Ahorcados en un fortín de las murallas de Pamplona
El historiador Pablo Ozcáriz publica su estudio sobre los grafitos descubiertos en el baluarte de San Bartolomé antes de su reforma
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Iniciar sesiónIniciales, toros pintados, marcas de bayonetas… En las abandonadas casernas del fortín de San Bartolomé de Pamplona se conservaban hasta medio centenar de grabados antiguos, realizados por los soldados que guardaron la entrada a la capital navarra por el extremo este durante el siglo ... XIX. El encargado de obra contratado por el Ayuntamiento pamplonés en 2010 para la limpieza y remodelación del recinto vio algunos trazos en los muros y avisó a Pablo Ozcáriz.
Sabía que al profesor de Historia Antigua de la Universidad Rey Juan Carlos aquellos viejos grabados le interesarían y estaban condenados a desaparecer. El fortín con forma de media luna, que dio nombre a los jardines del entorno, estaba a punto de convertirse en el actual centro de interpretación de las murallas y se iba a eliminar el enlucido de las paredes para impermeabilizarlas.
Este experto en grafitos históricos acudió de inmediato y en los dos días que dispuso para documentar esas inscripciones, tomó un millar de fotografías en unas condiciones insalubres. «La humedad y la suciedad hacían difícil respirar», recuerda. Gracias a su trabajo, algunos de los grafitos se incluyeron después en el recorrido expositivo del fortín de San Bartolomé y otros de valor se conservaron tras unas placas metálicas.
De la gran mayoría, sin embargo, solo quedan las imágenes que realizó. Fue «una acción de rescate del patrimonio», resume el historiador que acaba de presentar el estudio del conjunto del fortín en la obra colectiva 'Soldados, Armas y Batallas en los grafitos históricos', publicada por Archaeopress.
El fortín de San Bartolomé fue la última obra importante en construirse en las defensas de Pamplona, a finales del siglo XVIII, y desempeñó su función a lo largo del XIX, durante el final de la Guerra de la Independencia (1813), la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823) y la Tercera Guerra Carlista (1874). En sus cinco casernas abovedadas se almacenaban los víveres, las armas y municiones y se alojaba el destacamento de guardia.
«Los que nos interpelan con sus inscripciones y dibujos son soldados rasos o mandos de baja graduación del siglo XIX que desarrollaban sus funciones en un recinto reducido», señala el autor de este informe.
«Cuando se espera, pueden aparecer en la mente pensamientos recurrentes, ideas fijas, emociones profundas que se plasman en los muros»
Luis Alberto Polo, Gonzalo Viñuales y Francisco Reyes
Coordinadores de 'Soldados, Armas y Batallas en los grafitos históricos'
El tiempo debía pasar lentamente en el baluarte, en esas horas muertas de vigía y aburrimiento. Según explican Luis Alberto Polo, Gonzalo Viñuales y Francisco Reyes, coordinadores de 'Soldados, Armas y Batallas en los grafitos históricos', «cuando se espera, pueden aparecer en la mente pensamientos recurrentes, ideas fijas, emociones profundas que se plasman en los muros».
«Nos resulta casi imposible imaginar que la pared de una garita o un búnker quede impoluta, sin grafitos, con la presencia continua de soldados en alerta, aunque sólo sea por higiene mental o por liberación emocional«, añaden en su artículo sobre los 'Grafitos históricos de temática militar'.
Ninguno de los muros del fortín pamplonés se mantuvo impoluto, a excepción de los de una de las casernas, cubierta de hollín por un incendio. En las otras cuatro, Ozcáriz descubrió 55 inscripciones y dibujos figurativos. Aunque eran en gran parte ilegibles, aún pudo identificar fechas y nombres como el de Javier, muy habitual en Navarra ya en el siglo XIX, Josep Antonio o varios 'José', uno de los cuales parece referirse a José I Bonaparte, que reinó entre 1808 y 1812. Su estudio muestra que, a pesar de que en el siglo XIX el analfabetismo debía ser normal entre la tropa, un número estimable de soldados rasos escribían de forma habitual y la buena letra era un elemento de prestigio.
33 ajusticiados en la horca
También descubrió representaciones arquitectónicas o de animales como toros y aves, pero entre todos destacan las escenas de ajusticiamientos. Hasta en cuatro grafitos realizados con pintura negra o incisiones se representan cadalsos. En uno de ellos, se aprecia una estructura construida con dos maderos sujetados por un sistema de trípodes y un travesaño superior del que cuelga un ahorcado con los brazos extendidos. A su lado, bajo una de sus manos, se adivina un segundo personaje, posiblemente su verdugo o un sacerdote.
En Pamplona fueron ejecutados en la horca 22 reos entre los años 1800 y 1819 y otros once entre 1824 y 1840, según recoge Pedro Oliver Olmo en su obra sobre la 'Pena de muerte y procesos de criminalización (Navarra, siglos XVII-XX)' . Alguno de ellos fue el representado después en este grafito, a juicio de Ozcáriz, porque el cadalso dibujado «parece bastante detallado como para no haber sido observado directamente por el autor».
Los soldados, recuerda, «tenían un gran protagonismo en este tipo de actos» que hasta comienzos del siglo XX eran públicos y se llevaban a cabo con un complejo y teatral ritual, para que se fijaran en la memoria de los asistentes. A juzgar por el número de dibujos de esta temática, los ajusticiamientos parece que tuvieron gran importancia entre los soldados que cumplían su función en la fortificación navarra porque «sólo los toros y las aves los superan», según el profesor de la URJC.
En el Castell de Cubelles , en la provincia de Barcelona, existen unos dibujos de ajusticiamientos similares, que datarían del siglo XVIII o XIX, y en la torre del homenaje del zaragozano palacio de la Alfajería, que fue prisión durante la Inquisición y la Guerra de la Independencia, se han documentado varios ahorcados entre los numerosos grafitos de entre el siglo XVI y el XIX que actualmente estudia Beatriz Duce en su trabajo de fin de máster en Historia del arte. Hasta el momento, son los únicos casos que conoce este experto en grafitos históricos.
Una soldadesca educada
A Ozcáriz le llamó la atención que en un ambiente masculino y marcial como este, a priori pensaba que los grafitos serían «propios de la soldadesca», con motivos eróticos, brutos o palabras malsonantes. A solo 300 metros, en los edificios anexos a la Catedral de Pamplona, estudió los grafitos de la conocida como Sala de la Madera y en este contexto »que parece ser el de una escuela« constató numerosos dibujos de mujeres desnudas, insultos y ataques de tipo político.
«En el fortín de San Bartolomé no encontramos nada de esto: los ahorcamientos o el cañón tienen una carga de violencia implícita, pero sus autores no se regodean en mostrarla de forma explícita ni con demasiados detalles», dice en su informe.
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«No sabemos hasta qué punto el temor a la autoridad o la propia disciplina de los soldados disuadían de hacer lo que en otros sitios resultaba natural«, admite Ozcáriz, pero, en cualquier caso, los grafitos del fortín de San Bartolomé ofrecen »una visión interesante y viva de los miembros del ejército que ocuparon este recinto«.
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