El falso sexo de La Reverte, la torera que se hizo hombre de la noche a la mañana
Una orden que prohibía torear a las mujeres hizo que María pasara a llamarse Agustín, pero engañó a los públicos durante una década
abc
La Reverte. Así se anunciaba a principios del siglo pasado. Nacida (¿o nacido?) en Jaén, su caso fue de los más extraños y singulares que se recuerdan en la tauromaquia . «De fraude» lo calificó José Juárez en las páginas abecedarias.
Hay que remontarse ... más de cien años atrás. El 10 de junio de 1912 se despedía en la plaza de toros de Madrid María Salomé «La Reverte». Había comenzado a hacer el paseíllo durante los primeros años del siglo XX bajo un rostro y atuendo de mujer, codiciando golosos carteles con el objetivo de ser reclamo de los públicos . Durante una década los conquistó, alternando con espadas de cierto renombre, «sin suscitar dudas ni recelos de entre gentes tan avispadas como las que se mueven en el mundillo de la tauromaquia», escribía en 1962 Francisco Rodríguez Batllori.
Pero hete ahí que una orden del Ministerio de la Gobernación dictada por la Cierva, en la que se prohibía la participación de las féminas en las corridas , destapó el pastel: María Salomé no llevaba tal nombre bíblico en su bautismo, sino que La Reverte se llamaba Agustín Rodríguez.
Aquella orden la obligó «a renunciar a su falso sexo y anunciarse en los carteles como novillero ». «El suceso -se relata en ABC- trascendió al público y las gentes hicieron cábalas sobre un pretendido hermafroditismo. Hubo comentarios para todos los gustos, pues no en balde la vida de "María Salomé" estaba rodeada de una aureola de leyenda».
El mito roto
Y continúa el texto de Rodríguez Batllori: «El mito de La Reverte comenzó a deshacerse como el granizo bajo el sol. Luchó denodadamente por mantener el crédito alcanzado en unos años de relativos triunfos profesionales, pero su sentencia de muerte ya estaba dictada. Sus afanes por torear más y mejor fueron inútiles, pues las deficiencias que el público había tolerado a "María Salomé" no eran perdonadas a Agustín Rodríguez».
Así, derribada su farsa del sexo, algunos calificaron su conducta de «desvergonzada», aunque el citado autor añadía: «No es posible, sin embargo, desdeñar el mérito de un juego difícil y peligroso, mantenido durante años, sin que las empresas, los ganaderos, la críticas y los aficionados se percatasen de tan fraudulento truco».
La Reverte acabó sus días como guarda de una mina en la localidad jiennense de Vilches, «hilvanando sus recuerdos frente a los plateados olivares».
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