Suscríbete a
ABC Cultural

EL CASO MATZNEFF

Juicio sumarísimo a los sueños

Se ha perdido el sentido de lo que es el arte, la diferencia entre ficción y realidad

Paul B. Preciado
Andrés Ibáñez

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Hace poco, el gran novelista Pablo D’Ors afirmaba en estas páginas que la literatura contemporánea está enamorada del mal y de la crueldad, y que era muy difícil encontrar obras narrativas que tuvieran una visión esperanzadora o luminosa. Estoy de acuerdo con su visión, que ... no hace constatar más que un estado de cosas. Lo extraordinario, entonces, es esta obsesión moralista de ahora y la curiosa idea de que si un autor no es una buena persona, no debemos leerle. De modo que la literatura ha de hablar de horrores, pero el autor o autora deben apoyar siempre las grandes causas (y superar severos escrutinios que aseguren que no son racistas ni machistas por obra u omisión como, por ejemplo, el test de Bechdel) y ser, en su vida privada, personas modélicas y ciudadanos ejemplares. ¿Cómo hemos llegado a esta situación tan absurda? La idea de no leer a autores a los que consideramos «malas personas» es tan delirante como la de leer sólo a aquellos escritores que sean buenas personas. En un ensayo que llegó a hacerse célebre, el escritor Chinua Achebe acusó a Joseph Conrad de ser un racista (a bloody racist ) por usar la palabra maldita, «nigger» (que, desde luego, no se usaba del mismo modo en el siglo XIX), y por presentar África como un lugar exótico y remoto en El corazón de las tinieblas. Y eso a pesar de que esa novela sea una de las fábulas más terribles jamás escritas contra el colonialismo.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia