ajuste de cuentas

La imaginación vota

Estudios recientes demuestran que ajustamos nuestra ideación del futuro al sesgo político

(09/06/25) La amenaza cripto

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ignacio gil

¿Cómo es posible que ciudadanos que se consideran morales voten por líderes mentirosos e inescrupulosos? La psicología lleva décadas explicándolo: los seres humanos somos expertos en racionalizar la incoherencia cuando nuestros intereses entran en conflicto con los principios. Disponemos de mecanismos que nos permiten ... actuar mal sin dejar de vernos como buenas personas: desde la autoexculpación hasta el uso de eufemismos o la deshumanización del adversario, fenómeno del que Pedro Sánchez ha dicho ser víctima al menos en dos ocasiones desde 2023.

A esta inconsistencia moral se suma el doble estándar. Juzgamos con severidad al rival político, pero aplicamos indulgencia a los nuestros. Esto se refuerza con el llamado «razonamiento motivado»: la tendencia a aceptar como válidas las conclusiones que coinciden con nuestros prejuicios. Y si el incentivo es fuerte —un cargo, la supervivencia de una coalición—, la ética se vuelve negociable.

Sin embargo, se suponía que la imaginación estaba libre de estos sesgos, que el pensamiento contrafactual —ese «qué habría pasado si…»— era un refugio intelectual libre de estas distorsiones. Pero nuevas investigaciones demuestran lo contrario: la imaginación también milita.

Estudios recientes en psicología cognitiva han evidenciado que el pensamiento contrafactual es muy ideológico cuando se aplica a la política y la moral. En vez de ser una herramienta de aprendizaje, se convierte en una defensa del propio grupo. Así, cuando un votante se pregunta qué habría pasado si Trump hubiera ganado en 2020, o si Biden no hubiera retirado las tropas de Afganistán, no está explorando posibilidades, sino reforzando su narrativa. Uno de estos estudios —realizado con más de mil ciudadanos estadounidenses— expuso a demócratas y republicanos a escenarios hipotéticos que favorecían o perjudicaban a su partido. Contra toda lógica, los participantes consideraban más plausibles los escenarios que respaldaban a su facción, aunque fueran peores o menos probables. En otro experimento, al pedirles que inventaran contrafactuales sobre eventos como la invasión rusa de Ucrania sus respuestas se alinearon con su ideología: los demócratas imaginaban mundos donde Trump agravaba la tragedia; los republicanos, donde Putin se achantaba frente a Trump. Lo importante no era la verosimilitud, sino la utilidad para su narrativa moral.

Este fenómeno tiene consecuencias cuando un político enfrenta una crisis. Su base moviliza contrafactuales defensivos: se construyen realidades paralelas donde el rival habría sido catastrófico y el propio bando, admirable. No importa si la gestión actual es mediocre o escandalosa: basta con imaginar que el adversario lo habría hecho peor. La línea de resistencia en ciertos sectores del socialismo frente al caso Ábalos y Cerdán descansa justamente en esto: la suposición de que «uno del PP» habría sido más corrupto y más machista. La conclusión es inquietante. No solo reescribimos el pasado para proteger nuestra identidad política; también fabricamos futuros con el mismo sesgo. La imaginación, lejos de ser un ejercicio de libertad, se convierte en una trinchera más. Para recuperar algo de racionalidad política, no basta con limpiar los hechos. Hay que sanear también el futuro. jmuller@abc.es

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