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ARTE

Monet y la luz sobre las fachadas

Últimos días para ver la extraordinaria exposición que dedica la National Gallery londinense al papel que la arquitectura tiene en la obra de Monet

«La estación de Saint-Lazare» (1877), un ejemplo de la pintura urbana de Monet

Manuel Muñiz

En Claude Monet se suele pensar, ante todo, como pintor de la naturaleza: los nenúfares de su jardín de Giverny, los acantilados normandos, los prados de Argenteuil... Pero la exposición que le dedica la National Gallery londinense -- prefiere centrarse en el papel que tienen en su obra los edificios. Un rol muy interesante y que fue evolucionando con el tiempo.

Es precisamente un criterio más o menos cronológico el que ordena la exposición, dividida en tres secciones que corresponden aproximadamente a tres periodos de la producción de Monet. El primero, «El pueblo y lo pintoresco», consta principalmente de cuadros de juventud, paisajes normandos en los que usa los edificios para «rimar» con la Naturaleza : como apoyo, contraste o ruptura con la misma. Notable es cómo puede usar el mismo edificio para producir distintos efectos en varios lienzos.

La segunda sección está dedicada a «La ciudad y lo moderno», una etapa muy singular en su producción, en la que toma las grandes capitales -Londres y París sobre todo- como símbolos de modernidad , llenos de multitudes (en contraposición a su obra posterior, donde la figura humana casi desaparecerá) y edificios nuevos, de contrastes entre humo y cielo. De esta etapa, que duró alrededor de una década (1867-1878), también hay obras más campestres, pero en las que la modernidad deja su huella. Por ejemplo, en la serie de cuadros que muestran el proceso de reconstrucción de un puente en Argenteuil, destruido durante la guerra franco-prusiana.

En conjunto

Las series centran la última sección de la exposición, quizá la más interesante. «El monumento y lo misterioso» consta de siete obras sobre la catedral de Rouen (1892-1894), ocho vistas de Londres (1870-1871 y 1899-1901) y nueve c uadros sobre Venecia (de los 37 que pintó en esta ciudad, ya casi al final de su carrera, en 1908). La muestra da una gran oportunidad de ver de lado a lado cada obra de estos conjuntos -normalmente dispersos por museos de todo el mundo- y apreciar mejor la maestría del artista a la hora de usar los edificios para pintar los efectos de la luz.

En la serie dedicada a la catedral de Rouen es casi posible adivinar la hora exacta a la que estaban siendo pintados (Monet los realizó todos a la vez, pasando cada día de lienzo a lienzo a medida que avanzaban las horas) por cómo la luz del sol va dibujando y borrando la fachada. En Londres el astro rey es una bola de fuego entre la niebla y el humo , menos presente en el cielo que en sus reflejos en el Támesis, el Parlamento y los puentes de Charing Cross y Waterloo. Y en Venecia, un Monet ya anciano pinta una luz llena de paz, casi espiritual, que permea los canales y los edificios.

Esa fue la última vez que sacó sus pinceles de Giverny y que pintó edificios. Desde entonces, como tantas otras veces en su carrera, todo fue Naturaleza. Pero esta exposición sirve para demostrar que las construcciones humanas también relucían en su mente y que es posible encontrar enfoques originales sobre los grandes clásicos.

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