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historia

Gloria y desventuras del 'otro' Gran Capitán en Córdoba

Aniversario

400 años se cumplen de la batalla de Fleurus, la mayor gesta de Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona

Bisnieto del Gran Capitán, fue el segundo al mando en la mítica Rendición de Bredaa

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Cuadro 'La victoria de Fleurus', en el que se representa a don Gonzalo a caballo en primer término ABC

Félix R. Cardador

Córdoba

En la localidad de Fleurus, en lo que hoy es territorio belga, alcanzó la gloria militar hace cuatro siglos un legendario cordobés: el egabrense Gonzalo Fernández de Córdoba Cardona-Anglesola, conocido en vida como 'el segundo' o 'el otro' Gran Capitán. Cuatrocientos años exactos se cumplen mañana de esa célebre batalla, que tuvo lugar el 29 de agosto de 1622. En el contexto de la Guerra de los Treinta Años, enfrentó al Ejército imperial español con las fuerzas protestantes. El encargo que recibió el militar cordobés en aquella ocasión consistió en auxiliar a las fuerzas de avanzada de Ambrosio de Spínola, que se vieron amenazadas por un doble frente cuando una columna luterana comandada por los alemanes Ernesto de Mansfeld y Christián de Brunswick ingresó en los Países Bajos, en la provincia del Henao. Lo hicieron a través del país vecino de Francia y con el objetivo de dar respaldo a los rebeldes.

Los cronistas cuentan que en Fleurus don Gonzalo, que ejercía en esos años de coronel de los Tercios Viejos, mostró toda su habilidad militar para frenar el paso de los invasores y liberar así a las tropas españolas de Spínola, que se habían quedado aisladas en el estuario del río Escalda. La hazaña de Fernández de Córdoba y sus tercios llegó a la Corte, con tanto eco que incluso el gran Lope de Vega le dedicó al militar egabrense su obra teatral 'La nueva victoria de Gonzalo de Córdoba'. Tampoco el Rey Felipe IV fue ajeno a aquella gesta y lo nombró marqués de Maratea. Tal concesión nobiliaria se elevaría al final de esa misma década al ser nombrado Príncipe del Sacro Imperio, con lo que a la historia ha pasado con el flamante título de Príncipe de Maratea. En el campo del arte también queda su imagen en el Museo del Prado como testimonio de aquel combate en el épico cuadro del pintor florentino Vicente Carducho, que representa al coronel egabrense victorioso tras su hazaña en Fleurus.

Los orígenes egabrenses

La vida militar y civil de este personaje histórico, digno de una novela, va más allá de ese brillante capítulo. Su existencia arrancó en el Castillo de Cabra, donde nació en 1585 como hijo del por entonces duque de Soma, Sessa y Baena, Antonio de Cardona. Por una parte era descendiente de la más antigua nobleza catalana, mientras que por otra descendía directamente de la Casa Córdoba y del primer Gran Capitán, del que era bisnieto y del que heredó su nombre y apellidos y su habilidad en el campo de batalla.

Según cuenta el historiador Manuel Güell, como no fue el primogénito de la familia y además eran muchos hermanos, don Gonzalo decidió optar por la carrera militar como vía para lograr sus propias glorias. Ingresó en la Orden de Santiago con algo más de 20 años y pasó a Italia, lugar de las grandes gestas de su bisabuelo, al cumplir los 30 años y bajo las órdenes del Marqués de Santa Cruz. Su primer combate fue el asalto de La Goleta, contra los berberiscos y en el que el escritor Arturo Pérez Reverte también sitúa a su célebre personaje Diego Alatriste y Tenorio, del que también dice que fue herido en Fleurus más tarde y bajo el mando del propio Fernández de Córdoba. En ese primer periplo italiano participó el militar cordobés en la guerra contra Saboya, a las órdenes del marqués de Villafranca.

Imagen principal - Rendición de Breda, castillo de Cabra en el que nació y retrato del otro Gran Capitán
Imagen secundaria 1 - Rendición de Breda, castillo de Cabra en el que nació y retrato del otro Gran Capitán
Imagen secundaria 2 - Rendición de Breda, castillo de Cabra en el que nació y retrato del otro Gran Capitán
Detalles de una figura histótica Rendición de Breda, castillo de Cabra en el que nació y retrato del otro Gran Capitán ABC

De su buena disposición en estos lances italianos llegó la decisión de enviarlo al Palatinado del Rin como apoyo del genovés Ambrosio de Spínola una vez que estalló la Guerra de los Treinta Años, en 1620. Su misión, al mando de una tropa de 4.000 infantes, consistía en mantener el control en la zona central del Rin. Según cuenta Manuel Güell, «en ese escenario de guerra asistió a la toma de Maguncia y cosechó sus mayores triunfos, empezando por algunos primeros laureles de poca consideración como el de Conflans o el que le proporcionó la toma de pequeños castillos asentados en la ribera del Rin como Bacherab y Kaub». A principios de abril de 1621 asumió el mando de parte del ejército durante la ausencia de Spínola, llamado a Bruselas, y el 7 de mayo de 1622 sus tercios, alineados con el ejército bávaro, fueron decisivos para alcanzar la victoria sobre los luteranos en Wimpfen. El verano de ese mismo año llegaría su consagración definitiva, cuando aún no había cumplido los 40 años de edad.

Primero, en julio, al vencer a los protestantes en Höscht, y al mes siguiente en la célebre batalla de Fleurus. También participó como segundo al mando en el célebre asedio de Breda de 1625, en el que alcanzó la inmortalidad militar su superior Ambrosio de Spínola y Grimaldi y que dio pie al celebérrimo cuadro del sevillano Diego Velázquez conocido como 'La rendición de Breda' o 'Las lanzas'.

El desastre de Montferrato

Tras aquellos éxitos en los Países Bajos, Gonzalo Fernández de Córdoba fue de nuevo destinado a la península itálica, que desde el siglo XVI vivía un conflicto continuado en el contexto de las inacabables convulsiones italianas. Allí sufrió el gran traspiés de su carrera en la batalla de Mantua y Montferrato, dos plazas que se perdieron ante los aliados francófilos del temible cardenal Richelieu, el célebre enemigo de 'Los tres mosqueteros', y que acabaron con la firma del Tratado de Paz de Susa tras un largo y fracasado asedio dirigido por el militar cordobés. La dolorosa derrota causó gran impacto en la Corte y don Gonzalo fue llamado a Madrid.

Su figura cayó en el descrédito como culpable de esta pérdida que trastocaba los planes españoles en Italia y se cuenta que el suceso incluso causó una depresión al Conde-Duque de Olivares. Pese a lo ocurrido y a la aversión que desde entonces le tuvo el todopoderoso valido, el Rey lo incluyó por sus servicios previos en el Consejo de Estado y se le encargaron misiones diplomáticas en Francia. El objetivo de don Gonzalo en París fue el de intentar convencer a Luis XIII para que dejara de prestar su apoyo a los suecos. También fue uno de los cuatro maeses de campo a quien la infanta Isabel Clara Eugenia, soberana de los Países Bajos, encargó el gobierno de los Estados, cometido que asumió durante unas breves semanas. Incluso se especuló en ese periodo con enviarlo de nuevo a Flandes, algo a lo que se opuso.

Finalmente, y dado que los efectos de la derrota de Montferrato y la aversión de Olivares seguían pesando sobre su carrera, acabó retirado en el castillo turolense de Montalbán, del que fue nombrado comendador. Allí murió en el invierno de 1635 con 50 años de edad. Su cadáver fue trasladado a Córdoba, al Convento Madre de Dios de Baena, que había financiado su familia y donde una inscripción lo recuerda. Pese a estos desagradables sucesos, los cronistas relatan que su fallecimiento causó pesar en los recios hombres del Tercio que habían servido para él en el pasado y que aún recordaban su participación destacada y valerosa en la rendición de Breda o en la gesta de Fleurus.

Esas victorias de las que ahora se cumplen cuatro siglos hicieron que su nombre y los apellidos de su bisabuelo, unidos siempre al de Córdoba, quedasen de nuevo vinculados a la historia militar europea de la Edad Moderna. A algunos de los más destacados pasajes del imperio español en los años en los que aún parecía lejana su decadencia.

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