LA GRAPA
Ah, y la monarquía
'Su majestad' deconstruye esta España nuestra con la única herramienta posible: la comedia
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Iniciar sesiónUna de las claves del humor: tropezar con un plátano o el final de «van dos y se cayó el del medio». La demolición sorpresiva de una secuencia establecida. El humor arrasa instituciones, tan dependientes de la rigidez del rito. Los partidos políticos, las religiones ... o los automatismos de una oficina. Ah, y la monarquía. Una parte de la carrera de Borja Cobeaga y Diego San José se dedica a esta tarea, tanto por separado como juntos. Juntos: el romanticismo caspa en ‘Pagafantas’, las navidades en ‘No controles’, las identidades regionales en sus ‘Ocho apellidos’ o ETA en ‘Fe de etarras’. Ah, y la monarquía en ‘Su majestad’ (Prime Video).
Coescrito con José A. Pérez, el reciente serial desbroza España con gracia y talento abrumadores. No sólo por su princesa díscola, Pilar (Anna Castillo), incapaz de asumir el epílogo de su padre corrupto, sino por el mosaico rojigualdo circundante. ‘Su majestad’ deconstruye esta España nuestra con la única herramienta posible: la comedia. Pasean por ella primos-príncipeharryescos, jueces y políticos, ultraderechistas fiesteros, antimonárquicas clónicas, séquitos de la casa del rey y la inmensa figura del padre, ese Alfonso XIV ficticio y real.
Anna Castillo compone una princesa lista y tonta, egoísta y despegada, buena y mala. La hace como todos nosotros
El retrato de la princesa Pilar evita el gran peligro del humor: la monocromía y la excesiva sencillez. El trabajo asombroso de Anna Castillo, en combinación con un texto milimétrico, la hace lista y tonta, egoísta y despegada, buena y mala. La hace todos nosotros. Y la complicidad actoral con el inabarcable Ernesto Alterio, en el papel de su secretario, termina de cerrarla y construye escenas —la llegada a una universidad— de altísimo nivel cómico.
Obviamente, esta nueva joya de la comedia española comparte amargura con sus compañeras —Berlanga, Azcona, García Sánchez—. Con la princesa en un coche oficial, al término de un funeral, resuena aquello de aquel príncipe danés: «Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito, si no fuera porque tengo pesadillas».
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