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LIBROS

Cómo se forjó la armadura de nación española

Juan Pro, Catedrático de Historia Contemporánea, reconstruye el complicado proceso de formación del estado español

Multitudinaria celebración del centenario (1912) de las Cortes de Cádiz
Manuel Lucena Giraldo

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A pesar de los disolventes efectos de la propaganda populista y la dejación flagrante en la defensa de la nación española , que incluye últimamente hasta la concesión de premios oficiales a quienes la niegan desde las ficciones del resentimiento, los historiadores profesionales continúan haciendo su trabajo. Este consiste tanto en recuperar la densidad histórica de la vida común de los españoles, como en interpretar los mecanismos que la hicieron posible, con la existencia del Estado en primer término. Así, frente a los ataques de quienes lo califican como fallido, débil, superfluo o un invento dictatorial, en este libro magistral e imprescindible, Juan Pro ajusta los términos del problema y nos aporta una visión del siglo XIX esperanzadora y regeneradora.

En el menosprecio a las hazañas de quienes con patriotismo y disciplina construyeron el Estado decimonónico español, han confluido de manera sospechosa tanto los herederos de los particularismos, heridos de muerte por quienes se empeñaron en que los españoles fueran iguales ante la ley, como los intérpretes sucesivos de tradiciones caudillescas forjadas en la barbarie de la lucha contra el tirano Napoleón , el primer dictador moderno. Quien recorra las páginas de los diez densos capítulos terminará convencido de una tesis simple y contundente. A pesar de las enormes dificultades que supuso el comienzo de la centuria, con la terrible invasión francesa y su final, la pérdida de territorios ultramarinos tras una guerra desigual , el espacio que constituyó el Estado español logró sobrevivir al siglo XIX en condiciones homologables con la Europa de su tiempo.

Formas afrancesadas

Tras lo que nos ha mostrado la investigación de las últimas décadas, recogida por Juan Pro, es difícil no aceptar que la operatividad del Estado decimonónico debió mucho a formas afrancesadas de administración. Desde luego más que a la constitución de Cádiz , por su característica separación de ejecutivo y judicial, eficaces burocracias públicas, confesionalidad católica, ejército y marina permanente, o un perfil administrativo que expresaba un riguroso centralismo. Este no constituyó una idea reaccionaria sino todo lo contrario, «un instrumento destinado a hacer realidad el principio de igualdad». La reflexión sobre el federalismo también es fundamental. Este no constituye un mecanismo descentralizador, sino un recurso para armar la nación a partir de insoportables diferencias de partida.

El autor de este ensayo nos aporta una visión del siglo XIX esperanzadora y regeneradora

El federalismo sirve para unir y no para separar . Eso que algunos ignorantes se atreven a llamar «nación plurinacional», es inexistente, excepto como construcción reaccionaria. El autor aborda la monarquía de España como proceso y sistema; las revoluciones liberales; el Estado como revolución cultural , con páginas extraordinarias sobre la imprescindible defensa ante la violencia simbólica, hoy tristemente necesarias; la construcción de territorio, ejército y hacienda ; el derecho administrativo y el Estado; el despliegue -maravillosa palabra- de la administración pública; información y estadística; la capitalidad de Madrid; acción exterior; y ciertos aspectos económicos cruciales, unificación monetaria, pesos y medidas, o mercado nacional.

En las maravillosas páginas finales, el autor señala: «En los últimos decenios del siglo XIX el Estado se hizo presente de forma directa en la totalidad del territorio, cada vez resultaba menos necesario para el gobierno negociar con los notables locales para obtener información, recaudar impuestos, recaudar soldados o hacer que las leyes se cumplieran». Fue, por tanto, el éxito de la acción modernizadora y democratizadora del Estado en España , la que desencadenó la reacción hostil de los poderosos locales, tan camuflados hoy bajo una aureola de falso progresismo.

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