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LIBROS

«La Gran Guerra y la memoria moderna», la voz de los combatientes

El historiador Paul Fusell analiza los escritos de soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial, que nos proporcionan una vía diferente para entender la contienda

EDUARDO GONZÁLEZ CALLEJA

Leyendo libros como el de Daniel Wintrebert, «Les tranchées de l’Ancre. Petite anthologie de la Grande Guerre» (Abbéville, F. Paillart, 2014), percibimos el enorme valor que los poderes públicos siguen otorgando a las palabras de esa generación de combatientes ya desaparecida: decenas de miles de testimonios crudos que fueron prohibidos en la Alemania hitleriana y olvidados en toda Europa tras la segunda posguerra, hasta que la «Nouvelle histoire» francesa de los años sesenta y setenta favoreció el asentamiento de una historia militar «desde abajo» donde las actitudes colectivas de los soldados recibieron una atención preferente. Historiadores como Jean-Baptiste Duroselle o Marc Ferro trataron de abordar una historia integrada del frente y de la retaguardia, estudiando los aspectos psicológicos y los mecanismos socializadores de las movilizaciones y las desmovilizaciones militares, políticas y culturales. Esta nueva perspectiva se alimentó también de la renovación de los estudios militares impulsada por una historiografía anglosajona preocupada por temas más cercanos a la antropología, como el estudio del comportamiento del soldado en el campo de batalla abordado por John Keegan en «The face of the battle» (1974) o la plasmación lingüística y literaria de las memorias de los combatientes que analiza el historiador norteamericano Paul Fusell (1924-2012) en este ensayo escrito en el no menos simbólico año de 1975, el de la derrota en Vietnam.

Recuerdo nostálgico

Su tema central es describir la experiencia británica en el frente occidental (especialmente la catastrófica batalla del Somme en el verano de 1916) recorrido por casi 20.000 kilómetros de trincheras donde 7.000 soldados y oficiales británicos resultaron heridos o muertos cada día. Pero la narración histórica se desvanece en favor de la memoria como mediadora de una experiencia demasiado aterradora, caótica e irreal para ser captada y expresada de forma directa. Es el lenguaje lo que da forma a la memoria moderna, a través del marco narrativo creado por los veteranos de la contienda. Siguiendo la teoría literaria de Northrop Frye, según la cual los grandes ciclos histórico-literarios pasan del mito a la mímesis, y luego a la ironía, Fussell considera que esta última es la forma interpretativa más apropiada para la comprensión de una guerra que en sus comienzos fue la más inocente por su anclaje en los principios de la moral tradicional, pero cuya creciente brutalidad obligó al empleo del comedido humor británico para escribir los horrores mediante el distanciamiento con el fin de mitigar daños y tratar de explicar lo inexplicable.

El segundo capítulo, que da cuenta de l a vida cotidiana en unas trincheras casi dotadas de carácter nacional, está marcado por los amaneceres y los crepúsculos llenos de significados estéticos y morales anejos a la provisionalidad de la vida y el recuerdo nostálgico de la cercana Inglaterra. Las frecuentes pesadillas que sufrieron los combatientes obligados a volver una y otra vez al frente simbolizan el fantasma de una guerra sin fin.

El tercer capítulo, articulado en torno a las memorias noveladas de Siegfried Sassoon , pone de relieve las fuerzas adversas que convergen en el momento culminante del enfrentamiento armado. No sólo se procede a la deshumanización del enemigo como algo ajeno, grotesco y misterioso (gérmenes, lobos, insectos etc.), sino a la separación entre los soldados, los oficiales de tropa y los oficiales del Estado Mayor, y entre todos ellos y la «necia» población civil asentada en la cómoda retaguardia.

Rituales

El capítulo cuatro alude a los componentes míticos, rituales y legendarios de la experiencia combatiente, desde el rito iniciático del bautismo de fuego hasta el modo en que la continua experiencia del terror dio lugar al resurgimiento de supersticiones, leyendas (hordas de soldados enterrados en tierra de nadie y dedicados a profanar los cadáveres) y rumores en un ambiente psicológico casi medieval.

No se puede calibrar la envergadura cultural de una guerra hasta que no se constatan los esfuerzos literarios por escribir lo indescriptible. Una de las características de una gran contienda reside en el encontronazo entre los acontecimientos y el lenguaje hasta entonces disponible, que muestra su incapacidad para expresar la realidad de los hechos. La Gran Guerra propició una incomparable «literaturización» de los combatientes, favorecida por la amplia alfabetización y el respeto hacia la literatura nacional, especialmente la serenidad de la literatura inglesa del siglo XVIII. La capacidad adaptativa del lenguaje se mostró en el empleo generalizado de los eufemismos y de la voz pasiva para encubrir los actos más salvajes y reprobables. Este paradójico empobrecimiento del lenguaje tuvo su manifestación más acabada en el empleo de millones de tarjetas postales previamente escritas como vía de comunicación deshumanizada y semiautomática. Aún hoy la guerra se atasca en frases estereotipadas y palabras huecas que muestran su incapacidad para expresar el horror.

El sentimiento de irrealidad y de desdoblamiento de la personalidad que afectó a los combatientes trastoca la guerra en un remedo de escenario teatral. Quizás la memoria más escénica de las escritas después de la contienda fuera «Adiós a todo eso», de Robert Graves , donde se impone el modelo de la farsa y la caricatura sobre el horror y el sinsentido de la experiencia bélica.

Rosas y amapolas

Como contraste escapista y elegíaco, otros autores como Edmund Blunden reconstruyeron el teatro de la guerra como un entorno idílico, semejante al idealizado hogar inglés, donde la proliferación de rosas y amapolas es una obvia metáfora de la sangre y el olvido . El penúltimo capítulo aborda la siempre compleja asociación entre guerra y sexo, especialmente el homoerotismo.

Se podría reprochar a Fussell que la descripción de la experiencia de las trincheras como frustración (Sassoon, Blunden) o como absurdo (Graves) se construye de forma casi exclusiva sobre testimonios de la clase media joven, ilustrada y varonil inglesa, pero ello no los invalida como ejemplos de la construcción cultural de la Gran Guerra a través de la memoria. Una vía para entender la contienda más accesible que la historiografía «oficial», considerada insensible , y cuya objetividad cuestionaron los mismos soldados al pensar: «No creas una palabra de lo que leas».

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