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arte

Garry Winogrand: América en la retina

Es uno de los padres de la «Street Photography», en la estela de Walker Evans o Robert Frank. La Fundación Mapfre celebra la primera retrospectiva en 25 años de Garry Winogrand

Garry Winogrand: América en la retina

francisco carpio

En 1967 John Szarkowski , en aquel momento conservador de fotografía del MoMA de Nueva York, y una de las figuras clave en la consideración del lenguaje fotográfico como arte y no como un instrumento para documentar la realidad, organizó en su museo una exposición capital, New Documents, en la que presentaría obras de Garry Winogrand –a quien definió como «el fotógrafo central de su generación»– junto a las de Diane Arbus y Lee Friedlander, con los que había coincidido ya en 1949 en las reputadas clases de diseño de Alexey Brodovich en la New School, compañeros de generación –y de visión–, y fotógrafos que ya no buscaban «reformar la vida, sino conocerla… Su trabajo revela una simpatía, casi un afecto, hacia las imperfecciones y las debilidades de la sociedad», Szarkowski dixit.

Garry Winogrand supone la primera gran retrospectiva en los últimos 25 años de este fotógrafo norteamericano, padre de la llamada Street Photography, influido, entre otros, por maestros como Walker Evans o Robert Frank y, sin duda, una de las más proteicas, prolíficas y fundamentales figuras de la fotografía del siglo XX. Esta muestra ha sido organizada conjuntamente por el San Francisco Museum of Modern Art (excelente labor en aras de la fotografía la que allí realiza Sandra S. Phillips), y la National Gallery of Art de Washington , y llega ahora, después de dos años de exposición e itinerancias, a las salas de la Fundación Mapfre (que, justo es señalarlo, está llevando a cabo igualmente un encomiable trabajo de difusión y promoción del arte y, en especial, de la propia fotografía).

Una obra, la de Winogrand, que era como «un grandioso y bárbaro aullido»

La exposición recoge una amplia selección de más de 200 fotos, algunas inéditas, de la ingente obra de un creador como Garry Winogrand ((Nueva York, 1928-Tijuana, México, 1984) para quien la fotografía era un auténtico oxígeno visual y vital. Quien fuera llamado «el príncipe de las calles» salía a diario al encuentro de la vida con su vieja compañera Leica M4, un objetivo gran angular y un buen puñado de rollos de Tri-X. Con ese humilde bagaje en su mochila, pero con una mirada especial y taladradora, construiría uno de los más fascinantes y profundos frescos de la sociedad norteamericana de los años 50 a los 80 del pasado siglo, capturando una realidad que al final ya no sabemos a ciencia cierta si fue así por sí misma o acabaría convirtiéndose en lo que él previamente veía a través de su visor y de su corazón. Una obra que era como «un grandioso y bárbaro aullido», muy ligada a la de otro americano proteico como Walt Whitman, o incluso tal vez al propio aullido de Allen Ginsberg.

Ese ángulo inclinado

«He aquí el marino y la mujer hermosa, y aquí el presidente y el mendigo, y el enano y el mono del zoo… También están ahí la lluvia, el sol, la noche, la carretera, la gente caminado con dificultad por la acera en medio de la tormenta de nieve; el tren que avanza lentamente, la 747, el autobús Greyhound, el ferri, Electra Glide, el cohete a la Luna, el poni…».

Winogrand: «He aquí el marino y la mujer hermosa, el ferri, el poni»

Esta personal mirada, que le haría tener a América en su retina, se presenta ahora vertebrada en tres grandes secciones: «Bajando desde el Bronx», que muestra las obras realizadas en Nueva York (su hábitat predilecto) entre 1950 y 1971; un segundo bloque titulado «Un estudiante de Norteamérica», compuesto por fotografías de esa misma época realizadas fuera de la Gran Manzana (Los Ángeles, San Francisco, Dallas, Houston, Chicago, Ohio, Colorado…); y finalmente un tercer capítulo, «Auge y crisis», que recoge imágenes de Texas y el sur de California que fueron capturadas en sus últimos años de vida, entre 1971 y 1984, y que aportan una nueva y desconocida visión, más desoladora y desencantada.

Su personal forma de mirar a la vida y a sus actores , con rapidez y con pasión, con ese inconfundible ángulo inclinado, y con un absoluto dominio técnico del gran angular, sin esperar a que las cosas sucedieran sino más bien adelantándose a ellas («Lo único realmente difícil –él mismo diría– es cambiar de carrete cuando las cosas están sucediendo»), es un fiel reflejo, convertido en imágenes fotográficas, en fragmentos de vida congelados en el formol del blanco y negro, de su voluntad y su afán por presentarnos la comedia humana. «He estado fotografiando Estados Unidos para intentar averiguar quiénes somos y cómo nos sentimos, observando nuestra apariencia mientras la historia se producía y se sigue produciendo a nuestro alrededor en este mundo». El mundo. Su mundo.

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