TRADICIÓN
Por quién doblan las campanas de La Fuensanta de Córdoba a la sombra del caimán
Los pequeños instrumentos de barro persisten como el recuerdo de la cita
El obispo de Córdoba, ante la Fuensanta: «Esta sencillez de la Virgen tenemos que copiarla en nuestras vidas»
Campanas expuestas en la plaza del Pocito
Llega puntual el tintineo del arranque de septiembre. Por quién van a doblar las campanitas de los puestos de la plaza del Pocito. Pues por ti que ves que el verano ha pasado en un suspiro, que atrás quedó el calor ... asfixiante, que va haciendo falta una rebequita para salir a la calle de noche y pisar esta feria menor que en verdad marca el límite del ocio con el momento ya inevitable de la rutina de la vida con sus horarios y con sus obligaciones.
Pocos niños ha de haber en Córdoba que no hayan pintado con una acuarela o con un rotulador o con una cera el barro desnudo del símbolo por excelencia de la Velá de la Fuensanta.
Sí, sí, sí, vale que está el caimán, las fiestas de guardar en el Santuario, la fritanga de las sardinas, el maratón de dominó, los exvotos, las pistas de los coches de choque, las churrerías y los veladores de los bares de la zona con manga ancha para pasarse de la hora porque la ocasión lo merece, porque esto sucede una vez al año y las fiestas hay que celebrarlas.
Vocerío de vendedores
«Las tengo lisas, de colores, decoradas con el lagarto, con la Mezquita, con el Puente Romano, con el escudo del Córdoba...». El vocerío de los vendedores es la salsa del comercio fugaz que constituye la señal más clara de que el otoño se despereza, de que el estío se va, se agota, se está despidiendo para meterse en el cajón hasta dentro de casi un año.
Las campanitas guardan también en su concavidad la pauta del final de la infancia: el padre y la madre, quizás ya con el alivio del inicio inminente de la temporada escolar, depositan en el niño o la niña la responsabilidad de que el recuerdo artesano llegue sano y salvo a casa, al estante del salón, a la repisa del cuarto compartido con el hermano gemelo.
Por quién dobla el juguete simple y delicado, frágil al tiempo que se mezcla en la bolsa de plástico con el libro de ocasión que inaugura las colecciones que ahora llenan los quioscos —las 'Bodas de sangre' de Federico García Lorca, 'Una habitación propia' de Virginia Woolf, una biografía de Hitler a la que va a seguir otra de Mengele—. El recuerdo de la Velá de la Fuensanta dobla por el tiempo que se fue y por el que está por venir entre hojas caídas, cazadoras de entretiempo y cuadernos que huelen a lo que está por estrenar y por escribir.
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