Mirar y ver
Elogio a los caracoles
Hoy abren los puestos de un producto gastronómico tan querido para los cordobeses
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Iniciar sesiónHoy da comienzo la temporada de caracoles , preludio de la primavera y ojalá con ella lleguen también las lluvias con que ahuyentar la sequía, siempre amenaza de mal agüero. Los caracoles aman la lluvia porque les permite avanzar mejor y sobrevivir, como a ... nosotros. Podremos ‘caracolear’. En el Diccionario de la Real Academia Española, el término se refiere a cada una de las vueltas y giros que el jinete hace dar al caballo. Pero esta palabra sonora y vigorosa podría ampliar sus acepciones con otras que describan esta genuina tradición cordobesa en toda la extensión de su significado, gastronómico y social.
En su dimensión culinaria, ‘caracolear’ denominaría la acción de acudir a los puestos a comer caracoles chicos, gordos, cabrillas, cocinados según las recetas tradicionales en caldo o en salsa, y las más recientes e innovadoras con gulas, con gambas, al roquefort y con aspiraciones de internacionalización: al funghi, a la carbonara, con salsa teriyaki o a la mexicana con nachos. En su dimensión social, ‘caracolear señalaría cómo se comen, los degustamos en la calle y en compañía.
Los caracoles están llenos de bondades. Los romanos los consumían como afrodisiaco. Son ricos en proteínas y minerales, bajos en grasa y su baba posee propiedades para la piel. Han sido inmortalizados por la pintura de Matisse, Miró y Dalí , y protagonistas en la literatura: el caracol de la casa del Hada azul de Pinocho; el presuntuoso con la rosa del cuento de Andersen; el despreciado por la mariposa de la fábula de Samaniego; el caracol de carreras que monta el diminuto Gluckuk en ‘La historia interminable’ o el caracol «pacífico burgués/de la vereda,/ignorado y humilde» de Lorca .
El caracol es símbolo de lo estable y cíclico en la espiral del caparazón. La lentitud y su rastro brillante recuerdan la importancia del tiempo de las cosas, necesario para saborearlas y romper con el culto a la rapidez, que conlleva prisas, superficialidad y agotamiento por la impaciencia. Es metáfora creadora de sentidos: pieza del reloj en la que se enrosca la cuerda del tiempo, un rizo de pelo, las vueltas que da un camino, el laberinto del oído y, muchas veces, de lo escuchado, palo alegre del flamenco, interjección que expresa sorpresa: ¡caracoles!
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