PANTALLAS
Amarás a tus personajes sobre todas las cosas
FUERA DE CAMPO
Es el primer mandamiento de cualquier cineasta si quiere que su película sea inolvidable para el público
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Iniciar sesiónUno de los motivos, y quizá el más tonto, por los que te gusta una película es porque te enamoras de los personajes, de los positivos y de los negativos, y eso solo ocurre cuando el director les permite explicarse y transmitir sus bondades ... o sus maldades con gracia, atractivo, mordacidad, retorcida villanía, compasión… En fin, algo que los sitúe junto a ti.
Como es lógico, a los ‘buenos’ les cuesta menos trabajo llegar al corazón del espectador que a los ‘malos’, pero cuando ambos llegan con todo y a fondo, surgen dudas sobre cuál de ellos es mejor, si no como persona, sí al menos como personaje. ¿Con cuál me quedo, con Harry Lime (Orson Welles) o con Holly Martins (Joseph Cotten) en ‘El tercer hombre?... ¿A quién quiero más, a Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) o a Clarice Starling (Jodie Foster) en ‘El silencio de los corderos’?
Pero uno, por muy enamoradizo que sea, no se queda prendado de un personaje si tiene la impresión de que el director no se ha apasionado antes por él y lo rodea de todo ese caudal de simpatía y ‘obsequios’ como de recién casado. No es un refrán pero igual vale: ponle cabeza y corazón a un canalla y caerá simpático; deja vacía a una excelente persona, y te dará igual.
Por eso los grandes directores construían tipos para enamorar, como hizo Billy Wilder con Barbara Stanwyck en ‘Perdición’, aunque quisiera cargarse al marido, o como ese impresentable Stanley Kowalski que construyó Elia Kazan, o Marlon Brando en ‘Un tranvía llamado deseo’.
Como es lógico, a los ‘buenos’ les cuesta menos trabajo llegar al corazón
A John Ford, un fulano arisco y algo perverso, se delataba como lírico y tierno en sus películas por ese profundo amor hacia sus personajes, hasta por los más burros y tontos, como aquel Will Danaher que interpretaba Victor McLaglen en ‘El hombre tranquilo’ (las escenas del asilvestrado Danaher con la viuda Tillane son ganchos para el apego hacia él). Hasta Darth Vader, Freddy Krueger, Norman Bates, el Joker o aquel Hans Landa que hacía Christoph Waltz en ‘Malditos bastardos’ encuentran su sitio en el corazón del espectador porque los directores de esas películas los aman como las madres a sus hijos, por feos y dañinos que sean.
Pues, ahora, no siempre ocurre así, o al menos, no siempre da la impresión de que ocurra así. Y no me refiero al torrente de películas que son vulgares y no tratan a sus personajes con la dignidad o indignidad que necesitan para gustar; lo sorprendente es sacar esa impresión en películas magníficas, bien trabajadas en todos sus aspectos, incluidos los de la construcción de unos personajes que, buenos, regulares o malos, solo destilan algo parecido a la antipatía.
Ya se sabe que la antipatía es un sentimiento potente, sí, pero probablemente poco útil para encariñarte, o lo que sea, con una película. Pues, sin estar seguro de ello, uno diría que hay una cierta corriente que siguen algunos de los más dotados directores de cine por la que se desdeña el gancho de unos personajes, su capacidad de engatusar, perturbar, tener ángel o diablo, a cambio de que su cine rebose originalidad o radicalidad. Raro empeño: me cisco en la simpatía (el verbo ‘ciscar’ bien admitiría empatía, pero, ¿quién se atreve?) y me concentro en mi categoría o importancia.
Gracia y astucia
Podría ser el caso de, por ejemplo ‘Los odiosos ocho’, película de Tarantino en la que no hay ni un solo personaje simpático, agradable, pero no es el caso porque todos están sublimados en su antipatía y tienen detrás la ‘gracia’ y la ‘astucia’ de un tipo que lo vuelca todo en sus criaturas, y nada en él (qué desastroso siempre Tarantino). Me refiero, y ya caigo sobre el asunto, a películas recientes y magníficas como ‘The brutalist’ o la española ‘Sirat’, premiadas, admiradas y de gran éxito.
Brady Corbet, el director de ‘The brutalist’, consigue hacer un monumento cinematográfico sobre una historia fascinante, visualmente abrumadora y con actores de calidad, pero en el interior de unos personajes sin atractivo, sin encanto, puros mazacotes sin pulimentar, todos antipáticos, el arquitecto, su mecenas, su sobrina… Pero antipáticos en la modalidad de cargantes, inaguantables. Una gran película, seguro, pero en la que uno se queda hipnotizado y a la espera mientras da vueltas como cuando lleva ropa a una lavandería automática.
Podría jurarse que a Brady Corbet no le gusta de verdad ninguno de sus personajes (acaso, un poco, el de la mujer, Felicity Jones) y no pretende volcar ese amor fordiano sobre ellos.
Y Oliver Laxe, el director de ‘Sirat’, es un cineasta evidentemente especial y que tiene mano para la creación de ambientes, de climas y misterios sin que en realidad los haya. No entraremos en la aventura, desventura y situaciones desatinadas y discordantes que propone la trama argumental, sino en el desapego y en la crueldad del director hacia sus personajes, que no son muchos. Un padre, su hijo pequeño y unos cuantos sin apenas enfocar que viajan de ‘rave’ en ‘rave’ y de colocón en colocón.
Es evidente que Laxe no tiene la intención de que los conozcas, ni que los entiendas, ni que los quieras; están ahí a la espera de que el guion les señale dónde los lleva y para qué. Y sin desvelar dónde ni para qué van, lo que sí está claro (sólo para mí, a la vista del gran éxito de la película) es que no es a quedarse en tu corazón.
Películas que no quieren gustar, tipos antipáticos y olvidables… Quizá estamos ante la nueva revolución de un cine que, como no es de fácil digestión, te regala un antiácido con la entrada.
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