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Agus Morales: «El refugiado es el gran enemigo del siglo XXI»

El director de la revista sobre información internacional «5W» acaba de publicar «No somos refugiados», un libro «sobre la experiencia» de los exiliados

Salwah Mekrsh, de 18 años, fue tiroteada en Alepo ANNA SURINYACH
Nieves Mira

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Cuando Akram Jabri habló por primera vez con Agus Morales (Barcelona, 1983) y le dijo que su (ahora desaparecida) fábrica de jabón siria era tan grande como el destartalado puerto de Lesbos y que, por eso mismo, ni él ni su familia eran refugiados, estaba dando sin querer al autor catalán y director de la revista 5W el título de su libro, No somos refugiados (Círculo de tiza, 2017), ilustrado con fotografías de Anna Surinyach (Barcelona, 1985). «Ahora queremos ir a Oslo, pero lo que nos gustaría es volver a Siria y reabrirla. Ganábamos 1.500 dólares al día», continuaba Jabri, empeñado en justificar que pese a estar retenidos en un campo de refugiados no lo son.

Tampoco se sentía refugiado el maestro sudanés que huía de las bombas dentro de su propio país, ni el emigrante salvadoreño que intentaba escapar hacia Estados Unidos. Morales recorre las fronteras de países en conflicto y escribe las historias de estas personas muchas veces englobadas bajo el lema « refugiados », pero que ni pueden acceder a este requisito debido al sistema de asilo ni, muchas veces, se sienten así. Recoge crónicas escritas desde 2010, cuando cubrió la muerte de Bin Laden. « Es el libro de mi carrera profesional , que ha estado centrada en lo que hay detrás de la batalla. He cubierto las consecuencias de la guerra, porque un bombardeo dura un momento, pero lo que viene detrás son años o incluso toda una vida para muchas personas», comenta Morales.

Nunca ha habido tantos desplazados como en este momento. ¿Cómo hemos llegado aquí?

Desde el final de la Guerra Fría ha habido conflictos que no se han cerrado. Por un lado los conflictos siguen goteando y, por otro, falta capacidad para asistir a las personas que lo necesitan. El ejemplo más claro quizá sea Afganistán. De allí ha salido la mayor comunidad de refugiados durante tres décadas, junto a Pakistán e Irán, y ahora están devolviendo a centenares de miles de afganos. Eso sin que la guerra se haya cerrado: hoy hay más violencia en Afganistán que hace siete años.

Cuenta cómo tratan de huir.

La gente huye de las guerras, y los procesos de paz están fracasando. Se van acumulando guerras que no se cierran: Sudán, Afganistán, Somalia, Siria… Ahora, a refugiados que llevan décadas desplazados se les unen nuevos refugiados. Es una situación compleja. Lo fundamental es intentar abordar con éxito los procesos de paz.

En el libro dice de estas personas que huyen que son algo más que el reflejo de «su herida».

Normalmente, nos detenemos en la herida, tendemos a sustituir a la persona por ella. Un libro sí que te da más espacio para ver más dimensiones de un ser humano, para sentarte en una colina con ellos o esperar en un campo su solicitud de asilo. Y eso, aunque no es tan impactante, sí que te da una idea más exacta de lo que es la experiencia refugiada. Este libro no es tanto sobre refugiados sino sobre la «experiencia refugiada».

Ha estado con los que huyen, en las fronteras, pero también del otro lado, por ejemplo ha subido al «Dignity» (el barco de salvamento de Médicos sin Fronteras). ¿Cree que es posible una solución política?

Hay problemas como el de los naufragios en el Mediterráneo que tienen soluciones políticas: vías legales y seguras para que lleguen las personas. Cuanto más alto es un muro más incentivas a las redes de personas, de traficantes, para que comercien con esas personas. Desde finales de la Guerra Fría no hemos hecho más que construir muros, algo totalmente irracional.

Agus Morales

En el libro se ve cómo, con los años, tratas de localizar a los protagonistas de tus historias, ¿de dónde surge esta necesidad?

Es una necesidad periodística y también personal muchas veces. Es muy diferente la historia que cuentas cuando has conocido a una persona una vez que cuando la has conocido varias veces. He intentado dar más espacio a esas historias, de las que tenía más información por haberlas visto más de una vez. En el caso de Sudán del Sur recuerdo que había un maestro que estaba obsesionado con él y que lo vi solo una vez pero cuando volví no tenía modo de localizarlo. Intenté, dos años después, de buscarlo. Al final somos ladrones de historias y no sé si aparte de que es fundamental hacer un seguimiento de las historias para contarlas mejor, no sé si es también un poco de sentimiento de culpabilidad. Yo me siento mejor ahora que sé que uno de los protagonistas del libro, que es un refugiado sirio, su hija ya ha crecido y la puedo ver en Facebook. Necesitas eso tanto a nivel personal como a nivel periodístico.

En el libro se ve cómo, con los años, trata de localizar a los protagonistas de tus historias, ¿de dónde surge esta necesidad?

Es una necesidad periodística y también personal muchas veces. He intentado dar más espacio a esas historias, de las que tenía más información por haberlas visto más de una vez. Al final somos ladrones de historias y no sé si aparte de que es fundamental hacer un seguimiento de ellas para contarlas mejor, es también un poco de sentimiento de culpabilidad. Yo me siento mejor ahora que sé que puedo abrir Facebook y encontrarme las fotos de uno de los protagonistas del libro, ver cómo su hija va creciendo. Necesitas eso tanto a nivel personal como a nivel periodístico.

Ha estado en África, América, Asia, Oriente Medio… ¿Qué es lo más duro que has vivido?

Quizá Sudán del Sur. Ya no tanto por la situación de caos absoluto o de guerra que vi en 2014 sino por lo que me encontré dos años después. Volví a Malakal y siempre es duro ver una situación de guerra total con cadáveres en las calles, pero más allá de eso, dos años después, lo que había eran personas muriendo en el hospital. No se había habilitado aún la base de Naciones Unidas para dar cobertura a esas personas. Eso me tocó más que lo que vi al principio, el producto directo y brutal de la guerra. Ese goteo incesante como el que estamos volviendo a ver en el Mediterráneo, que se queda más grabado en la mente.

¿Cómo se aprovechan de la desesperación las mafias?

Evidentemente, hay mafias que se aprovechan de eso , y están en todo el mundo. Ese comercio al por mayor que se hace en Centroamérica hacia México y EE.UU. no es tan diferente al que se da entre Libia e Italia. Es como si fuera un supermercado: cuantas más latas quepan en una caja, más beneficios para las mafias, que son las grandes beneficiadas de la última década. A medida que crecen los muros, los grandes beneficiados de todo esto son las mafias, pese a que muchos gobiernos occidentales dicen que están luchando contra ellas.

¿Cuándo empezamos a tomar consciencia en Europa de algo que lleva ocurriendo tantas décadas?

Fue con la llegada de refugiados en 2015 el momento del descubrimiento para Europa, porque nos dimos cuenta de que estaban llegando refugiados pero que eran como nosotros: llevaban zapatillas Nike, móviles... estaban en nuestro mismo universo simbólico. Es curioso que tuviéramos esa reacción: si hoy cayeran bombas en mi casa lo primero que haría sería llevarme el móvil. En ese momento hay muchas personas, sobre todo sirias, que tienen un poder adquisitivo medio o alto, gente con negocios… pero no se puede generalizar en ese sentido.

Muchos de los refugiados africanos también huyen de una situación mixta de hambre y de violencia. En Centroamérica tratan de escapar de las pandillas... El análisis global es complicado en ese sentido.

ANNA SURINYACH

El 93% de las personas que se comprometió a acoger España (17.000) no ha llegado. ¿Es culpa de la burocracia? ¿Por qué ocurre eso?

Si no hay presión desde la opinión pública se tiende a no cumplir con los compromisos. En el caso de España no se llega al 10% de lo comprometido, pero lo más duro no es que hayan llegado esas, sino que el compromiso sea solo de acoger a 17.000. Desde el punto de vista de los números que hay a escala global es un porcentaje nimio. Es una cuestión de voluntad y acaso de contexto europeo y el libro es muy crítico con la UE. Quizá el único país o uno de los pocos que ha intentado, que ha sido consciente del momento histórico en el que vivimos ha sido Alemania. En el resto de países ha habido una huida hacia delante general.

En el libro menciona a Trump. ¿Qué supuso su triunfo para el cierre de las fronteras?

Trump ha conseguido construir dos barreras: la primera, un muro simbólico entre los estadounidenses y los demás. Su enemigo no es el refugiado sino el latino o el mexicano. Y ha impuesto el veto, que es la confirmación de que el refugiado es uno de los enemigos del siglo XXI para algunos gobiernos y sectores de Occidente.

¿Qué significó la muerte de Bin Laden?

La muerte de Bin Laden fue una especie de quicio simbólico porque cerró en falso una época, la de la guerra contra el terrorismo que empezó en 2001 con su búsqueda en Afganistán. Y coincidió con las Primaveras Árabes. Ahí se abre otro capítulo. El tiempo ha demostrado que la muerte de Bin Laden supuso el declive de Al Qaida, pero ahora ha sido sustituido simbólicamente y también sobre el terreno por el Estado Islámico.

«El periodismo es, cada vez más, contar a la gente algo que no quiere saber» Agus Morales

En mi caso me tocó cubrirlo en Afganistán, y quizá lo que más recuerdo de aquellos días es que pese a que era algo que había pasado allí, toda la información venía retransmitida desde Washington, y era muy difícil complementar la información oficial. Este tipo de acontecimientos vienen muy editados por el poder y la capacidad del periodista para ofrecer una narrativa alternativa es muy limitada, sobre todo si no trabajas en grupo.

¿Cómo se está informando de la situación de los desplazados en África?

Hay muchas más personas en movimiento fuera de Europa que dentro, y sin embargo la gran cobertura que se hace es de las personas que llegan a Europa. África es quizá el espacio geográfico que más personas tiene en movimiento debido a la violencia. Es la paradoja que todos los movimientos son de sur a norte cuando la mayoría son de sur a sur, dentro de los propios países.

Martín Caparrós dice en el prólogo de la revista que usted dirige, «5W», que esta responde a una actitud, la de saber. ¿Qué es exactamente?

Es una revista de crónica y fotografía internacional que apuesta por la narración y la imagen. Caparrós se refiere al espíritu que tenemos, que responde al lema «pequeñas historias y grandes explicaciones». Tenemos la voluntad de seguir al refugiado sirio y contar su periplo, y también de explicar de forma didáctica qué es Boko Haram o el Estado Islámico. El periodismo es, cada vez más, contar a la gente algo que no quiere saber, aunque también pienso que cada vez hay más gente que quiere piel, que quiere tocar, oler y saber qué pasa en Sudán del Sur.

¿Cómo se logra encontrar lo que la gente busca y hacerlo rentable?

Ha sido fundamental crear comunidad, estar cerca. El modelo de negocio está pensado para apoyarse en esas personas, porque el 90 por ciento de los ingresos que tenemos viene de los suscriptores y lectores. Al final, un nuevo medio necesita comunidad.

¿Cómo es el trabajo del periodista que va hacia una zona de conflicto como las que has visitado?

He estado de corresponsal en varios países pero nunca en primera línea. A mí me ha interesado mucho más lo que hay detrás de la guerra. Rara vez he puesto mi vida en peligro. Sí que he cubierto mucho las consecuencias de la guerra, porque un bombardeo es un momento, unos minutos, pero lo que viene detrás son años o toda la vida para muchas personas. He cubierto más esa segunda parte que, en realidad, a nivel logístico, es mucho más sencilla.

¿Cómo es el trabajo de los periodistas locales en este contexto de huida?

Hablamos mucho de los ataques contra los periodistas, contra la libertad de prensa, pero nos olvidamos de que los que sufren más eso son los periodistas locales. Tenemos el sangrante caso de México pero también en Pakistán, Afganistán, Siria… La mayoría, tanto de secuestros como de asesinatos lo sufren estos locales. A veces somos muy egoístas los que venimos de fuera a cubrir algo porque tenemos billete de ida y de vuelta, pero igual la persona que te traduce no lo tiene, está allí. Luego se dan situaciones de autores como en Afganistán, que son personas que ven amenazadas sus vidas y ni siquiera pueden salir del país. Sin duda, existe ese interés del poder, de grupos armados, por eliminar a la prensa, pero los que más lo sufren son los periodistas de ese país.

Hay muchos sirios que sin haber estudiado periodismo ni nada han cogido las cámaras, han acudido a las redes sociales y han trabajado para canales de televisión haciéndoles llegar productos cada vez más sofisticados. Uno de los protagonistas del libro me explicaba que se vio empujado a coger al cámara, a convertirse en periodista. Yo le preguntaba si él no era más activista que periodista y me decía que le piden los contenidos porque saben que pueden comprobar el origen de los materiales que envía. Las categorías se funden, pero es interesante ver como en el caso de Siria, toda una generación ha cogido las armas algunos pero muchos otros lo que han hecho ha sido coger una cámara.

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