CONTRAMIRADAS
Carlos Clementson (Poeta, crítico literario y traductor): «Con Liébana muere la alegría a través del arte»
Poeta, crítico literario y traductor de catalán, gallego, francés y portugués, ha publicado más de 40 libros
Muere Ginés Liébana, el pintor que llevó el espíritu de Cántico hasta los 101 años
Córdoba
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Iniciar sesiónCarlos Clementson vuelve a sentarse en estas páginas. Ya lo hizo en octubre de 2009. Entonces, los libros devoraban su despacho en la UCO. Los libros y también la turbación religiosa, que le acompaña desde que los maristas forjaran su educación en ... la niñez. Por eso, quizás, se proclama unamuniano. Tanto que acaba de publicar «Entre Dios y la nada. La poesía de Miguel de Unamuno».
—Intenta usted resolver sus dudas teológicas.
—Por supuesto. Me considero un cristiano unamuniano.
—Y sus dudas permanecen.
—Claro. Lo que hay es que asirse a la esperanza como virtud teologal.
—¿Esperanza en qué?
—En todo. Yo soy optimista a pesar de las dudas. Hay que tener siempre la mirada abierta hacia el futuro y ver las cosas desde un punto de vista positivo, aunque la realidad pueda ser dolorosa.
—A usted las dudas lo dominan.
—Sí. Tenga en cuenta que tengo una formación religiosa desde que, con año y medio, entré en La Milagrosa en la calle Gondomar. Luego pasé a los maristas. Aquello era nacionalcatolicismo. La gente no sabe la gravedad que ese concepto implica. El nacionalcatolicismo te impone condicionamientos metafísicos y eso es tremendo. En nuestra juventud, el pecado era la obsesión.
—Y sigue influido por esa educación.
—Aquella educación tenía una cosa positiva. Como era cuartel y sacristía, tenías que estudiar a la fuerza. Sabías más latín que un cura. Desde el punto de vista religioso, era castrante. Una opresión continua espiritual, que te deja mucha huella: las crisis religiosas y el terror del infierno.
—¿Usted cree en el infierno?
—Yo no creo en el infierno por la sencilla razón de que Dios es infinitamente bueno. Todo lo que hace el hombre es limitado y no puede ser condenado a una pena eterna una persona que es la limitación misma.
«No cometí los pecados que hubiera querido. Entonces éramos de una inocencia supina»
—¿Y sin infierno hay paraíso?
—No lo sabemos. No conocemos la transvida. Es un tema que me ha preocupado de siempre.
—¿Le apasiona o le atormenta?
—Me preocupaba de jovencito. Entonces tenía muchas preocupaciones dogmáticas. Había que estudiar todos los concilios y todos los dogmas. Ahora me sirve de reflexión y de búsqueda. Y con una mirada optimista. Los terrores del infierno ya se quedaron atrás.
—¿Usted ha pecado mucho?
—Desgraciadamente, los pecados que yo hubiera querido no. No podíamos pecar. Éramos de una inocencia supina. Por ejemplo, en cuanto al sexto mandamiento, que la mayoría de las veces no es pecado, aún en el sentido más restrictivo, con 18 años todavía no había pecado nunca. Era un santo varón.
—Y se arrepiente de no haber pecado.
—Es que no se podía cometer pecado en aquella época. Alguno más hubiera cometido.
—¿Sus dudas lo mandarán al purgatorio?
—El purgatorio, a veces, lo pasa uno aquí. No tiene que haber mucho sufrimiento en el otro mundo. Tiene que ser una sensación de acogida. Lo veo así.
—¿A dónde irá usted cuando no habite entre los vivos?
—Eso no se sabe. A lo mejor se queda uno por aquí.
—Por el éter.
—No lo podemos saber. Ahí está la imaginación. También vi la religión siempre como algo literario y poético. Por eso, me molestaba mucho que me lo condicionaran con los dogmas y una moral estricta coercitiva que no venía a cuento. En PREU fuimos a hacer ejercicios espirituales en Montilla. Era terrorífico. Había un féretro mientras hablaban de la muerte con una ambientación escenográfica en la capilla muy tenebrosa. Cuando volví a Córdoba, le pedí a mi abuela dinero para comprar las obras completas de San Juan de la Cruz, las de Santa Teresa y los «Himnos a los mártires», de Prudencio.
—¿Qué respuestas encontró?
—Yo los leía como fervor espiritual y literario también. La religión tiene valores estéticos.
—¿Dónde está hoy Ginés Liébana?
—Ahora está en nuestro recuerdo y en nuestra memoria. Puede que esté paseando por aquí o que haya vuelto a Valenzuela, donde se crió de pequeño.
—¿Qué se ha muerto con Liébana?
—Se ha muerto una cosa muy importante: un concepto del arte alegre. La proclamación de la alegría a través de la pintura. Tenía una aversión terrible a lo trágico de los existencialistas. Se reía de ellos. Después de una experiencia trágica como el fusilamiento del padre y del hermano había conseguido reponerse de un dolor tan terrible y optar por la alegría. Eso es muy difícil. Tras el duro golpe, la madre de Liébana ingresó en un convento.
—El arte como catarsis.
—Sí. Y eso es muy importante en Ginés.
—Morir un 31 de diciembre a los 101 años está al alcance de los elegidos.
—Un 31 de diciembre también murió Unamuno, que era todo lo contrario que Liébana.
—Y usted está más cerca de Unamuno.
—No, no, no. Yo soy una persona optimista, pero siempre me ha preocupado la trascendencia y el misterio.
—¿En qué estante tiene usted al Grupo Cántico?
—Lo primero es que la mayoría están muy cerca de mí cordialmente como amigos, con la excepción de Ricardo Molina, al que no pude conocer. Cuando muere Ricardo Molina, en 1968, Gerardo Diego le dedicó una Tercera de ABC muy bonita. Yo hice mi tesis doctoral sobre el Grupo Cántico. Mil cuatrocientos setenta y tantos folios en formato antiguo. Aquello fue terrible. Y he tenido una gran amistad con Juan Bernier.
—Leyó usted su 'Diario'.
—Sí.
—Eso hoy sería pecado mortal.
—Juan me hablaba de su 'Diario', que, a veces, es terrible.
—¿Por qué no lo publicó en vida?
—Lo quería publicar. Y antes de que lo publicara el sobrino, hubo algún catedrático amigo de Juan que no lo consideró oportuno.
—¿Por pudor?
—Fueron personalidades del mundo crítico que consideraron que podrían desmerecer el nombre de Juan.
—Usted sigue trabajando por la noche. ¿Le molesta la luz?
—No. Me gusta también. Pero me habitué a trabajar de noche y ese ha sido un hándicap que he tenido.
—¿Cómo se ve usted el mundo a los 78 años?
—Si digo que lo veo bien, quedo mal. Y lo veo bien, a pesar de la guerra de Ucrania. Creíamos que era de otra época. Ya el mundo no es así. Después de la experiencia de las dos guerras mundiales, en Europa es para haber aprendido.
«Bernier quiso publicar su 'Diario' pero gente del mundo literario consideró que podía desmerecer su nombre»
—Se jubiló usted con 71.
—Sí. Y luego tuvieron la gentileza de dejarme cinco o seis años en el departamento.
—Lo tuvieron que echar.
—Me echaron ya a la fuerza porque venía una nueva profesora.
—¿Por qué se aferró al despacho?
—Porque estaba encantado allí. Me encantaba dar clase y hablar de literatura, hasta tal punto de que me traía mis libros al departamento porque no me cabían en casa.
—¿Para qué sirven las Humanidades?
—Para vivir y buscar un cierto sentido a la existencia.
—Hoy día lo que no es productivo no sirve.
—Las Humanidades son productivas. Los beneficios económicos del mundo de la cultura son muy positivos. Y, desde un punto de vista moral y de la dimensión espiritual de la persona, las Humanidades siguen siendo fundamentales.
—De Twitter mejor no hablamos.
—De eso no tengo.
—Pero sabe qué es.
—Esas cosas breves, ¿no? Tuits de esos.
—¿Cómo pasa usted los días?
—Leyendo y escribiendo. Y, de vez en cuando, hablando con los amigos, que son fundamentales.
—¿Qué espera de la vida?
—Seguir como hasta ahora. ¿Le parece poco?
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