LIBROS

La literatura escondida en el fondo de una botella

Edgar Allan Poe, Baudelaire, Truman Capote, Fitzgerald, Onetti... Buena parte de los escritores más relevantes de la Historia fueron grandes bebedores, cuando no alcohólicos sin remedio. Un libro relata esta relación creativa-destructiva

Truman Capote, visto por Andy Warhol ABC

07/11/2017
Actualizado 09/11/2017 a las 12:18h.

Si hay un escritor que hace honor al mito del genio alcohólico, ese es Edgar Allan Poe . Empezó a beber tras la muerte de su primera mujer, y cuentan que llegó a su segunda boda borracho como una cuba. Abandonado por su padre, muerta su madre, maltratado por su tutor, tenía problemas emocionales y una personalidad cercana a la psicopatía. «No bebía con glotonería, sino con barbarie, como si estuviera cumpliendo un destino homicida», dijo de él Baudelaire , también gran aficionado al alcohol, aunque no tanto como al hachís y al opio. Baudelaire defendía así las bondades de estar siempre borracho: «Ese es el secreto, la única cuestión. Para no sentir la horrible carga del tiempo que rompe vuestras espaldas y las inclina hacia la tierra, es preciso emborracharse sin tregua».

Entre los artistas, son los escritores quienes sufren con más frecuencia depresiones y neurosis, escribe Javier Barreiro en «Alcohol y literatura», de la misma manera que el alcoholismo tiene una incidencia tres veces mayor entre quienes viven de su pluma que entre pintores y músicos. Truman Capote , otro bebedor de categoría, esbozó la teoría de que «todos los escritores, grandes o pequeños, son bebedores compulsivos, porque empiezan sus días totalmente en blanco, sin nada».

«Alguien ha dicho que la literatura se encuentra en el fondo de una botella -escribe Barreiro- y cierto parece que sería posible construir una historia de la literatura contemporánea a través del alcohol». Y esto es precisamente lo que hace en su libro, una divertida y entretenida guía etílica de las letras universales que se remonta al poeta Anacreonte, un amante del vino que murió al atragantarse con una pepita de uva: «Cuando bebemos, los cuidados se adormecen».

Barreiro establece cuatro tipologías del escritor alcoholizado. Están los románticos, los autores «malditos». Ya sea Malcolm Lowry , creador de «Bajo el volcán», cuyo «ideal de vida» contenía una taberna. O ya sea Dylan Thomas , que cayó muerto después de beber 18 whiskies. Luego están los alcohólicos compulsivos, los que bebían para superar su timidez -con Onetti a la cabeza, que recibía a sus visitas en la cama y el piso sembrado de botellas-, y los «bon vivant»: entre ellos, Juan Benet -«No sé si me sirvo del alcohol para escribir o me sirvo de escribir para beber»-, Norman Mailer y la mordaz Dorothy Parker , que entre trago y trago colocaba citas célebres. «Pobre hijoputa», dijo Parker, igual que Ojos de Lechuza en el funeral de Gatsby, delante del cadáver de Scott Fitzgerald , su viejo compañero de juergas.

Bebedores de culto

El club de los bohemios . Entre finales del siglo XIX y principios del XX, surgió alrededor de las redacciones de los periódicos la llamada bohemia española, una serie de escritores que malvivían con lo que ganaban por sus libros y colaboraciones periodísticas. Manuel Paso, Joaquín Dicenta y Alejandro Sawa son algunos de los nombres más destacados. «Perezoso en todo, hasta para suicidarse lo fue, encargando al alcohol lo que otro hubiese encargado a un revólver», escribió Dicenta a la muerte de Paso. El periodista Mariano de Cavia (en la foto) no se quedaba atrás. Cerveza, aguardiente, chinchón, cazalla y anís eran sus bebidas preferidas. «¡Ni que se llamase este curda don Mariano de Cavia! ¡Ese sí que es cabeza! ¡Y cuanto más curda, mejor lo saca!», escribió Valle-Inclán en «Luces de bohemia».

El Nobel y el alcohol . Sinclair Lewis, Eugene O’Neill, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck. Todos ellos son estadounidenses, premios Nobel de Literatura y adictos al trago. A O’Neill la afición le venía de familia. Su padre, un actor irlandés, guardaba en la bodega sus botellas bajo llave para que nadie se las robara. Faulkner (en la imagen) dijo: «Con una copa me crezco, con dos me agiganto y con tres me hago infinito». Antes de ganar el Nobel pasaba entre sus vecinos por ser un borracho y un estafador. «Yo trabajaba en Hollywood cuando Faulkner trabajaba en Hollywood -dijo Fante-. Cuando llegaba la tarde se hallaba tan borracho que no aguantaba de pie y tenía que ayudarlo a meterse en el taxi».

Un whisky en Iowa . «Disculpa. Soy John Cheever. ¿Podrías prestarme un poco de whisky?». Así se conocieron Cheever, un escritor consagrado a sus 61 años, y Raymond Carver, que por entonces sólo era un joven con ganas de hacerse un hueco en la literatura. Cheever llevaba un vaso vacío en la mano cuando llamó a la puerta de la habitación 240 del hotel Iowa House, donde se alojó durante el semestre que duraron sus clases en la universidad. «No hacíamos más que beber. Quiero decir, cumplíamos con la obligación de dar nuestras clases, por así decirlo, pero estábamos allí todo el tiempo… No creo que ninguno de los dos llegáramos a quitar la funda a nuestras máquinas de escribir», recordó Carver. En Iowa, Cheever estaba lejos de su mujer, que acostumbraba a castigar sus borracheras con semanas de silencio.

El mito del hotel Chelsea . La última borrachera de Dylan Thomas fue en la habitación 205 del Chelsea Hotel de Nueva York, adonde acudió para dar un recital de poemas. «He bebido 18 whiskies puros. Creo que es el récord», le dijo el escritor galés a su mujer antes de entrar en un coma que no pudo superar. También murió alcoholizado entre las paredes de ese mismo hotel el irlandés Brendam Behan. William Burroughs escribió allí El almuerzo desnudo, y en ese hotel se alojaron -y se drogaron- los músicos Frank Zappa, Jon Bon Jovi y Jimmy Hendrix. En la habitación 211, Bob Dylan escribió la canción «Sad Eyed Lady Of The Lowlands» y Leonard Cohen lo evocó en Chelsea Hotel. Andy Warhol lo tomó como modelo para «Chelsea Girls».

La postguerra española . «La embriaguez alcohólica, controlada hasta donde sea posible, es un método de conocimiento cultural y de interpretación del mundo, en general, absolutamente imprescindible -escribió Carlos Barral (en la foto)-. Los apóstoles del antialcoholismo no son analcohólicos de nación, sino siniestros conversos. Cínicos frustrados que vociferan que el mundo sin alcohol es más hermoso». Jaime Gil de Biedma se emborrachaba como quien se toma un café por la mañana. «Bebía para divertirse, para relajarse, para comunicarse», dijo su biógrafo. Bebía porque lo necesitaba para seducir a los demás, según Luis Marquesán, una de sus parejas. Las borracheras de Gil de Biedma eran «además de cínicas y narcisistas con afán de mostrar superioridad intelectual, agresivas», explica Javier Barreiro.

Martinis en el Algonquín . «Me gusta tomarme un martini. Dos como mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy debajo del anfitrión». Es una de las citas más recordadas de Dorothy Parker (abajo), que en los años 20 se citaba casi a diario con sus amigos artistas en la tertulia del círculo vicioso, en el hotel Algonquín de Nueva York. «Nos contábamos chistes y nos decíamos los unos a los otros lo buenos que éramos», recordó al final de su vida. Otra escritora aficionada al alcohol era Carson McCullers, que siempre llevaba en su bolso una petaca con whisky. La reciente recuperación de Lucia Berlin dio a conocer la historia de una autora que pasó por varias curas de desintoxicación.