Ni odio ni batallas: Así pintaron los indígenas del norte de México a los primeros españoles
Expertos mexicanos analizan los grafitos que se conservan en abrigos rocosos y monasterios de la época de la conquista
Ahorcados en un fortín de las murallas de Pamplona
Dicen que solo los niños (o los borrachos) dicen la verdad, pero los dibujos trazados en una pared o una cueva, de forma anónima y sin indicaciones ni presiones, revelan como pocos documentos históricos la realidad que vivieron sus creadores o la visión que tenían ... de su mundo. De ahí que resulten sorprendentes las pinturas indígenas que representaron a soldados españoles en abrigos rocosos durante la conquista o los grafitos realizados en el siglo XVI en los muros de monasterios de la Nueva España. Sorprendentes con lo que cualquiera imagina que podrían haber dibujado los nativos de aquellas tierras ante la llegada de aquellos extraños extranjeros armados.
«No se ven imágenes de batallas«, constata el arqueólogo mexicano José Luis Punzo en conversación telefónica con ABC. Junto a la investigadora Anel Punzo, este experto del Instituto Nacional de Arqueología e Historia adscrito al Centro de Michoacán del INAH ha estudiado 'Las representaciones indígenas de los ejércitos españoles durante la conquista a lo largo del Camino Real de Tierra Adentro', publicada en el libro colectivo 'Soldados, Armas y Batallas en los grafitos históricos' (Archaeopress Archaeology).
«En tránsito»
En esta ruta de unos 3.000 kilómetros que unió la Ciudad de México con Santa Fe y que fue jalonada de presidios españoles se han descubierto imágenes rupestres de los 'soldados de cuera', los vigilantes hispanos así llamados por la casaca confeccionada con varias capas de piel (cuera) que vestían a modo de armadura, pero más ligera.
En el sitio del Potrero, en el municipio de Colón (Querétaro) -investigado por Carlos Viramontes del INAH-Querétaro- se ve a un grupo de jinetes armados con escopetas o arcabuces, con cascos (utilizados muy al principio de la conquista) y sombreros de ala rígida, habituales entre los soldados de cuera, que avanzan en la misma dirección junto a un otros personajes a pie.
También en la cueva de Ávalos, a 40 km de Zacatecas, se observan otros jinetes que se encargan del ganado, algunos de los cuales llevan sombreros de ala rígida típicos de los soldados de cuera, junto a una posible representación de un presidio. Y entre los 260 motivos pintados en la Cueva de las Mulas, unos 360 kilómetros más al norte, destaca un hombre a caballo con un sombrero similar y una lanza o pica propia de los militares hispanos.
Los españoles fueron representados, pero en tanto en estos casos como en imágenes localizadas en el Cañón del Muerto, en Nuevo México, se les muestra «en tránsito», «no en conflicto directo», describe Punzo. Tan solo en los petrograbados de Largo Canyon, en Nuevo México, un par de jinetes ataviados con sombrero de ala ancha llevan espadas en alto, que podrían indicar una actitud de ataque.
«Llama la atención que por la parte indígena no haya representaciones de enfrentamientos, que los hubo«, subraya el investigador del INAH de Michoacán antes de recordar, por ejemplo, la Guerra del Mixtón del siglo XVI en la que los chichimecas se sublevaron frente a los españoles y que fue «muy cruenta».
Curiosamente, fueron los soldados españoles quienes dejaron constancia de combates con los indígenas, ya en el siglo XVIII, en una pared rocosa de La Gandulada investigada por Moisés Valadez, del INAH en el estado de Nuevo León. En ella se lee: «El Cap.n D.n Josef Ventura Moreno con los Oficiales, Tne. Menchaca y den Cor tes, y Alfs Pacheco, y las tropas de Coahuila: Atacó una numerosa gandulada de Yndios, matando 3, y muchos heridos, en la Sierra de la Rinconada y quitó toda la Cavallada Mulada, y todo el Pillage, quedando heridos Tne. Cortés y dos Soldados En 6 de Marzo 1784 (o 1786)».
Para Punzo, los grafitos indígenas localizados en el Camino Real de Tierra Adentro son «una fuente muy importante para el estudio de esta historia» y tienen «el gran valor» de ser «la única voz» de todos esos grupos (zacatecos, tobosos, huachichiles, tepehuanes…) que se conocen a partir de los relatos de los que los vencieron y que desaparecieron por las propias guerras, las enfermedades o porque se subsumieron en otros grupos mayores.
Protegidos a raíz de la peste
El arqueólogo y antropólogo Igor Cerdá, profesor de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, ha estudiado las representaciones de conquistadores y hombres armados en los muros de monasterios novohispanos del siglo XVI en Michoacán. Por razones aún desconocidas, quizá por las epidemias de peste que diezmaron a la población, las paredes de estas edificaciones religiosas se cubrieron un siglo después con gruesas capas de cal, que protegieron las pinturas murales y los grafitos ahora rescatados en modernas restauraciones.
Estos monasterios habitados por un puñado de religiosos estaban atendidos por decenas de indios que plasmaron en esquinas y rincones lo que vieron. Muchos no sabían leer ni escribir, pero se dibujaron a sí mismos o a sus contemporáneos en lugares escondidos. «Lo que grafitean en los muros tiene que ver con situaciones locales» aunque «son representaciones tan de ellos que a veces no son fáciles de interpretar», comenta Cerdá al otro lado de la línea telefónica.
Como cuenta en su artículo, «se debe considerar que en muchas ocasiones existían intenciones claras (para los autores (de los grafitos)) que hoy escapan por completo a nuestro entendimiento», pero «uno de los trabajos de la historia es devolver al presente los relatos significativos del pasado y, en ese tenor, hacer que los grafitos cobren vida«.
Aunque el hallazgo de ricas vetas de oro y plata en territorio de los temibles chichimecas provocó una guerra que se extendió durante décadas, la expansión española por los territorios norteños de la Nueva España se basó en alianzas políticas con los pueblos indígenas. De ahí que no vean escenas de enfrentamientos militares en los grafitos de estos edificios religiosos. «No hemos registrado imágenes que muestren odio o enfrentamiento con los españoles», dice Cerdá.
Sí figuran de forma aislada españoles a los que se reconoce por su indumentaria y sus armas -todos iban armados en la época-, habitualmente una espada. Resulta difícil distinguir a veces si son militares. «En la Nueva España, la mayoría de las huestes eran informales, compuestas por pocos soldados profesionales y una mayoría que provenía de los estratos sociales más humildes de los reinos de Castilla que buscaban honores y riquezas«, recuerda el profesor universitario.
En el monasterio franciscano de Santa Ana Tzintzuntzan, donde se han registrado más de mil grafitos, se ha descubierto uno de dos españoles con estoques que parecen exhibir sus armas y el de un hombre con armadura y atípico sombrero que lleva en una mano una larga espada que parece un alfanje. Destaca también una imagen hallada en el antecoro de un civil español, con una espada envainada, frente a un indio armado con un arco y una flecha. Es el único en actitud agresiva.
En otro antiguo monasterio de Michoacán, el de Santa María Magdalena de Cuitzeo, resalta una franja de pintura roja con unas pequeñas figuras enfrentadas, una de las cuales, con sombrero hispano, levanta una espada, y en el convento de la Orden de Predicadores también alza en su mano otra espada frente a una figura sin definir. La imagen más insólita de todas se encuentra en el monasterio de San Luis Obispo Tlalmanalco (estado de México). Dos hombres españoles con sus estoques en ristre flanquean en ella a una mujer que ya de por sí sorprende porque las representaciones femeninas, como las de religiosos, son «muy escasas». ¿Se trata de un cortejo o duelo por una dama? ¿La defendían frente a un peligro? ¿O se trata de un castigo a una mujer?
Juan de Alvarado
Cerdá no ha logrado aún resolver esta incógnita, pero sí la historia que subyace tras el grafito de un hombre armado descubierto en el monasterio de San Juan Bautista de Tiripetío, en Michoacán. El grabado, de reducidas dimensiones, representa a un hombre de pie con armadura, casco, lanza y espada de la primera mitad del siglo XVI que, por el lugar donde se encuentra y la historia del convento, este experto en grafitos cree que podría ser el caballero Juan de Alvarado, natural de Badajoz, conquistador de Colima y fundador de la Nueva Ciudad de Michoacán.
Grafito de un hombre armado descubierto en el monasterio de San Juan Bautista de Tiripetío
Miembro de una poderosa familia, Hernán Cortés le recompensó con la rica encomienda de Tiripetío, en la provincia de Michoacán, pero Juan de Alvarado «traía la idea del ideal caballeresco» y «no se comportaba como la mayoría de los encomenderos novohispanos», explica Cerdá. Se preocupó por la vida de los indios y fue un entusiasta patrocinador de los agustinos, financiando mejoras en la localidad y la construcción de un hospital o una escuela de oficios que convirtió al pueblo en el principal centro artesanal de la provincia. «Los grafitos permiten reconstruir y tejer las historias locales», se congratula el experto.