ARCO'21
Juana de ARCO, una historia de amor al arte
En el año 1982 echó a andar ARCO de la mano de Juana de Aizpuru. Su nombre es historia viva del arte español de las últimas décadas
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Iniciar sesiónDecir Juana de Aizpuru es decir ARCO, y viceversa. Pero no caigamos en aquello de ‘tanto monta, monta tanto’, porque iríamos desencaminados. Juana de Aizpuru (nació en Valladolid, pero se la asociará con Sevilla y Madrid por los siglos de los siglos, ... amén, y su pasaporte lleva todos los sellos del mundo) va mucho más allá de los vientos y mareas que han agitado la bandera de la feria entre ataques piratas y otros variopintos asaltos económicos: los dientes de sierra de las curvas de resultados que han desangrado a altos linajes galerísticos.
Unos apellidos que la avalan
Ella en sí misma supone una cita con el arte de las últimas décadas, del siglo XX y del XXI, sin necesidad de mayores avales que su nombre y su apellido de toda la vida (el que se colocó recién casada y que nunca ha dejado de lado, pese a seguir el camino de una mujer echa a sí misma); aquel que ha abierto salas de exposiciones en la capital hispalense (de 1970 a 2004) y la del Reino (desde 1983 y hasta hoy), ha resonado en las principales citas internacionales y mercados artísticos, ha puesto en marcha bienales (la BIACS) y toda clase de encuentros, aunque algunos acabaron en sonoros desencuentros , y se ha desgañitado por algo tan abstracto e incomprendido en España como el arte contemporáneo. «Yo todo lo que sé lo he aprendido de los artistas. Creo que son los únicos que nos pueden enseñar sobre arte», asevera una y otra vez.
Cuarenta ediciones cumple ARCO en esta rara cita veraniega que nos ha dejado la pandemia, y no podemos pasar el álbum de fotos sin detenernos en su genio y figura, porque llama la atención y concita todas las miradas allá por donde se pasea. De lo contrario, incurrimos en una clamorosa descortesía y en una flagrante injusticia. Ella puso en marcha este tinglado de galeristas y artistas. «Fue una idea mía –apunta–. Primer o intenté hacerla en Barcelona, pero no pudo ser. Pero en Madrid la aceptaron porque al presidente de Ifema , Adrián Piera , le gustaba el arte contemporáneo. Cenando en ‘El Burladero’ de Sevilla se nos ocurrió el nombre. AR-CO por Arte Contemporáneo, claro, y por el arco que asciende». Una anécdota mil veces contada, pero que en este cumpleaños no se debe obviar. Juana nunca aburre.
«Yo todo lo que sé lo he aprendido de los artistas. Creo que son los únicos que nos pueden enseñar sobre arte», asevera una y otra vez
Los recuerdos de esta feria ‘cuarentona’ le (nos) traen imágenes por las que no parece pasar el tiempo, ni la edad, ni el desengaño, ni las pérdidas de amigos irremplazables (resuena en su conversación el nombre de Harald Szeemann : «La generación de los ‘curators’ de los 80 fue extraordinaria»). Juana y su elegante silueta, aunque calce zapatillas de andar por casa , porque ella se confiesa fiel al 'ande yo caliente y ríase la gente'; con su característico peinado que apunta al cielo , más moderna que la modernidad misma, más libre que la libertad misma que se colaba por los resquicios de las casas de bien en aquellos años de salto de régimen y a salto de mata, sin muchas normas escritas, pero con unas ganas tremendas de darle la vuelta al calcetín de lo rancio .
«La Transición fue espectacular. Fue modélica y acaparó la atención de todo el mundo. Gracias a ella los españoles fuimos objeto de admiración en todas partes. Aquella época tan bonita, tan difícil y tan apasionante hizo que el mundo del arte se transformara. Cuando empecé a ir a ferias, me quedé verdaderamente perpleja y pensé que sería maravilloso hacer una de arte aquí».
Si hubieran durado diez años...
A sus ochenta y ocho años , que cumplirá el 22 de agosto, Juana de Aizpuru es capaz de charlar horas y horas de seguido rememorando detalles de aquellos días, de aquellos barros y de estos lodos: «Los ochenta tuvieron cosas fantásticas. Si los buenos tiempos hubieran durado diez años, se habrían consolidado grandes coleccionistas». Doy fe de que no le falla ni un recuerdo de los rescatados , ni da puntada sin el hilo de la memoria, porque hemos quedado en su galería a la una y media del mediodía un día de una semana en la que da por zanjado el montaje de su última exposición, y terminamos la cita después de comer, a eso de las cinco.
Su silueta aún se dibuja estilizada en el elegante traje que ha elegido y que combina con unas zapatillas deportivas de color anaranjado . Sin duda y como siempre, por la calle la miran, su personalidad atrae. Confiesa que no le agrada madrugar y que se acuesta tarde. De hecho, en mitad de la conversación, aparece su hija Concha, que le comenta no sé qué y ella alega que tiene trabajo hasta tarde, hasta las nueve y media de la noche, como poco. Tajante, el trabajo es el trabajo. «Ser galerista no es una profesión, es una vocación carismática».
Ella, que ha hecho de todo, aún tiene apetito para más. Ante la pregunta de si tiene otros sueños, no duda en relatar que le gustaría montar un pueblo de artistas en uno de esos enclaves de la España despoblada. ¿Y cuál es el problema?», le pregunto. «Pues que todos los lugares que me ofrecen para poder llevar a cabo esta idea están muy lejos, perdidos en Soria…». Por si a alguien le quedaba alguna duda, hay Juana de Aizpuru para rato.
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