CRítica De:

'Francisco de Goya en familia', de Jesusa Vega: el valor del detalle para el retrato del pintor

ENSAYO

La historiadora revela las claves de la época a través de la amistad y la familia para completar a Goya

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Javier Moscoso

Como en cualquier otro relato, la biografía se compone esencialmente de episodios. Primero ocurrió esto, luego aquello. En muchos casos, los espacios entre escenas que sirven para dotar de unidad a la experiencia se dan por sobreentendidos; son el cartón sobrante del troquelado biográfico, el ... paspartú sobre el que se van colocando fragmentos más o menos novelados. Sobre ese gran pliego se vierten las circunstancias que merecen ser arrebatadas al olvido. Lo demás es silencio.

En el caso que nos ocupa, Jesusa Vega ha querido rescatar ese silencio, ha buscado recuperar lo que la filosofía de la historia alemana denominaba de manera pomposa el 'Zusammenhang': la percha sobre la que cuelgan los elementos de la experiencia, el nexo que hace posible la coherencia del relato, lo que hace de la vida de Goyauna sola vida y no un conjunto disperso de brochazos más o menos relevantes. Ha encontrado además ese nexo en lo más cercano: en lo doméstico. 'Goya en familia' no es por supuesto el único libro sobre Goya, pero sí uno de los pocos en que el pintor no queda oscurecido o devorado por su propia obra.

ENSAYO

'Francisco de Goya en familia'

  • Autora Jesusa Vega
  • Editorial Instituto Juan Andrés
  • Año 2025
  • Páginas 1.084
  • Precio 48,50 euros

El libro avanza desde lo más próximo, la familia, a lo siguiente más inmediato, la amistad, pero también desde lo material a lo imperecedero. Cada capítulo conforma un pequeño 'tableau' en el que, a través de las formas del pensar y del sentir de una época, se van sucediendo acontecimientos que, aun cuando puedan ser conocidos, adquieren una tonalidad diferente.

El libro coloca a los biografiados en un territorio al tiempo geográfico y afectivo por el que desfilan personas y cosas que matizan conocimientos ya asentados, cuando no los modifican y precisan. La atención que se presta a la cultura material obedece a la dificultad de entender la vida, la propia o la ajena, sin atender a los medios de subsistencia, al pago de los alquileres, a los préstamos y beneficios, al valor social de los objetos, su cotidianeidad y presencia, a la forma nada artificial en la que nuestras cosas adquieren propiedades simbólicas.

De manera magistral, Vega reconstruye el escenario en el que se dirime la diferencia entre lo público y lo privado, entre lo familiar y lo secreto; nos explica qué distingue la preferencia del gusto, la amistad del interés, o la vocación del trabajo.

Este retrato de Goya hace brotar la información del artista a través de la presencia de personajes que, como su esposa o su hijo Javier, habían sido denostados u olvidados. De especial interés es el capítulo 3, 'Goya y la amistad': un verdadero tratado sobre la manera en que el siglo XVIII potenció relaciones entre iguales antes que relaciones jerárquicas. O el 4, sobre la relación de Goya con Ceán Bermúdez. 

De manera magistral, Vega reconstruye el escenario en el que se dirime la diferencia entre lo público y lo privado

Vega conoce los textos que conforman la doctrina, pero prefiere centrar su argumento en las acciones antes que en los preceptos. El préstamo, la visita, la apariencia, la postura, el paseo, el vestido, los modales... En una palabra: las formas de sociabilidad. Jesusa Vega se detiene, por ejemplo, en el papel que desempeñó el mobiliario doméstico y, más en particular, en el uso social de la silla como artefacto necesario para la conversación pausada.

De las aficiones predilectas

Así explica cómo el diálogo entre iguales, de 'silla a silla', fue una de las aficiones predilectas de Goya, lo que viene a subrayar el daño emocional que debió producirle la sordera y el agradecimiento que tenía a quienes, como Jovellanos, seguían comunicándose con él con la ayuda de las manos.

En este punto, Vega señala que la postura en la que Goya retrata a quien se pensaba que era Isidro González en el lienzo que se conserva en el Instituto de Arte de Chicago sugiere tanto una invitación al diálogo como lo que parece ser, en la mano izquierda del retratado, una letra del lenguaje de signos. En este como en otros casos, el libro se recrea en lo minúsculo, construyendo una historia que podríamos llamar metonímica: la que concede valor al detalle que resulta esencial para entender el todo.

Las más de mil páginas abrumarán a algunos lectores poco acostumbrados a salir de los pocos caracteres de un mensaje de texto o de los usos cada vez más livianos del conocimiento. Pero esta no es una obra de ocasión que pueda leerse en el metro, sino el resultado de un trabajo enorme, minucioso y cuidado.

Cada uno de sus capítulos viene además acompañado de un aparato crítico que hará las delicias de quienes todavía preferimos que las razones vayan sostenidas y apoyadas en hechos contrastados, de quienes seguimos creyendo que no podemos renunciar a la búsqueda crítica de evidencias.

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