Secuestrador y Fernando Adrián, al rescate de la Corrida de Beneficencia
La revelación de San Isidro desoreja a un toro de Juan Pedro Domecq de clase superlativa y abre una cariñosa Puerta Grande
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Madrid
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Iniciar sesiónSe llamaba Secuestrador, tenía un cortijo en el pitón izquierdo y vino a rescatar una Corrida de Beneficencia que parecía condenada al fracaso. ¡Qué toro! El hierro de Juan Pedro Domecq se hundía a fuego en su bravo pelo. El número 243 llevaba, el mismo ... que más de uno jugará hoy a la lotería. Para apostar y ganar. Y a su manera lo hizo Fernando Adrián en una medida faena, en la que nada sobró y en la que si algo faltó fue conceder en alguna serie mayores distancias para ver el galope de Secuestrador. Qué belleza de animal. Por dentro y por fuera. Perfectas eran sus hechuras, lo único perfecto de una Corrida de Beneficencia con más de un roto y un descosido. Qué tristeza ver la considerada tarde más importante del año con miles de localidades por cubrir. Porque en taquilla no funcionó el invento del cartel con dos puestos abiertos para los triunfadores de San Isidro sin la opción de comprarlo al retirar el abono. Total, que la Beneficencia, ese festejo cuyo bautismo atiende al beneficio de la empresa y del que actúa-, no se llenó. El que llenó a la mayoría fue Adrián. No falló la revelación de San Isidro y su decidida juventud atrapó al público, que lo aupó a hombros. Segunda (y cariñosa) Puerta Grande consecutiva para el madrileño, que quiso sacar al ruedo a Miguel Abellán en el brindis. Sabedor de que se avecinaba una pitada, el director gerente del Centro Taurino prefirió permanecer en el callejón. Y desde allí sonreía al ver que su elegido alcanzaba el paraíso.
Había estrenado Fernando Adrián la faena con el pase cambiado por la espalda. ¡Uno! ¡Dos! Una algarabía -el toro pedía algo más torero- seguida de zurdazos por donde Secuestrador ya planeaba. De premio gordo el pitón izquierdo. En un palmo de terreno se sucedieron las tandas. Con la emoción de la ligazón de aquella máquina de repetir. Qué fijeza la de Secuestrador; qué nobleza y profundidad. Hubo un natural en el que se rebosaba la embestida. Gran toro, ganadero. Se abandonaba Adrián en los muletazos, con distintas variables, más rotos y encajados unos, de más tosco tirón otros. Pero queriendo siempre y con esa entrega que atrapa a la capital. Por primera y única vez en esta Beneficencia había un runrún de acontecimiento grande, un runrún de gloria en los finales. Ya con la espada de verdad, se creció en unos naturales de encaje y arrebato, con la Monumental rendida y con las almohadillas sin un solo trasero posado sobre ellas. Los tendidos, puestos en pie. Aplaudía el Rey de España, aplaudía la presidenta de la Comunidad de Madrid, aplaudían el acomodador y hasta el arenero. Al contrario que tantas tardes en las que alguno reza a la estampita del pinchazo, ahora toda la plaza cruzaba los dedos para que enterrase una estocada -así fue- y se ponía bizcochona para pedir con fuerza dos excesivas orejas. Y el doble trofeo paseó Fernando Adrián de un Secuestrador que valía oro.
Así se puso el broche a una corrida que como idea era bonita y demagógicamente perfecta. Pero la demagogia salió cara: los dos puestos abiertos para los triunfadores de San Isidro conformaron un cartel con demasiado cemento. Muchos huecos en el tendido, pero vacío el cesto de claveles de la calle de Alcalá. No quedaban flores, como si todas se hubiesen cortado de raíz el Domingo de Ramos de Iván Fandiño, el 29-M que marcaba el ese final donde empieza todo. Aquella tarde arrancó su leyenda, tallada en piedra desde el 17 de junio francés. Se empeñó el destino para que en tal fecha se celebrara una corrida que ya hubiese querido un reclamo como el de aquel 29 de marzo fandiñista de 'No hay billetes'.
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Al cielo donde ruge el León de Orduña brindó Sebastián Castella una faena al cuarto en la que también se pidió la oreja. No cuajó lo suficiente y todo quedó en vuelta al ruedo como recompensa a su firme tarde. Soberano y torerísimo nació el prólogo rodilla en tierra, abriendo los caminos del colorado, que repitió en su muleta. Transmitía mucho Relance dentro de su informal embestida y Castella puso mucho mientras alternaba ambos lados. Alto volaron el «¡viva el Rey!», el «¡viva nuestra Ayuso!» y el «¡viva la tauromaquia!», mientras Sebastián insistía. Tanto que alguno acabó pidiéndole la hora y el aviso sonó.
Como una explosión sonó el volteretón que sufrió cuando cambiaba el viaje en el quite al que descorchaba la tarde. Era la tercera saltillera y el astifino Juguetón se llevó por delante al torero, que reaparecía de una cornada. Pronto se incorporó y siguió por el mismo palo antes de brindarle a Don Felipe. Camino de los medios, se plantó en el mismísimo platillo por su plato estrella: dos cambiados por la espalda. Pero lo bueno estaba por llegar, con el temple en la vertiente natural. Qué dulce ritmo tenía el armónico toro de Daniel Ruiz, tan bien hecho, y qué desmayado el desdén. Poesía por abajo. Tenía movilidad y nobleza el toro, que si punteaba era por su justeza de fuerzas, acusada más por el volatín. Aún dura el kilométrico cambio de mano, de Madrid a Béziers. Cuando abrochaba su firme pieza por manoletinas, sonó el clásico «hay que torear». Y Castella cambió el guion con un broche de versos. Tras el desplante rodilla en tierra, miró el gallo francés al 7, que antes había desplegado una pancarta con retranca peruana: 'Nuestro tendido es una Roca y el toro es nuestro Rey'.
Corrida de Beneficencia
- Monumental de las Ventas. Sábado, 17 de junio de 2023. Corrida de Beneficencia. Menos de tres cuartos de entrada. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Iván Fandiño. Toros de Daniel Ruiz (1º y 3º), Juan Pedro Domecq (2º, 4º y 6º) y Victoriano del Río (5º), bien presentados (salvo el 3º) dentro de la desigualdad y de dispar juego; destacaron 1º, 5º y 6º.
- Sebastián Castella, de azul marino y oro. Pinchazo y estocada. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada. Aviso (petición y vuelta al ruedo).
- Emilio de Justo, de lila y oro. Estocada (silencio). En el quinto, pinchazo, estocada trasera y descabello. Aviso (silencio).
- Fernando Adrián, de azul marino y oro. Estocada y descabello (silencio). En el sexto, estocada (dos orejas).
No falló la querencia de Eolo por Juan Pedro no falló. 'Honró' con su presencia en San Isidro y se puso insistente nada más salir el segundo, un toro largo y bien comido en la finca 'Lo Álvaro'. Más de arena que de cielo era este Tragaluz, que no quería nada por arriba y protestaba en los de pecho. Emilio de Justo lo intentó en los terrenos del 6, en línea, pero no era fácil alcanzar un acople que no llegó. Tampoco con el quinto. La diferencia es que el de Victoriano del Río fue un toro con importancia y humillación. Pero nunca fue sometido de verdad. Pese a su Puerta Grande isidril, sale tocado el de Torrejoncillo.
Quiso Dios que a Fernando Adrián le tocase el toro de la gloria y el toro de la bronca. ¡Toro, toro!», clamaba con razón el 7 cuando apareció el tercero, indigno para Madrid y más propio de Albacete. Y, para colmo, inválido. De pañuelo verde, pero el palco se empeñó en mantenerlo. Incomprensible. Normal que la bronca de sol y sombra llegase a Manuel Becerra, la misma plaza en la que una hora y cuarto después sonaban las ovaciones de una Puerta Grande. Secuestrador y Adrián, al rescate de la Beneficencia.
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