La Graílla

Si el oro se desdora

Quedaban los rótulos elegantes del negocio anterior y debajo campeaban ya mensajes directos: «Compro oro»

La edad de la inocencia

Encima de lo que había sido el escaparate de una tienda tradicional habían colocado el otro día los rótulos de un negocio nuevo. Los dueños no habían esperado ni siquiera a quitar las huellas y habían creado un palimpsesto algo desagradable y triste ... como una calle de tiendas cerradas, como tantos rincones de Ciudad Jardín dan pena en esta época a quienes la conocieron floreciente.

Quedaban todavía las letras que decían a qué se había dedicado antes aquel local, con ese aire de buen gusto del que quiere agradar por poner pasión en lo que hace para ganarse la vida, y debajo ya estaban los mensajes llamativos y directos de esos sitios que suelen florecer en los malos tiempos: «Compro oro. Joyas. Regalos».

Dice Antonio Muñoz Molina que al volver a España notó la crisis de 2007 no en que la gente pareciera más pobre ni en que se asaltaran los supermercados, sino en que hubieran crecido esas casas que brotan en tiempo de tribulación no se sabe si como una oportunidad de ganancia o como un socorro para los que tienen que desprenderse de algo para sobrevivir.

Hace milenios que la humanidad piensa en el oro como garantía de riqueza y de valor, pero el que llega a esos lugares vale todavía un poco más que su peso, aunque a quienes lo llevan con el corazón encogido no les puedan dar más que lo que diga la báscula.

Dúctil, brillante, seductor, agradecido para quien sabe trabajar con él, el oro puede deslumbrar en lingotes, pero se multiplica por la mano fina del orfebre y joyero que lo convierte en alianza de amor eterno o en cruz que terminará heredando alguien querido, en regalo que costó mucho esfuerzo y en pendientes que se llevarán en las mejores ocasiones aunque sean pocas.

Los que guardan algo de oro en casa no lo conservan como un tesoro de avariento, sino como un signo de la bendición del trabajo, del haberse cruzado con gente generosa en la vida y de que el esfuerzo les diera tal recompensa que quedara un poco para lucir alguna joya.

Ciudad Jardín hace tiempo que no es el barrio lleno de fruterías, pescaderías de confianza, tiendas de ropa en que uno podía vestirse con elegancia sin tener que cruzar la Victoria y lugares donde llevarse algún mueble sin necesidad de coger el coche, sino un muestrario de locales vacíos y con suerte franquicias. Ahora se asoma a lo que puede ser una crisis en ciernes por la subida de precios de la que tendrá la culpa algún señor lejano y allí y en otros lugares habrá gente que busque esas tiendas donde quieren el oro que más que su valor tiene la firma de un recuerdo, de un encuentro de familia, de un brindis.

Si el oro se desdora, ¿con qué se lo dorará? El metálico se fundirá para hacer recuerdos nuevos y sellar uniones tan sagradas ahora como el Código Civil que las bendice. Quién sabe si perderá la memoria o recordará, eterno como es para los seres humanos de todos los siglos, aquellos momentos de felicidad tierna que conjurarán quienes con un mal trago tuvieron que entregarlo.

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