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LIBROS

Isaiah Berlin contra el nacionalismo y sus disfraces

El filósofo e historiador de origen ruso-judío, Isaiah Berlin, aborda en este libro los orígenes nacionalistas. Se trata de un volumen que reúne por primera vez todos sus ensayos al respecto

Isaiah Berlin es uno de los pensadores liberales más relevantes del siglo XX

CÉSAR ANTONIO MOLINA

Se reúnen por primera vez, en cualquier idioma, todos los ensayos en los que el filósofo e historiador de las ideas, de origen ruso-judío, Isaiah Berlin (1909-1997), reflexionó sobre el nacionalismo. Para el autor de «Dos conceptos de libertad», el nacionalismo es la más poderosa influencia sobre la vida pública en occidente durante el pasado siglo, y nosotros podemos añadir también que sobre el presente. Una expresión ideológica del Estado-nación que se creía decaería con el debilitamiento de las fronteras nacionales producido por las dos guerras mundiales y el desarrollo de la UE. Pero el nacionalismo no solo no ha desaparecido, sino que hoy en día, como estamos comprobando, es más peligroso que nunca . Si la humanidad se aniquila a sí misma, escribe Berlin, lo hará mediante el estallido de la violencia nacionalista, y no de la violencia social. El nacionalismo nació ya con fuerza en Alemania durante el siglo XVIII. Hasta entonces esta ideología no había dado señales de vida. En medio del siglo XVIII, en medio de la fe en la universalidad de la razón y la ilustración que buscó la fraternidad, la armonía y la paz universales, el sentimiento nacional herido de Alemania contra Francia por su derrota en la Guerra de los Treinta Años, provocó la primera y profunda manifestación de lo que iba a ser una ideología destructora.

Prusia oriental fue el germen y Gottfried Herder uno de los primeros y grandes ideólogos del «volksgeist» y del «nationalgeist». Herder afirmaba que una de las necesidades esenciales de los hombres era la pertenencia a un grupo. Había una unidad en la que se había convertido la nación. Había un genio colectivo, no atribuible a autores individuales, que creaba mitos, leyendas, además de las costumbres. Por eso el exilio y la nostalgia «era el dolor más noble de todos», escribe Herder. El cosmopolitismo que Francia representó en el siglo XVIII, hacía desaparecer lo específico y conducía al desarraigo. Herder no excita a los unos contra los otros , sino que difundió la idea de una coexistencia pacífica entre la rica variedad de formas nacionales de vida, cuantas más diversas mejor. Frente a las invasiones francesas, frente a las revoluciones y uniformidad napoleónica, aunque esta supusiera la extensión de las ideas liberadoras, Herder llamaba a la autoafirmación nacionalista.

Orgullo patrio

Toda esta explosión de orgullo nacional no había sido prevista por nadie, únicamente Hegel se había referido a naciones «históricas» y «ahistóricas». Las primeras portadoras del «Geist» cósmico, pero se oponía al nacionalismo desbocado contra Francia y los judíos. Goethe y Hegel se volvieron impopulares en su propio país, entre los años 1813 y 1815, durante las guerras napoleónicas, porque se mostraron contrarios al creciente nacionalismo germánico. Por eso acusar a Hegel de nacionalista es falso . El verdadero filósofo peligroso de patrioterismo fanático fue Fichte que ensalzó el papel de Alemania como liberadora. Sin embargo Heine había escrito: «Kantianos implacables armados con hachas y espadas removerán la tierra de nuestra vida europea para arrancar las raíces del pasado. Fichteanos armados, a los que no detendrán ni el miedo ni el interés propio, entrarán en escena como aquellos primeros cristianos a los que ni el placer ni la tortura podrán quebrantar». Y también los discípulos de Schelling, los filósofos del antiguo panteísmo germano. Marx y Engels tampoco se enteraron de cómo se iba engendrando este monstruo. Para ambos estas ideas irracionales eran la manifestación de la burguesía reaccionaria condenada a desaparecer. Ellos estaban obsesionados con las clases sociales, y el nacionalismo como la religión era un fenómeno temporal burgués contra el proletariado.

Violento y contagioso

En el año 1848 las revoluciones democráticas fueron derrotadas por nacionalistas agresivos: Napoleón III y Bismarck . La Internacional socialista había coreado que nada conseguiría que los trabajadores marcharan unos contra otros. Lenin se indignó cuando los partidos socialistas de los países beligerantes en vez de proclamar una huelga general que habría detenido la Guerra del 14, se unieron a las banderas nacionales y fueron a la guerra.

Los acuerdos de paz de 1918 estimularon los sentimientos nacionalistas alemanes. En este momento surgió el nacionalismo moderno: violento y contagioso. La exaltación de lo local frente al cosmopolitismo de los vencedores. El nacionalismo para Berlin es una aberración detestable , la más poderosa y quizás más destructiva fuerza de nuestro tiempo. No hay que confundir los levantamientos nacionales contra el colonialismo, con el nacionalismo. El nacionalismo surge como una autoafirmación, como un sentimiento de opresión, como un sentimiento de humillación: una minoría ha preservado su propia tradición cultural y no quiere ser gobernada por una mayoría. Hay también un sentimiento de injusticia colectiva, como en el caso sionista.

El nacionalismo, para Berlin, era también una asfixia de las sociedades cerradas que favorecían a un grupo o una clase para autoperpetuarse y corromperse. Nadie predijo que el nacionalismo podría dominar el final del siglo XX y prolongarse en el presente. Nadie predijo nada y ahí está el monstruo.

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