LIBROS
El ensayo de las citas oportunas
Pajak definió este, «su ensayo del exilio», como «una revancha abstracta de un mal de amor, un aullido contra las ideologías, el espíritu del tiempo y el tiempo que pasa»
FERNANDO CASTRO FLÓREZ
Montaigne fijó con lucidez el destino del ensayo, que no lleva a otra cosa que a mostrarse «con maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio». En buena medida, se trata de una mutación moderna de la sabiduría del oráculo délfico ... , asumida por Platón , que nos llama a conocernos a nosotros mismos. Pajak , con el estado de ánimo de un solitario, desarrolla un singular «ensayo» que, según declara, es una «revancha abstracta de un mal de amor, aullido contra las ideologías, contra el espíritu del tiempo y contra el tiempo que pasa ».
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El « Manifiesto incierto » tiene tanto de intempestividad cuanto de retorno a un lugar común contemporáneo que hace que infinidad de lectores e interpretes estén literalmente imantados con Walter Benjamin , que realizó en « Calles de dirección única » un apasionado elogio de las citas a las que considera «salteadores de caminos que irrumpen armados y despojan de sus convicciones al ocioso paseante». Lo que trata de hacer Pajak es contemplar y dar forma a su melancolía a través del naufragio benjaminiano , ajustando su escritura a las micrologías de aquel que confiaba más en la alegoría que en el esplendoroso despliegue de lo simbólico.
Como un tímido
Pajak da cuenta de sí mismo como un tímido, consternado con los avasalladores de la palabrería y ajeno a la oratoria desenvuelta , entregado a una escritura balbuceante que corresponde a la experiencia de lo inefable. Recuerda que Benjamin veneraba las palabras hasta el extremo de dejar que se abandonen a su acrobática desmesura, a su luminosa oscuridad, pues, «cuando a uno le faltan las palabras, se produce una paradoja». En el «Manifiesto incierto» está sedimentada la miseria, la angustia, la historia borrada y el recuerdo imborrable del abandono , la experiencia abismal de la orfandad. Los dibujos no ilustran lo narrado, sino que amplían la atmósfera evocadora.
Si se comenta a Beckett es tan sólo para sacar partido de sus magníficas y hasta dramáticas conversaciones con Bram Van Velde (un artista «cuya pintura emite un ruido muy característico: el del portazo a lo lejos») y, sobre todo, para invocar un ejemplo de escritura que «desvaría»: la propia de un protestante guasón. Para aquel pintor de «lo que no se pude pintar», los exiliados conforman una raza: la de los que nunca olvidan su tierra . Al encontrarse con su joven compatriota Beckett, Joyce , el perpetuo exiliado, le repitió esta ley: «Ulises hizo un bonito viaje, sí, pero regresó».
La obra es la crónica elíptica de un sueño buscado, el intento de volver sobre los pasos del misterio
El viaje de Benjamin en barco a Capri e Ibiza es el pretexto que Pajak emplea para realizar su «ensayo del exilio». Para el pensador alemán, «la palabra es la mayor de las ofensas» y no cabe duda de que ese dibujo que le presenta agobiado por el fascismo mussoliniano en medio de la multitud agitada en las calles de Peruggia da cuenta de esa época en la que la propaganda preparó la completa destrucción del mundo. Hacia el final de su archicitado «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica », Benjamin cita la proclama futurista de Marinetti : «Fiat ars, pereat mundus»; lo más bello para aquellos delirantes que querían quemar las bibliotecas no era un automóvil a toda velocidad, sino la guerra y el olor de la destrucción. Con la certeza de que los filósofos son «los lacayos peor pagados por ser los más superfluos de la burguesía», Benjamin depositó su confianza en el surrealismo, «la última instantánea de la inteligencia europea» , y en el teatro brechtiano, que rompe con la empatía-catártica aristotélica la forma de la politización del arte en la que también creyó cuando contempló la ruina de los ideales revolucionarios en su viaje a Moscú.
En el «Manifiesto incierto» hay lúcida asunción del «declinante arte de contar historias» . Pajak retoma las meditaciones benjaminianas sobre el narrador y aquella conclusión de que «quien no se aburre, jamás sabrá serlo. Pero el aburrimiento ya no tiene cabida en el mundo. Las actividades que están secreta e íntimamente ligadas a él han caído en desuso».
«Vida dañada»
La novela era el hogar del apátrida , algo marginalizado en nuestra época de vertiginosa «ludificación», cuando la única «enseñanza» es la administrada por Disney, Las Vegas y sus derivados temáticos, cumplido cabalmente el diagnóstico de Guy Debord según el cual todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación. Cuando Pajak dibuja a un sujeto famélico en el camastro del campo de concentración y escribe sobre Celine, lo que trata es de resistir al imperio de cinismo y banalidad en el que nos columpianos tontamente .
Un cuadernillo mugriento sirve para rendir homenaje a una «vida dañada», cuando la vida parece que fuera una novela, una mezcla de pensamientos fragmentados y visiones de duermevela, citas diamantinas en las que hay una sombra inequívoca de tristeza y viajes ajenos que retornan como eco de experiencias propias.
El «Manifiesto incierto» es la crónica elíptica de un sueño buscado, el intento de volver sobre los pasos del misterio . Tras releer la peripecia benjaminiana en Ibiza, Pajak describe la maravilla de un almuerzo en una «trattoria» vacía de Ragusa y cómo llega de un modo definitivo a la sabiduría: «cuando no pasa nada es cuando pasa algo» . El narrador no puede perder de vista nuestra condición mortal, tenemos que deletrear la inscripción de la catedral de Ibiza que tanto impresionara a Benjamin: «Ultima multis».
Cuando Pajak dibuja a un sujeto famélico en un campo de concentración, intenta resistir el imperio de cinismo y banalidad en que vivimos
El «ensayo gráfico» de Pajak no deposita ninguna confianza ni en la subversión revolucionaria del presente , ni tampoco deriva hacia el mesianismo judío, sino que trata, «en el instante del peligro», de extraer un recuerdo que le permita adueñarse de su mundo. La catástrofe es que las cosas sigan igual pero también es aquella escombrera del pasado en la que hay toda clase de huellas de crueldad , como las que narra Pajak que perpetraron contra él tipejos como Strudel y Fizery. Una de las citas que nos «asalta» con mayor oportunidad corresponde al filósofo Reyes Mate : «No hay universalidad que valga si tiene como costo social la infelicidad de un solo individuo. La verdadera universalidad consiste en reconocer la actualidad de esa injusticia pasada, cometida contra el más insignificante de los seres humanos».
La materia incierta del ensayo que se ocupa de la vida no llega a componer un manifiesto sino un viaje, a la manera de Ulises , de vuelta a una casa («okupada» y ruinosa), con la certeza de que «el Orgullo y la Felicidad se inclinan sobre mi ataúd por el que se cuela el agua».
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