Joan Miró, poeta de formas en el IVAM

La exposición se articula en cinco salas, que no siguen ni un criterio cronológico ni temático en la presentación de las en torno a 200 obras reunidas. Lo que sí se puede apreciar de inmediato es su variedad: pinturas, esculturas, dibujos, cerámicas, carteles y piezas vinculadas a las artes escénicas . Esto da ya una clave: la intención es ir más allá del Miró pintor o escultor, transmitir su carácter de artista total, abierto a los más diversos géneros y registros.

Estamos así ante una exposición «de tesis». El título, Orden y desorden , expresa el núcleo de la misma, una consideración de la obra de Miró caracterizada por su orden interior, y a la vez por su apertura hacia el exterior, que puede ser percibida como desorden.

Siendo ésta una tesis interesante, el problema surge por el modo concreto de presentar las obras, al mezclar y superponer fechas y épocas: no hay orden. Por lo que se hace difícil, si no se dispone de datos previos, apreciar la escala de momentos y transiciones a lo largo de la trayectoria de Miró . E igualmente difícil es identificar los ejes temáticos recurrentes en la misma, sus sentidos.

Aun así, estamos ante Miró, ante un Miró «abierto», que sigue deslumbrando por la intensidad plástica de sus propuestas en todos sus registros. Podemos ver cómo en las pinturas de su primera individual, en 1918 -que parece que fue un gran fracaso- ya se abre a los nuevos lenguajes de las vanguardias. Tras ello, decidió marcharse a París en 1920, donde acabaría por convertirse en uno de los artistas centrales del Surrealismo. Eso sí, sin encerrar su trabajo en un marco de grupo.

Miró fue desarrollando un lenguaje plástico distinto, diferenciado, propio. Con una articulación muy elaborada y precisa de temas y formas de representación: el dinamismo plástico y expresivo de las figuras humanas en su contraste con los animales y la Naturaleza ; la dispersión en el mundo fabricado por los hombres, las mujeres y los pájaros; los sueños desde una expresión figurativa poética, en la que las líneas y el color desempeñan un papel fundamental.

Todo ello puede apreciarse en las obras reunidas. Pinturas que destellan como relámpagos. Dibujos que transitan desde lo que está fuera a lo más interior. Pequeñas, hermosas, llenas de poesía plástica, las cerámicas. Y también otros aspectos que habitualmente se dejan en segundo plano. Por ejemplo, el compromiso político y social de Miró. Primero en 1937, con la República, tal y como se expresa en su conocido cartel Ayudad a España . Después, con la democracia, a lo largo de toda su trayectoria.

El sugestivo documental de Pere Portabella Miró, l’altre (1969), permite verlo en acción, sacando su obra a la calle, y después tachándola con una densa capa de pintura negra, con una escoba, con una brocha. Los carteles también expresan su voluntad de acción, de intervenir en la vida pública . Y de gran alcance son las figuras para la obra teatral Mori el Merma , en la que empezó a trabajar en 1976, y que se estrenó en 1978. Inspirándose en el Ubú Rey de Alfred Jarry, representación satírica del poder despótico, Miró expresaba en ella el deseo del final definitivo de la dictadura franquista.

Frente al tópico tan extendido que comparaba las obras de Miró con lo que pintan los niños, hay que oír la profundidad de su voz en 1968: «No he necesitado más que un instante para trazar con el pincel esta línea. Pero he necesitado meses, quizá años de reflexión, para concebirla». Nada más difícil que pintar como un niño. Miró sigue aquí. Está vivo. La obra de este poeta de las formas permite pasar de lo meramente exterior a los ecos y registros más profundos de la existencia.