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LIBROS

Platero, sin prejuicios en su centenario

«Platero y yo», el libro más publicado y leído en español después de la «Biblia» y el «Quijote», cumple cien años. Tiempo de leer sin prejuicios ni complejos este libro único

Platero, sin prejuicios en su centenario abc

andrés ibáñez

Platero, el segundo burro más famoso de la literatura, inquietaba mis lecturas infantiles. Mis compañeros de clase y yo lo aborrecíamos, y cada vez que en un libro de lectura aparecía de nuevo aquello de «Platero es pequeño, peludo, suave», nos echábamos las manos a la cabeza. No sabíamos que la aparición de Platero en los libros de lectura del franquismo a fines de los años sesenta representaba, en realidad, un síntoma de apertura después de los omnipresentes «Corazón», de Edmundo de Amicis, o «Marcelino Pan y Vino» de unos años antes. Claro que los de mi generación jamás leímos a De Amicis y apenas a Sánchez Silva pero sí a Juan Ramón, a Alberti, a Lorca, a Miguel Hernández, ampliamente representados en los libros de lectura de aquel franquismo ya sin garras.

Juan Ramón no concibió «Platero y yo» como libro de niños, aunque en su primera edición, la de 1914, apareció en una colección de literatura infantil. Pero ¿existió de verdad Platero? Sí, nos cuenta Juan Ramón, pero no uno, sino muchos, ya que «platero» es el nombre común con que se conoce en Andalucía a un asno de pelaje gris. «Yo tuve de muchacho y de joven varios –nos cuenta el poeta–. Todos eran plateros. La suma de todos mis recuerdos con ellos me dio el ente y el libro.»

Un niño grande

Qué personaje tan maravilloso es este Platero. Qué gran triunfo literario crear a un ser que sentimos como un niño grande, como un compañero, casi como un amigo, y que al mismo tiempo no es nada más que un animal, con deseos de animal y con terquedades de animal. Qué extraña esta relación, por infrecuente en nuestras letras, del poeta con la naturaleza en estado puro. Qué maravillosa declaración de amistad esa de «El mejor amigo», donde Juan Ramón le escribe a su asno plateado: «Te sigo prefiriendo, Platero, para todos los días, a cualquier otro amigo hombre… Porque tú me das la compañía y no me quitas la soledad y al revés, me consientes la soledad y no me dejas sin compañía».

Nada hay en nuestra literatura que pueda compararse con la ternura de «Platero y yo»

La tradición del asno en la literatura ha sido estudiada por Cristóbal Serra en varios ensayos, especialmente en un «Diálogo inverosímil» entre «el Asno, la Literatura y un Historiador» recogido en «Ars Quimérica», donde se nos recuerda que alos primeros cristianos les tenían por adoradores de asnos, y eso teniendo en cuenta que el asno siempre ha sido el animal despreciable, ridículo y bajo por antonomasia. «El asno de oro», de Apuleyo (que para Serra es una burla de los cristianos); «El viaje sentimental», de Sterne; «Viajes en burro por las Cevenas», de Stevenson, y la poesía del gran Francis Jammes han sido propuestos como antecedentes literarios de Juan Ramón, aunque hay otros dos, no tan mencionados y mucho más obvios. El primero es aquel burrito que estaba atado frente al Monte de los Olivos, cuya existencia Cristo conocía y que pidió que le trajeran para hacer su entrada triunfal en Jerusalén, transformada así en la entrada triunfal de eso que Lezama podría haber llamado «la pobreza irradiante».

El segundo es el burro más famoso de la literatura. Pues ¿no le advirtió Francisco Giner de los Ríos al poeta «de las posibilidades que había en el tema de un nuevo Quijote»? Maravillosa observación, ya que «Platero y yo» parece sintetizar la imagen cuádruple de Cervantes en un Quijote de afilada barbita montado en el burro sin nombre de Sancho. ¿De afilada barbita? «Mi barbita de nazareno», dice el propio Juan Ramón al principio del libro. Montado en un borrico, como el otro Nazareno, ambas figuras se igualan en la distancia en una misteriosa profesión de humildad.

El libro de la compasión

«Platero y yo» está atravesado por las ideas krausistas y por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza . Es el libro de la naturaleza de Moguer, de los niños de Moguer, de la belleza de ese paraíso que es la infancia y que no está en ningún lugar del mundo sino en un lugar del recuerdo; pero es, sobre todo, el libro de la compasión.

En ninguna obra suya exhibe Juan Ramón una mirada tan abierta a la realidad como en «Platero y yo», tan abierta a todo y a todos. La intensa belleza sensorial y multicolor de su prosa, hecha de perfumes y de visiones celestiales, acoge también a toda una multitud de personajes desvalidos y tristes, los mismos que filmaba Buñuel en las Hurdes y a los que Lorca y Cossío pretendían llevar la música del teatro clásico. Niños pobres que alardean de las imaginarias riquezas de sus padres («un reló de plata», «un cabayo», «una ejcopeta»); el niño tonto, que murió; Anilla la Manteca, que gustaba de disfrazarse de fantasma y a la que mató un rayo; la familia de gitanos, descuidados y tristes, tirados en el suelo con sus dos niños sucios y el mono que les da para vivir; las tres viejas gitanas que exhiben una vejez vital y orgullosa en medio de su pobreza; la niña tuberculosa; el borracho con las entrañas calcinadas por el aguardiente. O ese conmovedor potro castrado que, nos cuenta Juan Ramón, después de su herida «Iba como un libro desencuadernado».

«De Platero se debe resaltar la intensa belleza sensorial y multicolor de su prosa»

Nada hay en nuestra literatura que pueda compararse con la ternura, con el encanto de «Platero y yo». El libro busca la mayor concentración posible de intensidad y de belleza: «Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida», y a la vez nos entrega el campo de Andalucía, los trabajos, el mar, el aroma del pan por las calles, el tijeretazo alegre e insolente de las voces de los niños. Qué máravilla, qué milagro raro. «¡Lo delicado, Platero! –le dice el poeta a su burro–, ¡lo delicado, qué problemita, qué problemita español!» Cien años han pasado, lo delicado ya no es un problema, un problemita español, y podemos leer sin prejuicios ni complejos este libro único.

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