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«La España vacía está en las casas de la España llena»

Sergio del Molino se ha pateado «La España vacía» y la refleja en las páginas de su último título. Un ensayo sobre nuestra identidad, nuestros mitos y nuestro iconos

Sergio del Molino, autor de «La España vacía» Ángel de Antonio

JAVIER VILLUENDAS

El joven Sergio del Molino (Madrid, 1979), el que devoraba gofres en la estación de Sol, no hubiera esperado que el Sergio del Molino mayor acabara escribiendo sesudas disertaciones sobre España. Tampoco que estaría vivo a estas alturas. Se imaginaba siempre más apátrida que otra cosa. En su intento de buscarse y contarse a sí mismo ha encontrado en el camino a su propio país . Para eso necesitaba pateárselo.

El autor acaba de publicar un ensayo titulado « La España vacía » (Turner) en el que analiza nuestro singular éxodo rural, desmonta algunos mitos urbanitas sobre la gente que vive en los pueblos y se asoma a algunos de los iconos rurales patrios por antonomasia, como Cayo (el del «disputado voto»), Puerto Hurraco o «Las Hurdes» buñuelescas.

–«Portugal es Lisboa y sus paisajes. Y España es Madrid, y el resto ni siquiera es paisaje»

–Los españoles tradicionalmente hemos sentido desprecio por nuestro paisaje interior, lo consideramos un secarral y un erial. El paisaje español se descubre con la generación del 98, y hasta entonces hay un enorme complejo de inferioridad y envidia por el paisaje verde francés. Ellos, aunque el 27 más que el 98, buscan en su propia tierra esa construcción de la belleza que Proust hace al recrear Combray. Me parece que es un paso audaz, y que en su espíritu europeísta tuvo mucha importancia. Incluso se ponen muy místicos. A algunos, sobre todo a Unamuno, se les va la mano. Y buena parte de la mística de la generación del 98 es el germen del programa de Falange Española. Machado es otra cosa, más íntimo, reflexivo y autobiográfico. Se apropia del paisaje de una forma más moderna. Por eso creo que a Machado podemos leerle hoy, y Unamuno nos repele.

–Usted se pone a viajar por los pueblecitos de España. ¿Qué descubre?

–Descubro que vive muy poca gente y que los censos no son acertados, que pone que viven doscientas personas y, a lo mejor, solo viven diez. Vive gente, y me sorprende, por elección. Porque podría estar en otros lugares mucho más cómodos, con más servicios. Y hay mucha gente que está atrapada y con un gran resentimiento hacia el Estado. Llevan allí toda la vida y se sienten abandonados, absolutamente desatendidos. Ves también que hay unas corrientes culturales muy fuertes que no son europeas y que tiene que ver con nuestro vínculo con Latinoamérica y con nuestra herencia árabe.

–Ningún dictador ha maltratado tanto la España rural como Franco.

–Franco, como líder de un proyecto nacionalista autoritario y muy violento, buscó lo eterno español. Y lo exaltó. Dijo que actuaba en nombre de esos campesinos… Su movimiento quería destruir Madrid y volverla a levantar porque la consideraban una especie de Babel, una especie de puticlub tremendo que no se merecía seguir siendo España si no se purificaba con catolicismo. Él aceleró y magnificó el sufrimiento de los campesinos. Incluso les sacó a punta de pistola de sus casas para construir pantanos. Fue inmisericorde con la gente del campo, porque había unos planes muy parecidos a los de la Unión Soviética de industrializar el país muy rápido. Si había que llevar a millones de personas a que vivieran en chabolas, se llevaba. No tuvo la menor consideración con la gente que en su retórica oficial era la gente que encarnaba la verdadera España. Era una doble moral, una hipocresía absoluta.

–«Las Hurdes, tierra sin pan», de Buñuel, es «una película de monstruos y aventuras exóticas».

En nuestros pueblos hay mucha gente que está atrapada y con un gran resentimiento hacia el Estado

–Sí… Es el infierno que me busco cuando me lean los buñuelistas, es una interpretación muy personal. A mí me parece de cierta impostura intelectual que Buñuel se acerque a Las Hurdes como si fuera la Polinesia, como si fuera un viaje de aventuras. Me sorprende mucho que adopte ese esquema cuando él proviene de la España vacía. Él es de Calanda y no le podría extrañar tanto lo que ve en Las Hurdes. Y luego ya está demostradísimo que es un falso documental, aunque él se empeñó en decir que era «rigurosamente objetivo». Era una estrategia propagandística, quiere remover conciencias. Y no pasa nada porque se explica por el contexto de la época, no va en detrimento de Buñuel. Lo que va en su detrimento es la defensa acérrima que hacen algunos buñuelistas de por qué lo hizo, cuando está claro y además a él le importa un bledo. La cinta de Las Hurdes no gusta mucho allí. Han seleccionado qué memoria quieren, una más positiva, y no quieren saber nada de Buñuel.

–Y Tierno Galván de repente es de pueblo...

–Descubre el populismo y le funciona muy bien venderse como un chico de pueblo, y no de la capital, en un momento en el que la gran masa de votantes de Madrid viene del pueblo y tiene pueblo. Esa mayoría absoluta se debe a esa proximidad y a esa forma en que se vende. Pero era de Madrid. Su padre sí que era de pueblo, pero él ni siquiera lo pisó. Se vende como «yo soy un soriano que vino a la capital como vosotros que vinisteis de vuestros pueblos…». Creo que es ilustrativo sobre hasta qué punto el imaginario de los pueblos de la España vacía influía dentro de la configuración de lo que era Madrid después del exilio rural.

–«La España de la que provienen millones de españoles ya no existe, se ha reformulado», cuenta. ¿Ha escrito un ensayo sobre un fantasma?

–Sí. Está en las casas, en las mitologías familiares. Realmente la España vacía está en Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Bilbao, está en las casas de la España llena. Y pervive en los álbumes de recuerdos. Está en la construcción de la identidad que los hijos y los nietos del exilio rural han hecho ya desde la España urbana, en cómo han reinventado sus mitos familiares y cómo vuelven a ellos. Y que puede ser una forma de cohesión social que no hemos explorado, basada en la historia íntima y familiar no basada en el «Mio Cid», ni en la conquista de América, ni en alguien que escachó la cabeza a un moro.

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