Inflación procesional

¿Alguien puede imaginar que tuviéramos luces navideñas en abril y mayo, espectáculo de luz y sonido de Cruz Conde en junio y julio, para las rebajas; Fiesta de los Patios en febrero, noviembre y agosto o casetas de Feria en semanas alternas...? ¿O Carnaval un semestre completo? El informe que ABC publicó este lunes sobre la inflación procesional en la ciudad encierra la fuerza de los datos -un cortejo cada tres días- y la necesidad de reflexionar sobre esta tendencia creciente en los últimos años. De que los actores y rectores de esta coyuntura se percaten del flaco favor que, en el fondo, se están haciendo.

No hay más fe porque se recorran más calles con el titular de una hermandad de pasión o gloria o porque se organicen traslados y cultos de escasa justificación para regocijo de los más próximos. Y hay veces en que la veneración de una imagen pierde la esencia y el sentido del recogimiento y la oración con sólo atravesar el cancel y distorsionar lo que, en puridad, no pide. Se está perdiendo el relato, la cronología, la liturgia y la divulgación entre los más pequeños o los más jóvenes de lo que toda la vida fue un camino preparatorio hacia los días en que todo sucedió. El equilibrio.

Existe otro efecto colateral que no se le debe escapar a nadie, y es el encaje con los servicios públicos de la ciudad. En numerosas ocasiones, la ausencia de efectivos policías para llegar a todas partes y eventos que se organizan han obligado a hermanos (religiosos o hasta docentes de un centro e incluso padres) a ostentar una responsabilidad sobre la vía pública que no les concierne. Y el exceso, además, propicia el roce áspero, en ocasiones, con los propios vecinos. Cada afán tiene su propio tiempo.