La Graílla
Todos los días
Se sabe, pero se olvida: Dios hace a sus ministros del mismo barro con el que moldeó a todo el mundo
Patios sin desenclavar
Cicatrices
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Iniciar sesiónEsa voz que ahora pronunciará las palabras de Jesús la conocí en conversaciones interminables que dibujaban sueños de una hermandad que tal vez fuera imposible, proyectos que parecían quimeras y que fueron verdad por la inspiración del mismo Dios que lo llevó a este ... día grande. Esa mirada mansa en cualquier charla de cualquier cosa será ahora la que tenga que escuchar los pecados, invitar a la conversión y consolar tras el arrepentimiento con la misericordia del padre que recibe al hijo pródigo.
Esas manos que estreché y que me palmearon la espalda al abrazarme tendrán desde ahora -qué temblor hasta para escribirlo quien no tiene que hacerlo- que alzar el pan para que sea carne de Cristo, manjar de su banquete y signo de su presencia real en mitad del mundo.
No es difícil hacerse amigo de un sacerdote y comprender que en hombros que no son más fuertes ni más anchos que los propios dejó Dios una carga tremenda que todos ellos llevan con dignidad y sonrisas, sin pedir oraciones pero con más necesidad de ellas quizá que nadie; sólo se comprende su misterio cuando alguien a quien se ha conocido seglar, con quien se ha vestido la misma túnica de nazareno y que se ha ganado la vida en un trabajo como cualquiera, empieza a dar los pasos hacia las órdenes sagradas y llega al presbiterado.
Se sabe, pero se olvida, o se quiere olvidar: Dios hace a sus ministros del barro débil con el que se moldeó a todo el mundo, y cuando se escribe a pocas horas del momento en que un amigo reciba las órdenes esa arcilla frágil parece por la gracia divina hormigón robusto o mármol deslumbrante por lo que tendrá que hacer.
Se sabe, pero se olvida: quien tendrá que absolver de los pecados, consagrar y predicar nació como todos, creció como los demás, tuvo aspiraciones que no serían distintas de las de tantos y escuchó cierto día una llamada para servir a sus hermanos en aquello que no pueden hacer y que a veces necesitan tanto como comer, porque los que van a la iglesia están más hambrientos de palabras y de consuelo que de pan.
Tal vez en algún momento de esta tarde, José Carlos, encuentres delante de ti a esa muchedumbre de ovejas sin pastor de las que el Señor se compadeció y a las que enseñaba. Para hacer lo mismo te has preparado en estos años y a los que te conocieron de seglar y más tarde te vieron ascender con la determinación de San Agustín y la llama de amor viva de San Juan de la Cruz no les queda la menor duda de que no te faltará ni voz ni valentía para conducirlos a las fuentes tranquilas de la palabra y la espiritualidad.
En aquellas manos que conocimos tan normales como las nuestras se hará realidad ahora la promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días». Para los momentos del gozo y para aquellos en que la cruz te parezca dura cuenta con que la Virgen de las Angustias, que mañana escuchará tu primera misa, no dejará de escuchar oraciones en que estés presente.
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