MIRAR Y VER
Machado en la Academia
La poesía pone letra a nuestra existencia, de la que forman parte de manera significativa sus versos
María Amor Martín: 'Apagón'
«Hoy es siempre todavía», había escrito Antonio Machado. La poesía es eterna y la Real Academia Española convencida de ello, probó suerte: «Siempre es hoy todavía». Y así fue. La semana pasada, se celebró el solemne acto de ingreso en la ... limpia y esplendorosa institución. Antonio Machado fue elegido en 1927 para ocupar como académico el sillón V que había dejado vacante Miguel Echegaray, dramaturgo y hermano del premio nobel de literatura. Sin embargo, tardó cuatro años en redactar su discurso de ingreso, lo dejó inconcluso y nunca llegó a presentarlo. Ya sí. Su discurso fue leído y escuchado, en una suspensión del paso del tiempo tan machadiana: «Perdonadme que haya tardado más de cuatro años, -ahora casi cien- en presentarme ante vosotros [...]. Me habéis honrado mucho, demasiado, al elegirme académico». Su voz cobró vida en la garganta prestada de José Sacristán, quien generoso, -hay que decirlo-, consiguió dejar su propio espacio a las palabras para que fueran las únicas protagonistas y convencieran de su realidad hasta la emoción, por poder escuchar en ellas al recién incorporado académico: «Habréis de perdonarme, señores, este rubor y esta timidez con que llego ante vosotros y el que yo, académico electo [...] me haya preguntado muchas veces [...] si merezco serlo», aunque reconoce que nadie habrá que «desdeñe el amor aunque le llegue cuando el sueño perdurable comience a enturbiarle los ojos».
El poeta habla poesía y de poesía. De qué otra cosa podría tratar, si no es de la palabra por excelencia, bella y trascendente. Rotundo, proclama que ella es «el más alto deporte de la inteligencia», cultivado en la interioridad. No quiere poetas sin alma, sino a aquellos que hacen surgir la poesía del «húmedo rincón de nuestros sueños, donde cada hombre cree encontrarse con sí mismo... su íntimo y único paisaje». Como la palabra y la literatura, y por serlo, la poesía nace contextualizada, aquí y ahora aunque apunte al futuro, no para alejarnos de la realidad y los demás, sino para comprenderlos mejor. De tal manera, concluye el poeta que, como el propio ser, «el genio calla porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida».
La poesía pone letra a nuestra existencia, de la que forman parte de manera significativa los versos de Machado. Su infancia «son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero», su «juventud veinte años en tierras de Castilla», luego otras muchas ciudades acogieron los pasos del poeta. Entre ellas, no estuvo Córdoba, aunque nos hubiese gustado, pero sí en sus poemas. Córdoba es «la serrana», le canta a «Córdoba la llana!», en la que «Guadalquivir hace vega» y contempla cómo «en los campos de Córdoba, la llana/que dieron su caballo al Romancero [...], /viejo olivo, [...] /¡cuán bello estás junto a la fuente erguido».
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