El var del tendido
Tarde de toros y reyes en Las Ventas
Vítores, jaleos, pancartas y hasta una pelea en presencia de Su Majestad Felipe VI
Secuestrador y Fernando Adrián, al rescate de la Corrida de Beneficencia
De la vuelta de los toros a Gijón a la polémica sobre las orejas en Madrid
Luis Ybarra
Ni Juguetón ni Tragaluz. Tampoco Fernando Adrián, que cortó dos orejas, ni Emilio de Justo. Los verdaderos protagonistas de la corrida de la Beneficencia han sido dos: el Rey Felipe VI, cuya presencia predispuso lo festivo del ambiente, y el calor, adherido a ... un sinfín de cuerpos y conversaciones por los aledaños del coso: «¿En la plaza hay aire acondicionado?», pregunta un niño a su madre, pequeño fanático de Castella que quiere ver a su ídolo al fresquito. «Claro», responde esta, buscando en el bolso un abanico mientras él, que rondará los siete años, avanza así con ademanes de figura en el paseíllo. Las madres son cuadrillas cuando los hijos juegan al toro. Sus bolsos, breves desvanes donde guardar los trastos. La criatura aún no ha aprendido el arte de la expresión, por eso habita dentro de una soleá cuando empieza la faena: «Dijo a la lengua el suspiro/échate a buscar palabras/que digan lo que yo digo». «Ay», parece gritar esa boquita hendida con los ojos como balones cuando los pitones zarandean su mito.
También cobró protagonismo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que casi entra como salió Adrián: a hombros. Y junto a Almeida, el vitoreado alcalde, tras su investidura. Un minuto de silencio se guardó por Iván Fandiño, muerto hace justo seis años por herida de asta. Los «vivas» a la Casa Real se sucedieron y la indignación por el cambio de día con calzador de domingo a sábado, solo porque uno de los triunfadores tenía comprometida la fecha, se reiteró como los golpes de abanico.
«Lo que me gusta a mí esto y el coraje que le da a algunos: el himno de España, el Rey y los toros», comenta un tipo de talle de orondo en lo que suenan los clarines. Felipe VI, desde el palco de presidencia, saluda con la mano hacia los tendidos. Sonríe. Se levanta. La plaza, con algo más de media entrada, jalea y aplaude mientras los matadores, el primero de ellos Castella, le brindan las reses. Igual que no vota en elecciones, tampoco emite aquí su veredicto con el pañuelo. Faltaría, ¿no? Rey de todos los partidos y todos los toreros. De las faenas silenciosas y las candentes. Símbolo nacional enclavado en otro espacio simbólico: el templo de la tauromaquia, Las Ventas, que se inauguró el 17 de junio de 1931. Y a sus alrededores, rostros populares y anónimos ávidos de este espectáculo de vencedores que tras cogidas y retiradas volvían a pisar la arena esta temporada: Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre con Emilio de Justo y Castella en la mirada.
Los del 7 mostraron una pancarta al inicio: «Nuestro tendido es una roca…. Y el toro nuestro rey». Sin embargo, el tumulto lucía algo más tranquilo que de costumbre. Un joven aficionado me ofrece un posible motivo: «¿Tú por qué crees que aquí el personal está mucho más cabreado que en la Maestranza de Sevilla? Pues porque allí van y vienen de la Feria y aquí de una boca de metro de trabajar, así entra uno con ganas de insultar al que se ponga en frente. Hoy están un poco más educados, tampoco demasiado, porque es sábado». Su teoría se tambalea cuando al tercer bravo varios se lían a guantazos en el tendido 8. Tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad. El sábado tiene el problema de las comidas, claro. Que a las ocho de la tarde algunos están ya honrando a Las Grecas. Que te tengan que expulsar de la fiesta delante del Rey es para que tu madre te cachetee en casa.
«Poner farolas, poner candiles», como cantaba Gaspar de Utrera, parece corear la plaza a la salida del sexto, con la noche descendiendo calladamente. Los reyes de este San Isidro en una tanda de pases de pecho ante el Rey, así se ha perfilado la jornada. Sudor y sangre frente a los sueños de un niño que quiere ser torero gobierne quien gobierne.
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