Todo irá bien
Medio quinqui, medio listo
«Laporta no dio ninguna explicación creíble de por qué el Barça había tenido a sueldo al vicepresidente del estamento arbitral»
Las dudas sin resolver que deja la comparecencia de Laporta
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Iniciar sesiónLaporta hizo lo que tenía que hacer: apelar a las bajas pasiones de la turba barcelonista, señalar a un par de enemigos que unieran a los suyos –Tebas y el Madrid (aunque no Florentino)– y congraciarse con Ceferin e Infantino para tratar de proteger ... al Barça de cualquier sanción deportiva. No se sabe si será suficiente el peloteo de ayer con la UEFA y la FIFA, pero por lo menos intentó hinchar el ego y la vanidad de los personajes que parecen depender bastante de lo que se diga de ellos en público.
Laporta no dio ninguna explicación creíble de por qué el Barça había tenido a sueldo al vicepresidente del estamento arbitral, pero tampoco aquello era un juicio, sino una rueda de prensa para mejorar el estado de ánimo de una afición entregada y de unos medios de comunicación acríticos y serviles. Tan claro era su objetivo que hasta impidió que los periodistas de ABC y El Mundo –Sergi Font y Paco Cabezas, respectivamente– hicieran sus preguntas, cuando pudo intervenir hasta el más ínfimo mequetrefe de cualquier medio digital, por anónimo que fuera. La aversión que Laporta y directiva sienten por la libertad es abrumadora: no sólo censuran la intervención de medios no arrodillados, sino que además amenazan con perseguir judicialmente a cualquiera que exprese una opinión contraria a la versión oficial del club. Esto tendría que avergonzar muy especialmente a uno que presume de «valores» –esa palabra–, y de ser el paladín de la democracia y del derecho a decidir.
El presidente logró lo que quería: victimizarse, defender judicialmente al club y responsabilizar a personas concretas como Josep Contreras, Sandro Rosell, Josep Maria Bartomeu, de cualquier irregularidad que pueda concretarse en el proceso judicial. De todos modos la sentencia tardará entre seis y ocho años en dictarse y cuando llegue nadie recordará por qué era. Laporta tendrá abiertas causas judiciales de mucha más gravedad, a Sandro Rosell qué más le darán un par de años más en la cárcel y Bartomeu habrá quedado confundido en la densa niebla de su mediocridad.
Por lo tanto, estuvo hábil el presidente mezclando el proceso judicial con el hecho indiscutible, institucional y por supuesto deportivo de que el Barça pagó durante 20 años al vicepresidente de los árbitros, lo que en sí mismo constituye un escándalo de tal magnitud que sólo alguien sin ningún escrúpulo podría presentar como normal y con el desparpajo que ayer lo hizo el mandatario azulgrana.
Compareció muy serio para reírse de todos. Habló mucho rato –dos horas– para no decir nada. Excitó las bajas pasiones del socio más cateto acusando al Madrid de ser el equipo del régimen, y a los que han denunciado el escándalo Negreira de querer desestabilizar el club para quedárselo. La burla tuvo su momento más célebre cuando llegó a decir que había saneado la economía del club, habiéndolo descapitalizado con las famosas palancas y condenado a la privatización con una operación económica –la de las obras del nuevo estadio– sin ninguna capacidad real para afrontarla.
A Laporta le pasó ayer lo que más o menos le sucede a la mayoría de los líderes políticos del momento: los suyos quedaron satisfechos con un discurso ramplón, absurdo e insultante para cualquier inteligencia razonadora y dio a sus detractores munición para despreciarlo, aunque antes tendrían que reconocerle una habilidad notable para salir bastante indemne de los más insólitos berenjenales. Laporta, Pedro Sánchez y Puigdemont: tres personajes medio quinquis, medio listos, medio supervivientes y medio ridículos, pero que al final siempre encuentran la porosidad por donde se filtra el agua.
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