LIBROS
Cuando Vivian Gornick relee de verdad
‘Cuentas pendientes’ es un recuento de recuerdos leídos y releídos ensamblado a partir de apuntes diversos
Rodrigo Fresán
Fue Nabokov , en sus conferencias/lecciones en la Cornell University , quien no dejaba de repetir/recomendar el hábito de la relectura. «Uno no puede leer un libro: uno puede sólo releerlo» , ordenaba. La idea del ruso universal era, claro, ... que una primera aproximación a un texto equivalía, apenas, a mirarlo. Sólo a partir de una segunda o tercera o cuarta vez, aseguraba, se accedía al privilegio de verlo. Semejante idea no era nueva entonces y ha sido más de una vez investigada por autores y críticos como Henry James y Sven Birkerts y Patricia Meyer y Geoff Dyer y volúmenes corales donde muchos se apuntan a reconocerse o desconocerse en lo que alguna vez sintieron como un libro suyo y sólo para ellos. Es decir: arriesgarse a la decepción caduca o al placer renovado del reencuentro con una obra que significó mucho y ahora nada o, sorpresa, viceversa.
De ese viaje de ida-vuelta-ida se ocupa la memorista-ensayista y feminista elegante Vivian Gornick (Nueva York, 1935) en ‘Cuentas pendientes’ : reflexiones de una lectora reincidente (título en inglés ‘Unfinished Business: Notes of a Chronic Re-reader’). Y tiene su gracia que esta inevitable tensión entre el original «negocio inconcluso» de «relector crónico» y la idea de lo «pendiente» a cumplir por una «reincidente» (admitiendo injusticias críticas provocadas por la distracción o, «por no estar de humor») se mueva la propuesta exacta de este breve por fuera y tan amplio por dentro libro. Recuento de recuerdos leídos y releídos ensamblado a partir de apuntes diversos y el meditado capricho de deambular por los estantes de esa forma de autobiografía que es toda biblioteca privada.
Así, la recuperación de postales de una infancia «marxista» en el Bronx (aquí, de nuevo, esa madre y viuda «complicada» de ‘Apegos feroces’ ). Y, allí y entonces, las primeras lecturas (la línea iniciática que conecta a los hermanos Grimm, Louisa May Alcott y Thomas Wolfe ) apura la plena consciencia, ya en el ‘college’, de que «el esfuerzo que exigía alcanzar siquiera una apariencia de ser integrado requería toda una vida de trabajo». Es decir: algo fácilmente trasladable a un lector es un ‘work in progress’ que siempre quedará inconcluso, porque jamás se alcanzará a leer todo lo que ese lector necesita. De ahí, tal vez, el consuelo/subterfugio de la relectura como forma de saldar cuentas y cerrar negocio. Pero es un alivio pasajero porque, en la relectura, acaso haya que tomar las decisiones aún más trascendentes y personales en cuanto al dónde y por qué regresar.
Cual sudario
En cualquier caso, Gornick retorna a Elizabeth Bowen (acaso el punto más alto de ‘Cuentas pendientes’, reconsiderando a la alza a la magnífica ‘La casa en París’), D. H. Lawrence, N. Ginzburg, T. Hardy, Colette, A. B. Yehoshua, M. Duras, Delmore Schwartz, Doris Lessing y las novelas sobre la Gran Guerra de J. L. Carr y Pat Barker . Y lo que «descubre» -pero ya intuía Gornick- merece ser citado aquí ‘in extenso’: «Me vi leyendo de forma distinta... Me di cuenta de que, independientemente de la historia, del estilo o la época, el drama central de una obra literaria casi siempre radica en la naturaleza perniciosa que genera, la humillación que provoca, el misterio debilitante con el que nos envuelve cual sudario. También comprendí que lo que siempre sin falta hace que el trabajo de un buen libro nos conmueva -y esto es algo implícito en la escritura, en cierto modo atrapado en los nervios de la prosa- es una figuración atormentada (como si surgiera del inconsciente primigenio) de la existencia humana, con la escisión superada, las partes reunidas, el ansia por conectar puesto a funcionar con brillantez. La gran literatura, pensé entonces y sigo pensando, no es un registro de logro de la plenitud del ser, sino del obstinado esfuerzo que hacemos por conseguirla». Sea.
No puede haber mejor elogio para este libro que el que eso que piensa Gornick sea lo que piensa el lector de ‘Cuentas pendientes’ y que, al cerrarlo (luego de esa magnífica descripción de un libro deshaciéndose en manos de su dueña al volver a ser abierto por primera vez en décadas), se diga a sí mismo: «Seguro que voy a releerlo».
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