Cultura
El camino de la academia a la vanguardia del pintor cordobés Ángel López-Obrero
ANIVERSARIO
Formado en Madrid bajo el magisterio de Vázquez Díaz, construyó una obra propia que navega por las tendencias de su tiempo y también fue vital en la recuperación de técnicas cordobesas como el guadamecí y el cordobán
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Félix Ruiz Cardador
Córdoba
En el año 1992, en aquella España feliz de la expo universal en Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, en la Córdoba del nuevo AVE y los sueños de modernidad, moría uno de los mejores pintores figurativos que la ciudad dio ... a lo largo del siglo XX. Treinta años han pasado desde aquel fallecimiento, en los que el nombre de Ángel López-Obrero (1910-1992) ha vivido momentos de reivindicación y otros de suave olvido.
Más allá de esos vaivenes de la memoria, el artista es uno de los artistas cordobeses contemporáneos que cuenta con una obra permanente en exposición en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, cosa complicada y por ello simbólica dada la falta de espacio de la pinacoteca.
También dispone de una página en las redes sociales que recupera fotografías de su vida y algunas de sus obras. La permanencia es más que justificada pues hablamos de un artista que vivió con intensidad su tiempo y que supo crear una obra con personalidad propia y que navega entre «el academicismo que aprendió en sus años formativos y una vanguardia moderada», como ha escrito sobre él la profesora de la Universidad de Córdoba María Ángeles Raya.
Es decir, que supo hacer confluir la mirada al pasado y el aprendizaje de los grandes maestros con la observación de las corrientes de su tiempo y también con los sucesos y con los contrastes sociales de las décadas que le tocó vivir, marcadas por la guerra civil y la posguerra.
Ángel López-Obrero Castiñeira nació en Córdoba, aunque con apenas año y medio se trasladó con su familia a la localidad de Bujalance, de la que regresó de nuevo a la capital a los cuatro años. Con poco más de 10 ya demostraba pasión por el dibujo y destreza, por lo que lo matricularon en la Escuela de Artes y Oficios.
Niño prodigio, consiguió una beca de la Diputación Provincial en 1924 para formarse en Madrid y con 15 años ya protagonizó su primera exposición colectiva en la capital cordobesa, en el Círculo de la Amistad.
Otro paso decisivo en esa fértil adolescencia de López-Obrero fue la relación que estableció con el pintor madrileño Daniel Vázquez Díaz, que anduvo en esos felices años 20 por Córdoba para realizar su célebre retrato de Guerrita.
En la capital española, Ángel López-Obrero compaginó desde 1925 sus estudios en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado con las horas de aprendizaje en el taller madrileño de su maestro.
Nació ahí esa dualidad que recorre su obra, pues si en la Escuela aprendía las técnicas de los clásicos con Daniel Vázquez Díaz captaba las tendencias de la vanguardia, lo que cuentan que le ocasionó alguna contrariedad con sus profesores, renuentes a que en sus aulas se introdujesen las revoluciones artísticas que llegaban desde París.
Su estancia en Madrid no le hizo perder el contacto con Córdoba, a la que regresó por ejemplo para protagonizar su primera muestra individual en el Círculo de Labradores.
Sus inquietudes renovadoras lo llevaron a integrarse a finales de esa década de los 20 en el grupo conocido como Los Independientes, que formaban varios artistas jóvenes y que impulsaban también conocidos críticos de arte que reclamaban una modernización del arte español.
Con ellos protagonizó su primera exposición colectiva en Madrid, auspiciada por el periódico 'El Heraldo', y en 1930 debutó en solitario en la capital con una muestra dedicada a estampas andaluzas y con la que consiguió un importante éxito.
Fue también en esos años cuando, tras mudarse a Barcelona, comenzó a nacer su compromiso político en un contexto marcado por la II República. En la Guerra Civil, ya afiliado al PSOE desde julio del 36, López-Obrero ejerció como comisario político en Tarragona.
Al término del conflicto armado, se exilió a Francia y estuvo unos meses en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Tras vivir luego un tiempo breve en Tolouse y exponer su obra junto a otros artistas exiliados en un galería parisina, decidió regresar a España en 1940.
A su regreso, fue encarcelado y condenado a muerte, pero la pena le fue conmutada por 20 años de prisión. No fue sin embargo, como en muchos otros casos, tan largo el cautiverio y en 1942, tras pasar por penales de Gerona y Barcelona, pudo salir en libertad vigilida.
En 1944 regresaba al mundo expositivo con una individual en Barcelona, donde también creó diversas escuelas de arte para sobrevivir en la Ciudad Condal en aquellos tiempos.
El definitivo regreso a Córdoba se produjo en 1952, cuando decidió abrir en el Casco Histórico junto a su esposa, Mercedes Miarons, un taller de guadamecíes y cordobanes, cuya labor gozó de fama internacional y aparece hoy en los manuales de Arte Decorativo.
El Taller Meryan (que une los nombres de Mercedes y Ángel) sigue vivo hoy, en la Calleja de las Flores, gracias a sus descendientes y colabora de forma habitual con las grandes marcas europeas de moda.
El éxito de ese renovador proyecto de repujado en cuero lo compatibilizó el artista con su obra personal, de tal modo que dos años después volvió a exponer en Madrid por vez primera desde antes de la guerra, primero en una colectiva organizada por Eugenio D'Ors y luego con una individual.
En Córdoba, consiguió plaza como profesor de la Escuela de Arte Mateo Inurria y se convirtió en un personaje destacado de la vida cultural de la ciudad, clave en la pintura pero también en la recuperación y modernización de una técnica ancestral de la ciudad en el trabajo del cuero. El artista falleció en 1992 tras dejar un rico legado artístico que luego han seguido sus hijos y su nieto.
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