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Amistad entre el artista y el ladrón
Recordé a Frattini estos días porque se conmemora la muerte de uno de los más grandes pintores argentinos del siglo XX: Raúl Soldi
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Iniciar sesiónTuve el raro privilegio de haber sido amigo del mejor ladrón de casas y joyas de Buenos Aires. Era un caballero diminuto y afable que con su oficio —escruchante— había superado la pobreza y que en su apogeo conducía un Cadillac descapotable; luego pasó veinte ... años en la cárcel y me contó los mil y un secretos del hampa cuando se regeneró, se hizo cocinero y ya visitaba las prisiones para explicarles a los más jóvenes que el delito no era negocio.
Se llamaba Carlos Frattini, murió hace unos años y tengo nostalgia por aquellas tertulias: sus aventuras resultaban fascinantes (jamás usó la violencia, era un Rafles o un Lupin del barrio de la Boca) y se había transformado en un tipo leal y entrañable a quien yo habría dejado a ciegas las llaves de mi piso para que me lo cuidara durante los viajes.
Recordé a Frattini estos días porque se conmemora la muerte de uno de los más grandes pintores argentinos del siglo XX: Raúl Soldi, un genio que se formó en la Academia de Bellas Artes de Brera (Milán), fue escenógrafo en Hollywood, expuso en las principales capitales de Europa, tiene obra en el museo del Vaticano y realizó la impresionante cúpula del Teatro Colón. Soldi era amigo de Borges, de Xul Solar y de Manuel Mujica Láinez, y hay en estos momentos una fuerte y justa campaña para revalorizar su trabajo. El artista de la ganzúa y el artista del pincel se conocieron en el penal de Villa Devoto, donde Frattini purgaba condena.
Soldi anunció que visitaría esa penitenciaría y los convictos —había varios de ellos que pintaban para pasar el tiempo— fueron invitados a exhibir en la capilla sus ejercicios pictóricos. Cuando Soldi entró en la pequeña iglesia y comenzó a recorrer esa improvisada exposición se detuvo en un retrato al lápiz: era el rostro de Borges, y era formidable. Trajeron a Frattini, su autor, y entonces Soldi le preguntó si podía vendérselo; Carlos estaba necesitado, pero así y todo no quiso cobrarle un céntimo.
«Usted es un gran artista —decretó Soldi—. Me gustaría verlo cuando salga en libertad». El escruchante salió antes por buena conducta y el maestro cumplió con su promesa: lo apadrinó y le organizó una presentación que cubrieron todas las revistas de la época y los principales telediarios. Después le dio un consejo: con semejante talento debía dedicarse día y noche a la pintura. Frattini, entusiasmado, intentó obedecerlo, pero no era tan fácil vender y darle de comer a su familia, así que un domingo salió de nuevo —como en los viejos tiempos— a buscar casas de lujo para robar.
Es una historia larga; baste decir que esa última «recaída» derivó en un arresto, en una nueva condena, en el abandono definitivo de su esposa y en una larga temporada a la sombra. Lo excarcelaron en la Patagonia, muchos años más tarde, sin otro patrimonio que una maleta y una ropa raída. Tuvo que empezar de nuevo, y lo hizo. No volvió a reincidir, pero tampoco dejó de dibujar. Soldi, sin embargo, no quiso recibirlo más, no podía perdonar semejante decepción. Frattini asumía su propia culpa con pena y estoicismo. Fueron, cada uno en lo suyo, dos grandes artistas, y como escribe Borges en 'Milonga de los hermanos' ahora los tapa la tierra.
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