PASAR EL RATO
Jugar a la lotería
La suerte puede sustituir ventajosamente a la inteligencia, y constituye ella misma una emoción
La Bonoloto deja en el barrio del Guadalquivir de Córdoba 3,4 millones para un acertante
Los encargados del establecimiento del barrio del Guadalquivir con un cartel del número premiado
La buena suerte es la realidad manifestada conforme a nuestros deseos. Me gustaría encontrar un buen trabajo, aprobar las oposiciones, que el partido me incluyera en las listas al Congreso, que me tocara la lotería. Un premio de la lotería es el modelo más ... acabado del azar. No nos exige ningún esfuerzo, ni intelectual ni físico, y nos conduce directamente al ideal neurasténico de todo admirador de Pedro Sánchez, del mismo Pedro Sánchez: vivir bien trabajando poco. Confiar en la suerte nos exime de creer en nuestras capacidades, cuyo desarrollo exige acción. La suerte puede sustituir ventajosamente a la inteligencia, y constituye ella misma una emoción. Vivir pendiente de la suerte va creando una personalidad ortopédica.
El fanático de la suerte no está preparado para contemplar la otra cara azarosa de la luna: la mala suerte. Un sistema educativo de alguna calidad debería enseñarnos desde pequeños a mirar con la misma indiferencia las dos caras del lenguado de la suerte: la buena y la mala. Porque las dos mienten, aunque tenga más gracia la falsedad de la buena. «La vida es ondulante», le gustaba repetir a José Pla, citando a Montaigne, pero la idea viene de un poco más atrás, de nuestro bienhumorado fray Antonio de Guevara. («Menosprecio de corte y alabanza de aldea»).
La fortuna puede convertirse en desgracia, el hombre es variable, como el tiempo, y el mundo se mueve por caprichos. La única certeza es la incertidumbre. Creer en la suerte es vivir con los ojos cerrados. Haga lo que haga, nada depende de mí, sino de la voluble casualidad. O de la maldad ajena, de las múltiples conspiraciones en mi contra. Lo mejor será quedarse en la cama, y levantarnos cuando nos comuniquen que nos ha tocado la lotería. Sobre un estanco del barrio del Guadalquivir, en la afortunada ciudad de Córdoba, ha descendido la diosa Bonoloto y lo ha cubierto con un manto estrellado de 3,4 millones de euros.
No es dinero suficiente para comprar el 10% de Telefónica, como han hecho los árabes, que no necesitan jugar a la lotería, pero da para bastantes acciones. Según los estanqueros, el millonario no se ha identificado. Ese detalle habla en su favor, qué necesidad tiene nadie de dar 3,4 millones de euros al pregonero. Si el ganador pertenece a la clase más refinada de los afortunados, repartirá.
El jugador de lotería se divide en dos categorías morales: el que sueña con poder beneficiar a otros, y sonríe imaginando otras sonrisas de felicidad, y el que lo quiere todo para él, como Puigdemont. Una vez comprado el chalé, el coche, pagado un crucero por el Mediterráneo y hecha una buena reserva para emergencias, 3,4 millones de euros dan para alegrar otras vidas. El nuevo rico cordobés se ha liberado por fin de la más vulgar de las servidumbres humanas: esperar a que le toque la lotería. Ahora ya no tiene excusas para ser feliz. Que tengas suerte, hombre. ¿Y para qué quiero yo la suerte, si llevo toda la vida preparándome para no necesitarla? Aunque mañana jugaré a la lotería. Por si acaso.
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