LIBROS
Benjamin Black regresa con un «thriller» fuera de lo normal
La octava entrega protagonizada por Quirke viaja a San Sebastián. Benjamin Black, «alter ego» de John Banville, lo borda de nuevo
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Iniciar sesiónQuirke en San Sebastián -título de claras y geográficas resonancias casi à la Tintin - aparecerá en inglés el próximo otoño como April in Spain . El cambio de título -más allá del atractivo añadido que puede tener para un lector ... ibérico, que se potencia aún más de ser vasco- no es un capricho y tiene su razón de ser. Porque la automática traducción por un Abril en España castigaría el juego de palabras que alberga un guiño cómplice a los ya numerosos seguidores de la saga del patólogo irlandés Garret Quirke. Porque esta octava entrega de sus melancólicas idas y vueltas (me cuesta calificarlas de aventuras y, también, de casos; porque lo suyo no es la investigación clásica y detectivesca y privada) conecta directamente con la tercera de ellas: En busca de April.
Allí, recuerden, April Latimer, amiga actriz de la tan formidable como problemática y «problematizante» Phoebe Griffin (hija de Quirke), desaparece de los sitios que solía frecuentar dejando un cuarto vacío y un colchón bañado en sangre . Lo que siguió entonces es (fue) otra autopsia en vida a cargo de Quirke sobre el cuerpo putrefacto de una de las tantas dublinesas y pecadoras, pero muy católicas, familias patricias (siempre listas para ser encubiertas por una Iglesia más pecadora aún) por las que nuestro siempre asqueado héroe siente un profundo asco. Y aquella novela se titulaba originalmente Elegy for April . Por lo que -aunque su cuerpo nunca apareciese- todos la dimos por muerta. Y Quirke también.
Dejar la bebida
Ahora -tantos años después- Quirke ha dejado la bebida (o, mejor dicho, bebe educadamente y ya no vacía toda botella que se le pone al alcance de sus tripas) y está todo lo felizmente casado que jamás podrá llegar a estar con la psicóloga austríaca Evelyn Blake (a quien conocimos y, sí, aprobamos en la anterior historia, Las sombras de Quirke/Even the Dead ) y pasando su luna de miel en un hotel frente a la playa de La Concha. Y todo va muy bien y no parece haber nubes en el horizonte. Y las primeras treinta y seis páginas tienen un tono relajado y elegante que evocan al mejor Hemingway, (al de Fiesta / El sol también sale ), con descripciones de siestas, comidas, caminatas y costumbres del lugar y mirada del extranjero.
Hasta que Quirke escucha una voz decididamente irlandesa y joven y, de pronto, no es que los acontecimientos se precipiten pero sí se deslizan. Y así Quirke -nos precisa Black, pero decididamente Banville- «se volvió en su silla para verla mejor (...) Se sentaba encogida sobre sí misma, como si la tarde se hubiese vuelto fresca justo donde ella estaba». Y poco y nada cuesta admirar la maestría con que se nos describe a alguien que tal vez... pero si todos pensaban que ella estaba... «¿Sería posible que April estuviese viva y muerta a la vez?», se pregunta Quirke como alguna vez se respondió el Philip Marlowe de El largo adiós a propósito de Terry Lennox del que -no olvidarlo- Benjamin Black retomó su pista en La rubia de ojos negros.
Quien se siente a leer «Quirke en San Sebastián» es más que probable que no se levante hasta terminar
Y -más guiños y hasta una frase que evoca a Casablanca con un «De todas las ciudades costeras del mundo ha tenido que venir a esta»- de pronto entra en escena otro viejo conocido personaje Made in Black : ese opuesto pero complementario de Quirke que es el comisario Hackett. Y el Strafford de Pecado y Las invitadas secretas . Y -por supuesto, su sola aparición ilumina las páginas- aquí viene de nuevo Phoebe y...
Trabajo manual
Lo cierto es que no tiene sentido continuar abundando en la trama de Quirke en San Sebastián . Aquellos que no entienden mucho de la vida acusan a esta serie de Benjamin Black (a quien, más vueltas y revueltas de tuerca sobre nombres, salvo en España, Banville ha decidido pasar a retiro para, por fin, asumir que s u luminoso lado oscuro siempre escribió tan bien como él mismo y aceptarlo como parte de sí mismo como a «Blackville») de no ser policial porque «no pasa nada». Error: aquí sucede mucho más que en cualquier típico thriller . Porque -tanto más cerca de Jules Maigret y tan lejos de Mike Hammer- lo que propone Quirke es la resolución del pequeño misterio de alguna muerte para dejar sin resolver (porque resulta imposible) el gran misterio de toda vida . Desde esta óptica y punto de vista, las trilogía banvilleanas de Freddie Montgomery (pronta a ganar un nuevo volumen que la fundirá con el mundo alternativo de esa obra maestras que es Los infinitos) y de Cass Cleave también son policiales.
Ese género al que Banville alguna vez definió como «una disciplina completamente distinta» y, con injusticia, «un poco glorioso trabajo manual que disfruto inmensamente: como si se tratara de armar una silla, una silla bien hecha». De ser esto cierto (aunque no lo es) esta silla llamada Quirke en San Sebastián está a la altura de aquella pintada por Vincent Van Gogh o de la diseñada por Charles and Ray Eames. Un cosa sí es verdad: quien se siente a leer Quirke en San Sebastián es más que probable que no se levante hasta terminar y, entonces sí, de pie, aplaudirla y deseando ya su encore .
Quirke -como la España que visita- es diferente.
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