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La falsa soledad del mono compasivo

El humano, armado con la conciencia racional, el sentido moral y el lenguaje, piensa en dar derechos a los animales tras constatar que no está solo en el sufrimiento

Fotografía de la serie «Primates» (2015), de Isabel Muñoz, en su exposicióm actual «Álbum de familia» en la galería Blanca Berlín de Madrid

GONZALO LÓPEZ SÁNCHEZ

Según el Génesis, en el principio de todas las cosas, Dios dijo: «Hagamos al hombre a imagen nuestra, a nuestra semejanza, para que domine a los peces del mar, a las aves del cielo, y a los ganados, y a todas las bestias ... salvajes y a todos los reptiles que reptan sobre el suelo». Para Kant, este dominio le permitió al hombre dejar de considerar a los animales compañeros de la creación, para considerarles «como medios e instrumentos para la consecución de sus propósitos fines arbitrarios». A fin de cuentas, tal como dijo Descartes , mientras que los humanos eran las criaturas de la razón y estaban unidas a la mente de Dios, los animales eran meras máquinas hechas de carne o, en palabras de Nicolas Malebranche, uno de sus discípulos, criaturas que «comen sin placer, lloran sin dolor, crecen sin saberlo: no desean nada, no temen nada, no saben nada».

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