bajando. Más del 90% de estos negocios son familiares y tienen un único dependiente.
Las calles históricas se llenan de grandes marcas, firmas, cadenas de comida y tiendas de carcasas para móviles. Aunque lo que más proliferan son los negocios de hostelería enfocados al turismo. Comida rápida, helados, galletas, kebabs, empanadas o cadenas de restaurantes y cafeterías. Los viejos clientes desaparecen y las nuevas fórmulas como la venta online no acaban de cuajar.
Los grandes centros comerciales también son una competencia difícil de superar. «La implantación de las franquicias hace que se pierda la atención personalizada al cliente, se pierde la cercanía y el cariño», afirma Villajos, quien explica que «la esencia, los valores y la atención personalizada» son claves hasta con la llegada de las redes sociales. «Es lo que hacía mi abuelo y seguimos manteniéndolo», añade.
«Cuando comenzamos había unas siete tiendas que se dedicaban a lo mismo, había competencia y estaban al lado, pero se vivía. Ahora, la competencia está en internet y en los centros comerciales que son los que arrastran a la gente. Es una situación complicada», explica Antonio Robles. Más del 90% de los andaluces ya realiza compras por internet.
Además, el crecimiento que se está registrando en el sector de la hostelería hace cerrar a negocios como el suyo. «El dueño que se ha jubilado, la siguiente generación sabe que el sacrificio no vale la pena», dice Robles. Quienes llegan a pasar un fin de semana a ciudades como Granada pueden ir a un restaurante de comida rápida o comprarse algo en un supermercado y llevarlo al piso turístico que han alquilado.
Lo sabe bien Francisco José Molina, que está al frente de la carnicería MMM en la calle Molinos. Después de todo, aún conserva su esencia. Pero también ve cómo muchas cosas de antaño van desapareciendo. «Se están cargando los barrios», sentencia Molina, que tiene claro que cuando se jubile su negocio cerrará. «Desde luego que no habrá relevo», añade este carnicero.
El turista de fin de semana no deja nada o casi nada en su tienda, que cierra los sábados al medio día. «Ahora la gente tiene un niño o ninguno, o un hijo y un perro, o dos perros. En este barrio hay más perros que personas y aquí no me compran carne para perro», afirma este comerciante, que ve en el descenso de la natalidad otro peligro para los negocios tradicionales de los centros históricos.
«El centro de Huelva ha tenido una época maravillosa que se ha perdido», resalta Cinta Platero de Encajería Plaza, que señala que la transformación se puede ver en su entorno más directo, como es la plaza de las Monjas.
Allí la hostelería coge el testigo de los locales que se van quedando vacíos. «La gente se preocupa más en divertirse, que está bien, que en cómo va vestida y si les falta un botón o una cremallera», expone esta empresaria de Huelva, que señala que un aspecto fundamental es la crisis del comercio es el elevado precio que asumen los pequeños empresarios por los alquileres de los locales. «Antes de la pandemia los precios eran horribles. Pedían hasta 1.500 por un espacio pequeño», revela Platero.
Para esta empresaria andaluza «la gran diferencia de 20 años para atrás» ha sido la peatonalización y considera que eso ha propiciado el crecimiento de la restauración en detrimento de los comercios, sobre todo por los precios de los alquileres.
En Cádiz, el precio de arrendar ha subido también de forma exponencial en los locales comerciales, al mismo tiempo que iban cambiando los hábitos de consumo, con un cliente ya acostumbrado a comprar por internet y recibir los productos en su propia casa. Los comerciantes se enfrentan a unos costes más altos en un momento en el que no hay alegría en el gasto y además se compra de forma alternativa, una mala combinación. Sobreviven los que tienen renta antigua.
Un ejemplo de esta situación es el cierre de 'El Millonario', una tienda histórica de la calle Barrié, a muy pocos metros del Mercado Central y la Torre Tavira. Especializado en artículos de broma y disfraces, muy vinculado al carnaval, Ramón Gómez cerró cuando le cuadraron los números para jubilarse. «Hubiera seguido, pero ya la cosa no estaba muy bien. Entre los chinos, la venta por internet, las grandes superficies... Todo ha ido restando hasta que la vaca ya no da más leche», afirma este empresario.
Una persona entra en Sombrerería Rusi en Córdoba y pide dos chisteras: una gris y otra negra. Mario Roldán, cuarta generación de este comercio, alcanza las cajas con un gancho. Su destino será el concurso de atalajes de tradición en esta capital de provincia, donde cochero y lacayo deben ir ataviados con esta prenda.
«Para sobrevivir hace falta especialización y aportar un sello artesanal de calidad», asegura Roldán, que ha ampliado el negocio y quiere tener una tienda como museo para que el público pueda ver cómo era un comercio antiguo como un taller de sombreros.
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