La Graílla
Patios sin desenclavar
Lo extraordinario al cruzar el umbral es el sueño de una vida a la sombra del árbol y al compás de la mecedora
Cicatrices
Fiestas blindadas
Cruzar los umbrales que se abren en mayo como flores en su primavera justa es asomarse a la vida que no se tiene, igual que leer es meterse en la piel de los seres humanos que uno nunca será y asomarse a los ... paisajes que sólo existirán en las páginas, aunque las dos cosas sean reales y sentidas en el momento de abrir el libro.
Las gitanillas encendidas al sol tienen cerca un verano en que se abrasarán y no serán más que pétalos barridos en el suelo. Las brácteas de las buganvillas caerán como papeles con notas caducadas y las lobelias perderán el azul cuando el verano dicte la verdad de que ha pasado su momento. Viven por la naturaleza y por ella caduca su belleza, mueren o esperan la renovación, pero no son más que ornamento o excusa.
Lo de verdad extraordinario en los Patios de Córdoba es la posibilidad de encontrar una forma de vida diferente y de imaginar cómo son los días de quien no tiene más que levantarse de la cama para asomarse al pozo, para sentarse a la sombra del árbol o ver las noches al compás de la mecedora.
Se entra en Marroquíes y se imagina el visitante que en otra vida habría habitado solo en uno de esos apartamentos pequeños en los que el paraíso está al alcance del porche, cuando aquello que otros llaman patio es un barrio autosuficiente y feliz del que sólo habrá que salir unas cuantas veces a la semana para someterse a los ruidos y prisas del mundo y regresar a cubierto pronto.
En Chaparro, que este año ha tenido sus puertas cerradas a unos pocos metros de allí, la cabeza imagina unas cuantas historias de convivencias de familias de la misma edad, de chicos que crecen juntos y de ratos de conversación en el patio que mezcló la arquitectura de este tiempo con la forma de vida que se empezaba a perder en los bloques clónicos y en las avenidas sin siquiera locales que distingan unas calles de otras.
El que alguna vez hizo su casa en lugares trazados por la lógica fría de las cartabones o por la inclemencia de los números del ordenador piensa al abrirse un patio acogedor y no muy grande si no habría hecho mejor en buscar el hogar en lugares de cielo abierto en que las campanas de alguna iglesia vieja le diesen la hora, y en que no echase de menos el coche porque no fuese necesario para hacer un rosario de compras del pan a la carne y de la fruta al pescado sin cansarse.
Los que visitan caen entonces en la cuenta de que no son esas calles de nombres armoniosos decorado ni viaje al pasado, sino el lugar en que habitaron y habitan quienes no son distintos de él y tal vez ni siquiera piensan que vivan mejor. Cuando el que se ha asomado al patio vuelva a la racionalidad de su piso con ascensor que baja a la cochera habrá tal vez olvidado el sueño de haberse imaginado en la casa que no tuvo, como las páginas de un libro que parece olvidado y que del que queda un personaje o una frase sin desenclavar.
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